"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
El 14 de septiembre de 1991 amaneció nublado en Bilbao. Ya se podía respirar el otoño en el ocaso del verano bilbaíno. Athletic y Real Madrid iban a jugar esa tarde un partido de liga correspondiente a la 3ª jornada de la temporada 91-92. El Madrid había conseguido dos victorias en las dos primeras jornadas, 0-1 en Cádiz y 1-0 al Valladolid en el Bernabéu, pero el juego, según prensa y afición, distaba mucho de ser el ideal.
Corrían tiempos difíciles para el Real Madrid; la temporada anterior había roto a jugar el Barça de Cruyff, que había conquistado la liga con todo merecimiento tras cinco temporadas consecutivas en las que la Quinta del Buitre había dominado el campeonato español.
Con Hugo Sánchez y Rafa Gordillo lesionados, sin Schuster y Martín Vázquez, que habían dejado el club en el verano del 90 y con Sanchís, Míchel y Butragueño en el punto de mira, el Madrid se encontraba en pleno proceso de reconstrucción. El fichaje estrella del verano, Robert Prosinecki, estaba lesionado. Sería la primera lesión de un calvario de percances físicos que jamás le permitirían ya ser el jugador que deslumbró a Europa con 20 años en el Estrella Roja de Belgrado.
Había llegado el brasileño Ricardo Rocha para apuntalar la defensa. El debate de aquellos años en el Real Madrid era sobre el central. El equipo no encontraba la pareja ideal para Sanchís. Fernando Hierro había pasado al mediocampo, con un excelente rendimiento de la mano de Radomir Antic, en el tramo final de la campaña anterior, y el fichaje de Predrag Spasic el verano anterior, tras un gran marcaje a Julio Salinas en aquel Yugoslavia-España del Mundial de Italia, había sido un fiasco.
El equipo era muy distinto, tan solo un año y medio después, al que en mayo del 90 había sido coronado campeón de liga por quinta vez consecutiva. No todo era negativo, pero la corriente imperante sí. Míchel y Butragueño rindieron tan bien o mejor, y con más mérito, porque el equipo era más débil, de 1990 a 1993 en el caso del Buitre y hasta 1994 en el de Míchel. Las críticas de cierto sector de la prensa fueron crueles e injustas. En el caso de Sanchís fue distinto. Manolo reconoció años después que perdió un poco la ilusión con John B. Toshack. Le costó recuperarla, pero lo hizo de la mano de Valdano en 1994 y alargó su carrera hasta el año 2001 firmando algunas de las mejores campañas de su vida, una de ellas culminada con la conquista de la ansiada séptima Copa de Europa en Ámsterdam en 1998.
En seis meses, Antic había construido un Madrid fiable a la hora de competir. La recta final de la campaña 90-91 fue magnífica y clasificó al equipo para la Copa de la UEFA. Se le acusaba de no dar espectáculo, como si esa palabra fuera asociada a un solo tipo de juego y como si ese juego se pudiera hacer siempre independientemente de los jugadores disponibles.
La mejor noticia para el Madrid aquel día en Bilbao era la vuelta de Gordillo. El gordo había estado lesionado durante muchos partidos de la temporada anterior. Luis Súarez le había dejado fuera del Mundial de Italia en el 90 tras una temporada brillante con el Madrid de los 107 goles, y el final de su carrera estaba cerca. El Madrid formó en Bilbao aquella tarde con Buyo en la puerta; Chendo, Sanchís, Rocha y Villarroya en defensa; Míchel, Milla, Hierro y Gordillo en mediocampo; y Hagi por detrás de Butragueño, que en ausencia de Hugo Sánchez jugaba como nueve, igual que en la selección.
Con siete jugadores titulares en la última liga conquistada dos temporadas atrás, el Madrid jugó de nuevo de memoria, efectivamente se parecía al que había deslumbrado no hacía tanto. Funcionaron los costados y el Real Madrid fue un equipo atractivo que terminó goleando 1-4. Gordillo significaba alegría y profundidad por la banda. Ya por entonces, cumplidos los 31, no llegaba a la línea de fondo quince veces por partidos, pero las cinco o seis que lo hacía marcaban la diferencia.
Aquel triunfo se valoró mal. Antic construyó un Madrid sólido, que ganaba y era líder. Las lesiones no ayudaron y el equipo no pudo mantener el nivel de juego de aquella tarde en Bilbao, aunque sí se hizo fuerte en otros aspectos. No hay nada peor para un técnico nuevo que la nostalgia de uno anterior. ¿Les suena, ¿verdad?
El latiguillo de este equipo ya no da espectáculo como en los tiempos de Leo Beenhakker y John Benjamin Toshack terminó calando hasta en el presidente. Ramón Mendoza cometió un error histórico, destituyó a Antic en enero con el equipo líder y trajo de vuelta a Beenhakker, que había dejado el club en 1989 marcado por aquella goleada (5-0) del Milán de Arrigo Sacchi en las semifinales de la Copa de Europa.
Tan injusto fue que aquella derrota en Milán le costase el puesto a Beenhakker como el despido de Antic dos años después porque el equipo no daba espectáculo. Leo debutó en el primer partido de la segunda vuelta ante el Cádiz y ordenó a Milla hacer de Schuster y dar pases largos de 40 metros. Milla no era Schuster, era un muy buen mediocentro de pase corto, siempre bien colocado y tremendamente inteligente, pero no podía dar pases de 40 metros. Eso, Antic sí lo sabía. Directiva, parte de la prensa y parte de la afición pretendían que aquel equipo jugase como el de tres años atrás sin muchos de los jugadores clave, con otros muy distintos y obviando el DNI de algunos. Todo se cargó injustamente en los miembros de la Quinta del Buitre que permanecían en el club. Pese a ello, el Madrid compitió hasta el final, perdiendo la liga en el último partido en Tenerife.
La historia no valora en su justa medida cómo compitió aquel equipo ante un Barça muy superior en aquel periodo de 1991 a 1993. En el verano del 94 llegó Valdano y puso en orden todo con fichajes extraordinarios y motivando a otros jugadores que ya estaban en el club, pero que vivían en un estado casi depresivo. La lástima para el Real Madrid fue que todo aquello solo le duró una temporada, pero esa es otra historia que contaremos otro día.
El Madrid siempre vive bajo el yugo de la inmediatez y la absoluta falta de paciencia, hecho que con los años, lejos de mejorar, incluso va en aumento.
* Alberto López Frau es periodista.
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