La porquería se acumula a plena luz. Como la huelga de recogida de basuras en Sevilla, de pronto toda la suciedad parece emerger y juntarse a la vista, en la vía pública, como los cuerpos sin fin de las casas selladas en The Wire. Llama la atención la confluencia temporal de la corrupción política y la corrupción deportiva, ambas encima de la mesa y en el primer plano mediático desde hace semanas. Armstrong pareció dar el pistoletazo de salida con su interesada –y muy selectiva– confesión, desatando un goteo de sincericidios de mayor o menor magnitud, un particular se abre la veda modesto pero revelador. Luego, en el plano político, estallaron las cuestiones del señor Bárcenas, Ana Mato, los papeles B o la Fundación Ideas, por no hablar de los asuntos de CIU en Cataluña, eterno día de la marmota. Por último, el juicio por la Operación Puerto terminó de situar –a su manera– el foco en la trastienda del deporte, desatando una especulación chiquita pero creciente, sobre todo en internet, acerca de lo que ha pasado en las cloacas del circo deportivo, que mereciera ser investigado y debidamente judicializado. Que no es el caso.
Las evidencias en torno a Eufemiano Fuentes señalan y apuntan, en muchas y variadas direcciones, a gran número de profesionales de varias especialidades deportivas. Sin embargo, a la Fiscalía no parece interesarle caminar más allá del ciclismo, ese deporte de tramposos que nada tiene que ver con el resto de especialidades, limpias y ejemplares por definición. Que el ciclismo profesional es una farsa a muchos niveles que no está ni siquiera cerca de estar limpia no es menos cierto que el hecho extendido y absurdo de exculpar por defecto a según qué deportes. Pese a los evidentes indicios de presunta implicación de atletas, boxeadores, tenistas o futbolistas, no se preguntará por los nombres en clave de las bolsas; motes, mascotas y en muchas ocasiones burdos y evidentes alias de figuras importantes y conocidas. El presunto doping de la Real Sociedad de Badiola, por ejemplo, debería bastar para que la entera dirección judicial, o al menos la mediática, diera un giro de 180 grados y recogiera toda la gravedad del asunto, pero su repercusión ha circulado con sordina. El ruido de la verbena deportiva, que no para ni entre semana, acalla siempre a los objetores. Por supuesto, el ciclismo tiene el protagonismo –desde hace años– pero tampoco él está siendo, ni por asomo, investigado debidamente.
No son pocos quienes sostienen, incluso, que el doping sistemático del ciclismo ha terminado por contagiar al resto de deportes. ¿Qué les hace pensar que no existe por sí misma la trampa médica o de cualquier tipo en especialidades más profesionalizadas, mucho más opacas y que cuentan con muchísimos más medios, que concentran mucho más volumen de negocio? No solo es absurdo sino que además hay muchos indicios que lo desmienten. Concentrar la mirada solo en el ciclismo, cosa que este se ha ganado a pulso, es una manera eficaz de aislar el problema y convertirlo en compartimento estanco, a salvo de lugares demasiado importantes para ser tocados por la porquería. Siempre es más sencillo estigmatizar un deporte de fama prácticamente irrecuperable y de repercusión mediática relativamente modesta que prender fuego a los jardines prohibidos y tirar a la basura los pósters de la pared. La cuestión sería investigar si las joyas de la corona del país son falsas, si la supuesta frase de Eufemiano Fuentes, por ejemplo, es simple bravuconada, exageración o bomba más o menos veraz –“Si yo hablara, España no tendría ni Eurocopa ni Mundial”–. Queda la gran duda, por tanto, de saber si la basura sobre el mostrador es tan solo la antesala convenida de una porquería mucho mayor que no verá la luz en el país de los butrones.
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: EFE
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