¿Qué es la fuerza sin una doble porción de sabiduría?
John Milton
Cuando Gregg Popovich destapó la caja de los truenos, el otro día, ausentando a sus jugadores más importantes de la visita que efectuaban los Spurs a la cancha de Miami Heat, en partido televisado a nivel nacional, y después de once partidos este mes como visitantes y de una gira agotadora y de máxima exigencia, sabía que planteaba un pulso al comisionado de la liga, David Stern, y que en ese pulso iba a resultar perdedor. Al fin y al cabo, la NBA es una empresa y su máximo dirigente ha procurado que ese mensaje sea interiorizado por la totalidad de las franquicias. Al final, San Antonio Spurs terminará pagando la multa (250.000 dólares) y Popovich, al tiempo, solo habrá conseguido alertar respecto a lo que quería: que muchas veces los intereses empresariales están reñidos con la realidad deportiva.
Pero, ¿qué llevaría a Popovich a elegir una acción tan estruendosa en lugar de ir dosificando a sus jugadores intermitentemente y enmascarar su ausencia entre la maraña de minutos de la que dispone? Podría argumentar que un jugador reserva estaba haciendo un buen partido (caso de Splitter) y que por eso no le dio más minutos a Duncan; que quería reservar a Parker porque sentía molestias en un tobillo; o que Ginóbili, simplemente, no tenía el día en el tiro y sí Gary Neal. Podía hacerlo pero no lo hizo. Prefirió elegir el rival más fuerte y situar a los jugadores menos habituales ante un reto mayúsculo, ganarles sin el apoyo de sus hombres de mayor jerarquía. El asunto salió medianamente bien, porque los De Colo, Splitter, Bonner, Mills y cía. a punto estuvieron de dar la sorpresa, perdiendo tan sólo por 5 puntos en un partido reñidísimo resuelto por Ray Allen a última hora (105-100). Luego, para colmo, los Spurs ganaron con todos sus titulares en la jornada siguiente a Memphis, hasta el momento en el que escribo esto, líderes de la Conferencia Oeste. Se mire por donde se mire, a nivel deportivo, Popovich tenía razón. Ni hay que desprestigiar a los jugadores menos habituales, que si están en la plantilla es porque pueden competir contra cualquiera, ni hay que tomarse a burla el descanso de las estrellas, que jugaron y ganaron a Memphis con una competitividad voraz. “Stern no comprende mi posición de entrenador”, dijo Popovich, «pienso que la liga opera siempre desde la perspectiva del negocio y considero que ese es el reflejo de la decisión que ellos tomaron».
Popovich probó un ensayo-error. Si la cosa salía mal y Stern ponía el grito en el cielo, como así ha sucedido, los Spurs pagarían la multa y acatarían como buen alumno las exigencias del maestro. Si por el contrario, si la jugada salía bien y el asunto era vagamente ignorado, o al menos lo suficiente como para salir indemnes, los Spurs podrían ejecutarlo más veces durante la presente temporada, con los beneficios que ello conlleva. Y es que, si a alguien beneficia estas prácticas, es al equipo de San Antonio. Si hacemos retrospectiva, entenderemos mejor el plan de acción.
El año pasado, Popovich utilizó durante la liga regular una rotación amplísima, llena de variantes y jugadores de diferente naturaleza, capaces de mantener la tensión competitiva. No era extraño ver hasta 12 y 13 jugadores en la lista de habituales. La distribución de minutos era un rompecabezas necesario si los Spurs querían llegar con aire a unas posibles finales. Cabe recordar que para el sempiterno Tim Duncan era su décimoquinta temporada en la liga, para Parker, la undécima, y para Ginobilli, la décima (después de una próspera carrera en Europa). Y aunque el uso moderado de las estrellas provocó cierta disconformidad de algunos de sus jugadores (Parker hizo alusión a su edad, 29 años, para quejarse de los pocos minutos que disponía), al final de los finales, la rotación fue perdiendo eslabones uno a uno, muchos nombres desaparecieron del roster y el número de minutos acababa en la espalda de los actores principales. Popovich llegó a usar tan solo 7 hombres de manera significativa durante la final de conferencia contra Oklahoma City Thunder. Era el Efecto Acordeón, abrirse y multiplicarse para luego reducirse mediante selección natural.
Popovich no sólo dejó de contar con algunos jugadores, sino que forzado por las exigencias del baloncesto moderno, cuyo juego se basa en el poderío físico y la multifuncionalidad de sus miembros, se vio obligado a realizar permutas en su idea base. A efectos prácticos, Popovich copió el modelo que los Heat y los Thunder pusieron sobre la mesa y jugó muchos minutos con un solo pívot puro. O lo que es lo mismo, Duncan solo ante el peligro. Kawhi Leonard y Stephen Jackson se turnaban actuando por dentro de la pintura, en un intento de combatir atletismo con atletismo (de todo estos cambios con respecto al juego tradicional hablan excepcionalmente bien Daniel Arias y Bruno Altieri). Boris Diaw redujo sus minutos en cancha y Tiago Splitter se esfumó como si nunca hubiera estado allí. Al final, y pese a que tuvieron todo de cara para plantarse en la final (2-0 a favor contra los Thunder), a los Spurs les faltó fuerza y entereza física. El equipo, en resumidas cuentas, acabó con la lengua fuera.
Y ahí radica la decisión de Popovich y su demostración pública de incomprensión. Siente que debe administrar siempre y sin condicionantes el descanso entre sus jugadores. Si el entrenador mira por la competitividad del equipo, no va a exigirle a una plantilla veterana un sobresfuerzo durante el primer tercio de temporada, sino que lo hará justo cuando lleguen las finales. Para entonces tendrán que estar preparados táctica y físicamente. Por mucho que obligue la liga, no parece lo más adecuado que Duncan, Ginóbili y Parker se dejen parte del depósito en una gira titánica por dos o tres victorias más en su récord final. Lo que exige el acordeón ahora es una nota de apertura y eso, el bueno de Gregg, ha sabido interpretarlo correctamente. El que no ha querido hacerlo es Stern, que antepone un partido de máxima audiencia en el primer cuarto de la temporada a unas finales con el máximo índice de competitividad. «Los negocios son los negocios», dirán algunos. Y cabría apostillar: “Y no entienden del mañana”.
* Javier López Menacho
– Fotos: AP – Steve Mitchell (US Presswire)
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