El club sin discurso (IV)

por el 24 octubre, 2013 • 6:09

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En los momentos decisivos que le tocaron vivir, cuando, como hemos dicho, la propaganda de los contrarios hacía del baldón el equipo del Régimen una verdad revelada, De Carlos no supo defender la imagen del Madrid. Quizá era la persona menos adecuada para ello.

Al margen de su propio ideario –del que ya dije que no tengo noticia, ni interés alguno por tenerla–, su propia imagen era la de una persona arcaica y  trasnochada. Fácil, por lo tanto, de vincular en el imaginario popular al Régimen anterior, a la España atrasada de cuyo pesado caparazón queríamos desprendernos, para ser europeos.

La debilidad de sus respuestas fue patente ante un discurso cada vez más agresivo del enemigo, sobre cuyo éxito se construiría, decenios después, el más general que identifica al Barcelona con la belleza y la virtud, y al Madrid con la fealdad y el pecado. Pero, insisto, las bases de este marco de pensamiento colectivo, que hoy parece tan difícil de modificar, se estaban poniendo entonces. Y De Carlos estaba contribuyendo desde dentro, por querer representar el papel del noble caballeroso frente al vulgar villano. O quizá no lo quería jugar, pero no supo ni sospechar lo que estaba sucediendo.

Parecía no entender que con esos rancios patrones, que además siempre sonaban a retirada, no se podía contestar eficazmente un discurso que tenía fácil calar en una sociedad emergente en la que, unos por convicción profunda y otros por mala conciencia, todos hacían protesta de aborrecer el viejo Régimen.

El 17 de octubre de 1979 abandonó la reunión de presidentes en la Federación Española por no encontrar mejor respuesta a las palabras del presidente Núñez, calificando a los árbitros españoles de parciales a favor del Madrid. Su junta directiva publicó una nota, al día siguiente, en la que se solidarizaba con la postura de su presidente y, ante los “agravios recibidos”, acordaba “cursar las pertinentes comunicaciones” a la Federación, “conforme a lo que determinan las normas y el reglamento en vigor”. Y decidía “no asistir a reunión oficial alguna” en la Federación “hasta que los casos planteados tengan la debida resolución”.

La nota de contestación del presidente Núñez, tras advertir que en la defensa de los intereses del F. C. Barcelona le importaba muy poco que “al Señor De Carlos» le gustara o no su «lenguaje directo y desprovisto de florituras” empeoraba ante la opinión pública la posición del Madrid, con una certera puñalada en el tercer espacio intercostal: “Opino que nuevos tiempos exigen nuevos estilos. Circunstancias que no vale la pena recordar obligaron a silencios a través de la historia que sostenerlos hoy sería como traicionar los ideales de justicia y libertad que simbolizan los colores azul y grana”.

En plena Transición, hasta el menos avisado se hubiera dado cuenta de la necesidad de contestar con la mayor dureza a esa nota. Tolerar que el Barcelona se apropiara de la bandera de la libertad, era tanto como dejarse escribir el discurso de la identificación del Madrid con la dictadura. Y sin embargo, tenía fácil la respuesta. Podría, por ejemplo, haber preguntado a Nuñez si esos mismos ideales de justicia y libertad habían presidido la decisión del F. C. Barcelona de oponerse al acuerdo de la Federación Catalana, que en 1936 invitó al Madrid, de la Madrid bombardeada por la Legión Cóndor, a disputar el campeonato de Catalunya. Pero probablemente ese, sí, verdadero agravio, ni siquiera estaba en el imaginario de De Carlos, que contestó con un caballeroso silencio estruendoso. Con ese presidente, la batalla estaba decididamente perdida.

Y sin embargo, tenía una plantilla que no carecía de ese carácter bronco y combativo de cuya ausencia adolecería en el futuro. A los Camacho, Juanito, Santillana y Cunninghan, se habían sumado los mejores del Castilla que jugó la final de Copa de 1980. Formaban un conjunto en el que se habría podido apoyar para construir el discurso meramente futbolístico. El de la tenacidad y el orgullo; el de la subordinación de los individuos al equipo; el de para el Madrid «nada es imposible», que muchos años después, usaría el líder de la fabricación de ropa deportiva. Incluso el de la cantera, haciendo de la necesidad virtud, dada la pésima situación económica de la sociedad. Porque era una plantilla sin estrellas mundiales, sí, pero capaz de conseguir disputar una final de la Copa de Europa, quince años después de la última. Con futbolistas acostumbrados a encarar la fatalidad, que habían hecho frente al Liverpool, en la final de París, con un equipo plagado de lesionados, tres días después de que, en un final de campeonato cruel, un gol en el último minuto de la Real Sociedad en El Molinón, les arrebatara, por el goalaverage particular, la Liga que creían ganada tras vencer 1-3 en Zorrilla. También a sus jugadores les defraudaría.

En octubre de 1981, cuando sobre el equipo aún pesaba el impacto emocional de la derrota ante el Liverpool, consiguieron con dificultad empatar en Sevilla, en su segunda salida fuera en la Liga. En la primera habían perdido con la Real. Eugenio Montes Cabeza, presidente del Sevilla, declaró: “Merino González forma parte de la cámara del Real Madrid”. De Carlos respondió: “Ofenden estas manifestaciones por provenir de quien provienen”, y una vez más, el retorno al aislamiento, disfrazado de plante romo e impotente : “El Real Madrid, sin que ello signifique su retirada, no pisará más la Federación Española de Fútbol”.

Los jugadores, hartos de la insistente propaganda sobre los supuestos favores arbitrales, quisieron publicar un comunicado en el que pedían “que los árbitros los elija el equipo rival”. Su presidente se lo prohibió.

Un año después, con motivo de la vuelta de la Supercopa de España en San Sebastián, a sus futbolistas les tiraban tantos tornillos, que parecía que  a las puertas de Atocha se hubiera desguazado un barco. El Madrid, en un partido que se recordará siempre por su violencia, jugó la prórroga con nueve jugadores. Para entonces, Pes Pérez era ya el paradigma del nuevo árbitro demócrata y actual.

El club sin discurso (I)

El club sin discurso (II)

– El club sin discurso (III)

* Manuel Matamoros es abogado.

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– Foto: Bob Thomas (Sports Photography)




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