"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Nunca podremos dejar de darle importancia al hecho de que los discursos futbolísticos marcan las tendencias del juego e incluso aparecen como sistemas de análisis morales, enjuiciando y discriminando al valiente que trate de apostar por algo distinto. Así ha sido siempre. Desde que Brasil impusiera en los mundiales de Suecia o Chile las modificaciones tácticas más novedosas en los sistemas de juego y la aplicación de los mismos hasta hoy, época en la que el Barça, y por ende, España, han marcado casi como dogma la forma en la que se debe entender y practicar el juego. Incluso Alemania, pionera junto a Inglaterra del fútbol industrial más exagerado, ha encontrado en su metodología el nacimiento de jugadores técnicos y dinámicos, que apuestan por la pelota como punto de partida. La Roma, por ejemplo, club histórico, de acervo cultural ineludible, apostó por Luis Enrique en ese deseo intrínseco por querer jugar como el Barça. El modelo Barça es ganador, pero solo puedes jugarlo si tienes sus futbolistas.
Tal es el impacto de éste modelo de posición, que hemos llegado a reducir el fútbol a una batalla terminológica que se debate entre dos conceptos: tener la pelota o no tenerla, como si eso fuese lo más importante de un estilo de juego. Si tú tienes el balón, pero yo decido cuándo, cómo y a qué altura lo robo y cuando recupero y ataco siempre lo hago en ventaja… ¿quién está realmente dominándolo? Hemos olvidado que los espacios y el dominio de los conceptos posicionales más evidentes suponen la principal ventaja táctica en un partido de fútbol, mucho más que ese “dominio” de la pelota que ahora se ha establecido como baremo para medir la justicia o injusticia de un resultado. El FC Barcelona, por ejemplo, los ocupa a través de la pelota, porque atendiendo a sus características es la mejor forma de organizarse ofensiva y defensivamente. Hay otros que prefieren regalarla porque no tienen jugadores para mantenerla con sentido. En el fútbol no hay románticos. Y Pep Guardiola tampoco pertenece a esa saga de entrenadores en los que prevalece la belleza estética sobre la victoria. Él es un pragmático y todas sus decisiones van orientadas a ganar, no a grabar un mensaje de excelencia que cale en el público.
No importa cuánto tengas o no la pelota, sino la calidad de las posesiones, la capacidad para saber qué hacer cuando la tengas y la forma de posicionarte cuando no la tengas. El Barca organizó su fútbol a la velocidad de Xavi con el objetivo de que Leo Messi decidiera. Entendió que la mejor forma de superar las líneas de presión era a través de los apoyos cortos y la capacidad de sus futbolistas de situarse a las espaldas del rival. La paciencia como virtud para encontrar el espacio. La horizontalidad que se convertía en verticalidad cuando aparecía la fisura por la que atravesar la defensa. El oxígeno de Xavi, termómetro colectivo, es la pelota. Y cuanto más la tenga él, más respira el Barcelona. El objetivo de tener la pelota tiene relación con su organización defensiva. Si no tienes jugadores eminentemente físicos que te permitan recuperarte en un retorno defensivo intenso, ¿hay algo más acertado que optimizar la calidad de la pérdida? ¿El fin? Perderla en el lugar donde no suponga un evidente problema para después volver a recuperarla.
El Athletic o el Real Madrid, por ejemplo, son partidarios de un fútbol más urgente que el Barcelona. El recurso también es la pelota, pero el objetivo es tenerla de una forma distinta. Verticalidad, dinamismo, no importa que las posesiones sean largas, sino que sean continuas. Las jugadas se finalizan, no se reinician. Si orientas tu modelo de juego en un futbolista como Cristiano Ronaldo, no puedes, ni debes, pretender que los pases en corto y los apoyos horizontales tengan especial sentido en tu dinámica colectiva, porque Cristiano no domina la técnica del pase corto y puedes llegar a contaminar la posesión. Hay que encontrar las bases en las que se creen situaciones donde tus mejores futbolistas se sientan cómodos. En un clima de paciencia, alejados de la agitación emocional, Athletic de Bilbao o Real Madrid serían mucho menos determinantes en su juego. No son equipos parecidos, porque el Athletic concede un terreno que el Madrid no puede permitirse regalar, pero apuestan por una idea de verticalidad como base de sus posesiones.
Lo escuchamos a menudo, pero algunos parece que están más empeñados en seguir lo que dictan las modas que en saber adaptar el juego a sus futbolistas. Todo ese discurso de posesión ha traído consigo la ampulosa consecuencia de que equipos que no tienen futbolistas para mantenerla con seguridad, lleguen a hacerlo por decreto. Hasta el Sporting de Gijón y equipos de la zona baja de la tabla han intentado sacar la pelota desde atrás. ¿Consecuencias? Fallos técnicos en el pase, pérdidas en zonas comprometidas y goles que se podrían haber evitado si se hubiese elegido por sacrificar esa idea en virtud de tus mejores y más determinantes capacidades. El Atlético de Madrid de Simeone y el Levante de Juan Ignacio Martínez representan más que nadie esa virtud de salirse de los establecido y aprovecharse del harakiri del resto. Conocían sus virtudes, sabían dónde eran fuertes y dónde eran débiles, y mientras el resto se concentraba en mantener posesiones infructuosas, ellos prefirieron llegar a la victoria de una forma igual de válida. Línea defensiva replegada, presión flotante, defensa a lo ancho del campo con jugadores para cerrar por dentro y Diego-Arda-Adrián-Falcao por un lado y Barkero-Valdo-Koné por el otro, algo más liberados para montar las contras. ¿Los resultados? A la vista de todos. El Levante con el sueño europeo por bandera y el Atlético quinto y campeón de Europa League.
Un buen entrenador es el que sabe lo que tiene, crea un contexto donde las virtudes de su equipo tengan el máximo peso y consigue buenos resultados. Tener una plantilla y lograr situaciones de sinergia colectiva. No necesitamos solo buenos futbolistas, sino jugadores que compartan una forma de entender el fútbol. Conseguir aplicar un estilo de forma correcta, optimizando tus recursos, detectando tus virtudes y tapando tus defectos, por antiestético o criticado que sea por la opinión pública, es jugar bien. ¿La belleza? Un recurso de románticos que pretenden que el fútbol sea literatura. El juego del Barca no es bello porque pretenda serlo, sino por arrastramiento, porque es, para sus jugadores, la mejor forma de llegar a la victoria.
Llega entonces el Chelsea, gana una Champions y la teoría de que el fútbol sea porcelana desaparece. El mismo Chelsea de Mourinho es una muestra más que evidente de que el fútbol es de los futbolistas y de que el entrenador tiene ante sí la misión de gestionar recursos y egos individuales y ponerlos al servicio de un rendimiento colectivo. Tienes a Drogba, especialista en bajar balones imposibles; a Cech, con un brillante juego de pies; a Essien, intenso en la marca y capaz de llenar los espacios que nadie ocupa; y a Lampard, un maestro para interpretar las recepciones en la corona del área. Planteas un sistema donde tu equipo se sienta cómodo: líneas juntas, verticalidad, segundas jugadas, una forma más de demostrar que el fútbol y su riqueza nace de la variedad y que no pertenece a nadie.
“Traicionaron su estilo” parece que se ha convertido en el cliché de moda cuando el entrenador de un determinado equipo varía su forma de jugar en función del rival. Tampoco queda lejos esa de “Murieron con el estilo”, una muestra que sirve de aplauso a quien pierde, no es capaz de detectar debilidades, pero juega a lo mismo de siempre. Cuando se juega desde la inferioridad, modificar algunas líneas del patrón no es más que una señal de preparación y de talento para saber qué conviene en cada situación del juego. Los modelos no son inamovibles. Renovarse o morir, esa es la idea. El Barça de Pep ha sido distinto en sus 4 temporadas porque era la única forma de lograr que el éxito no fuese puntual. “Nadie nos conoce porque somos distintos”. Remodelación táctica como punto de partida para ser intratables.
Messi en banda derecha, Messi de falso 9, destrucción de los triángulos de posesión en favor de un cuadrado interior (doble falso 9 + doble pivote), Xavi subiendo a la mediapunta con Leo bajando a la base de la jugada… Infinitas soluciones para determinados fallos colectivos. No es traición: es inteligencia. Saber detectar qué necesita tu equipo y conseguir que siempre sea competitivo. A un entrenador le pagan para ganar, no para que sus jugadores pinten cuadros con los pies. “Me quieren porque gano” ,dijo el mismo Pep hace ya un tiempo.
El reto es la victoria, conseguir el máximo rendimiento con la plantilla de la que dispones. ¿Llevar la iniciativa? ¿Jugar vistoso? ¿Especulación? ¿Asumir riesgos? Cada cual interpreta sus necesidades y elige la forma que más le conviene. ¿El resto? Convertir el fútbol en lírica. ¿Mi consejo? Que consigan disfrutar de todos, porque hasta en los estilos menos atractivos para el espectador se esconde el trabajo de un grupo del que siempre es bueno aprender.
* Alejandro Sierra.
– Fotos: EFE – Kerin Okten
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