La altura del listón es lo que indica la grandeza del salto. Has vencido, sí, pero ¿contra quién? El listón es la medida y no el simple triunfo. La talla del rival es la que indica tu auténtica dimensión. Ningún gran campeón se entiende sin su oponente. Nadal es Nadal también por Federer, como Kaspárov lo fue por Kárpov, Coe por Ovett y Mary Lou Retton por Ekaterina Szabo. No todos los grandes campeones afrontaron sus retos mirando al rival a los ojos. Alekhine huyó de Capablanca como Korchnoi lo hacía de Kárpov y éste de Kaspárov y conocemos muchos casos de deportistas que no lograron superar el último listón: enfrentar a su demonio particular. El relato de los triunfos inolvidables se escribe en jornadas valientes en las que Borg busca a McEnroe, Jordan va a por Bird, Gross se enfrenta a Biondi o Cruyff encara a Beckenbauer. Los auténticos héroes surgen de la hiriente pugna entre semidioses; jamás del triunfo sobre la mediocridad huidiza.
Así que bienvenido sea el azar si, una vez completados los octavos de final de Copa, volviese a emparejar a Barça y Madrid en otro duelo fenomenal. Si no nos cansamos de ver a Nadal y Federer batallar en la cima del tenis, ni a Lochte y Phelps hacerlo en la piscina, ni a Robles y Liu sobre las vallas del tartán, ¿por qué deberíamos hartarnos de este fabuloso duelo futbolístico entre los dos equipos más potentes del mundo? Al contrario, debiéramos felicitarnos por la posibilidad de que puedan encontrarse hasta ocho veces en el nuevo año que se aproxima. Aunque los cuatro partidos del pasado abril dejaran como residuo colateral una dosis exagerada de ira múltiple, renacida en agosto por una acción bochornosa, pero puntual, el reciente choque del Bernabéu transcurrió ya en condiciones de normalidad, indicativo de inteligencia por todas las partes, conscientes que el momento procesal exige acostumbrarse rápidamente a la no excepcionalidad de este choque de colosos.
Dicha normalidad sería un síntoma de grandeza. Si analizamos los siete enfrentamientos celebrados entre noviembre de 2010 y agosto de 2011, coincidiremos en que el ruido superó al discurso futbolístico, dando alas a los desaforados que revolotean a ambos lados. La gran mayoría que sólo desea (pienso yo) choques colosales pero exclusivamente deportivos, se vio desbordada por el desatino. Venció el ruido y la furia; perdió el juego y la rivalidad deportiva, aunque la sensatez ha dado un paso al frente en diciembre. Si 2012 trajese ocho duelos entre estos dos fenómenos y pudiésemos enfocarlos, entre todos, con parámetros de estricta rivalidad deportiva, probablemente conseguiríamos asistir al mayor espectáculo imaginable. Será complicado lograrlo porque hay mucho interesado en que no sea así.
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