El dichoso Ranking FIFA

por el 13 diciembre, 2013 • 17:07

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El ciudadano de a pie está preocupado. Es un hombre de costumbres: cada mañana ameniza su trayecto al trabajo escuchando la tertulia de turno, se da prisa leyendo el periódico para llegar lo antes posible a la sección de deportes y le gusta acompañar su hora de la comida con el repaso a la actualidad deportiva que hacen en el telediario. Últimamente le cuesta digerir la información sobre fútbol. Se le está atragantando un sistema de clasificación del que hablan mucho. El Ranking FIFA, lo llaman. El caso es que está hasta en la sopa. Ranking FIFA por aquí, Ranking FIFA por allá… pero él no termina de entenderlo. ¿Números? ¿Fútbol? Si él solo quería ver los goles del partido de ayer. ¿Por qué tanto revuelo? ¿Qué es el Ranking FIFA? ¿Cómo funciona realmente?

El sistema actual entró en vigor en julio del 2006, después del Mundial de Alemania. En teoría, cualquier selección que consiga buenos resultados puede sumar puntos y ascender en la clasificación. En la práctica, el sistema es algo más complejo.

El período de tiempo tenido en cuenta es de cuatro años, cubre el ciclo entre dos mundiales. Se deduce de esto que una de las aplicaciones fundamentales del ranking es, precisamente, determinar qué equipos serán cabezas de serie y cuáles no en el mundial. Únicamente los resultados de los últimos doce meses computan íntegramente. Los resultados del año anterior cuentan la mitad y los de hace tres o cuatro años tienen un peso aún menor. ¿En qué se traduce esto? Si los equipos dejan de ganar partidos, descenderán en la tabla. Además, el ranking castiga la inactividad: si juegas menos de cinco partidos al año, tus puntos se dividen.

El número de puntos obtenidos en un partido depende del resultado, de su importancia y del nivel del rival. Dependiendo del resultado, puedes sumar tres, uno o ningún punto (victoria, empate o derrota). Para garantizar que los equipos no sean conformistas y ofrezcan espectáculo, sobre todo en amistosos, los empates tienen poco peso.

La FIFA distingue cuatro tipos de partidos en función de su trascendencia: amistosos y torneos menores, eliminatorias mundialistas o de confederación (fase de clasificación para la Eurocopa, por ejemplo), fase final de confederación y, por último, fase final del mundial. Que no se calcule la tabla a partir solo de los resultados de las competiciones más importantes se interpreta como una medida democrática y aperturista. Si no se hiciera de esta manera, los equipos más débiles ni siquiera llegarían a formar parte del ranking, ya que algunos nunca se clasifican para las fases finales.

Para cuantificar el nivel del rival se toma como referencia su puesto en la clasificación, por un lado, y la confederación a la que pertenece, por otro. Para lo primero se le resta a 200 el puesto en el ranking del equipo en cuestión (Alemania, segunda clasificada, tiene un valor de 198). Como excepción, al líder se le asigna un valor de 200 y a las selecciones clasificadas del 150 para abajo, un valor mínimo de 50. Para lo segundo se tienen en cuenta los resultados obtenidos por los equipos de cada confederación en los últimos tres mundiales. Con el  objetivo de no distorsionar los resultados, computan solo los partidos entre equipos de distinta confederación.

Se dibuja un escenario en el que Europa y Sudamérica tienen las confederaciones más fuertes, seguidas por Centroamérica/Norteamérica, Asia y África y Oceanía. La FIFA reconoce que el cálculo incluye una corrección en los resultados que reduce las diferencias y garantiza que los mejores equipos de confederaciones débiles –Oceanía, sobre todo– también tengan la oportunidad de ascender en la clasificación.

¿Qué busca la FIFA con este sistema? Beneficiar a los equipos que ganen partidos contra rivales mejor clasificados. De ahí se entiende el enfado de Sudáfrica cuando se especuló con que su victoria ante España en el amistoso de hace algunas semanas podría no haber contado. Para que nos hagamos una idea: Sudáfrica jugó y ganó dos partidos amistosos durante el último parón de selecciones. El primero, contra Suazilandia, 185ª clasificada, le hizo sumar solo 129 puntos, mientras que la victoria ante la campeona del mundo multiplicó por cuatro ese registro.

“No sé mucho acerca del criterio utilizado por la FIFA, pero nuestra posición es absurda. No se entiende”. La frase es de hace unos meses, pero sirve bien para ilustrar una de las lagunas del sistema de clasificación. Pertenece a Luiz Felipe Scolari, seleccionador brasileño. Por primera vez en muchos meses, Brasil ha vuelto a meterse entre los diez mejores equipos, pero llegó a la Copa Confederaciones de este mismo verano ocupando la vigéisimosegunda posición del ranking. Scolari está convencido de que su pobre posición se debe más al mal enfoque de la FIFA que a los resultados de su equipo. “Si no jugamos partidos de clasificación, no podemos conseguir puntos. Le dije a los jugadores que no tienen nada que hacer al respecto”.

El caso de Brasil, cuyo puesto en el ranking probablemente deba hacernos dudar de la legitimidad del sistema, no ha sido el primero en generar controversia. Hay quien critica el procedimiento, que a menudo da lugar a grandes diferencias entre la posición de una selección en el ranking y su nivel real. Otros cuestionan el poco tiempo tenido en cuenta; si se cubriera un período de tiempo mayor, la clasificación sería más estable. “Que haya algo de racionalidad en los cálculos de la FIFA no significa que su ranking refleje el nivel real de los equipos”, escribió el periodista norteamericano Will Tidey, igualmente contrariado por la posición de Brasil.

“La versión corta es que el sistema es defectuoso”, publicó Michael Cummings a principios de año. “Los partidos de la Copa de África y de la Eurocopa tienen la misma importancia. Es estúpido que un partido entre Cabo Verde y Angola de la fase de grupos tenga el mismo peso que la final de la Eurocopa”.

En junio del año pasado, Jérôme Valcke, secretario general de la FIFA, salió al paso ante el alto volumen de críticas. El francés vino a decir que el ranking, aunque pudiera no parecer muy lógico, reflejaba la realidad, y reconoció que el sistema puede llevar a confusiones: “Sabemos que es difícil de entender porque hay muchos criterios y variables a tener en cuenta. Hemos tenido varias reuniones internas y esperamos encontrar la forma de explicar de la manera más sencilla posible en qué se basa el sistema”.

* Borja Herranz.




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