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A lo largo de la temporada, Mourinho se hartado de decir que su equipo estaba en proceso, que esta era una temporada de transición, que había posiciones demasiado débiles en la plantilla (el mediocentro hasta que llegó Matic –que no puede disputar Champions– y la punta de ataque) como para competir en la élite, que muchos de sus jugadores clave estaban demasiado tiernos en partidos del máximo calibre y que todo gran resultado que llegara sería de un mérito muy a tener en cuenta. El buen funcionamiento del equipo daba la razón a los que aseguraban que eran argucias para vaciar de presión a sus hombres, y el PSG se presentaba como perfecta barra de medir la veracidad de las palabras de Mourinho y la realidad de su equipo.
En el once de Blanc no hubo sorpresas y en su 4-3-3 habitual se ubicó Motta por delante de la zaga con Verratti y Matuidi de interiores, Cavani y Lavezzi en los extremos e Ibrahimovic en la zona de nueve, donde sale dibujado en el inicio para ir difuminando su zona de influencia hasta campo propio.
Mourinho, que movía con negras por lo previsible de la puesta en escena del equipo parisino, optó por el 4-2-3-1 con Ramires y David Luiz en el doble pivote y sin delantero centro nato, dejando a Fernando Torres en el banquillo –Eto’o continúa lesionado– y otorgando el puesto a Schürrle, en mejor forma que el de Fuenlabrada y con el que se aseguraba sacrificio y calidad en la presión y capacidad para lanzar, desmarcar y definir a la contra –así decidió ante el Arsenal en los primeros diez minutos de partido–, además de ser un activo más para asociarse y protegerse con balón en ataque estático.
Hasta el gol de Lavezzi a los tres minutos, la zona de presión intensa de cada equipo explicaba los objetivos de cada uno. Mientras la medular del Chelsea intentaba ahogar en campo propio a Verratti para entorpecer la elaboración y en el mejor de los casos robar para explotar su poderoso contragolpe, el PSG fue a la nuez del Chelsea desde el inicio buscando robar arriba y generar peligro de forma directa. Con el Chelsea metido en su área, donde tan seguro se siente defendiendo a pesar de la claustrofóbica sensación que transmite, Verratti oxigenó una jugada abocada a perderse en el aglutinamiento de jugadores en la frontal cediendo el balón atrás a Motta, este abrió a Matuidi, que se incorporaba por el carril izquierdo, su centro lo rechazó Terry –incomprensiblemente en trayectoria perpendicular a portería– y el balón cayó a Lavezzi, que de zurdazo a bote pronto reventó la meta de Cech.
Los parámetros iniciales cambiaron tras el gol. El PSG no se atrevió a comprobar hasta qué punto podía haber dañado el gol a los de Mourinho ni dejó que la euforia le espoleara, bajó la intensidad, se ordenó atrás y cedió la iniciativa al Chelsea. Los blues, sin dinamismo en la elaboración y con Hazard acosado por Jallet –que no le concedió ni un palmo en todo el encuentro– y sus respectivas ayudas, llegaban al área mediante conducciones de David Luiz batiendo líneas por el carril central o cargando el ataque en la banda derecha, donde Willian e Ivanovic se asociaban para intentar generar ventajas. Por esta última vertiente se gestó el empate. Willian filtró un pase a Oscar, que esperaba dentro del área, Thiago Silva quiso anticipar pero se pasó de frenada, el mediapunta brasileño llegó antes y el exjugador del Milan lo atropelló. Penalti transformado por Hazard y 1-1. Costaba creerlo. Ambos equipos con todo controlado, compactos, sin apenas fisuras, y dos inexplicables errores individuales de dos centrales como dos castillos habían golpeado la eliminatoria en menos de media hora.
El plan para frenar a Ibra y Cavani –que solo tocarían un balón cada uno dentro del área rival en toda la primera parte– funcionaba a la perfección, pero la movilidad de Lavezzi, inquieto, activo, veloz e incómodo como siempre era un quebradero de cabeza para la zaga londinense. En la jugada previa al penalti que había supuesto el empate, el delantero argentino había tirado un desmarque en ruptura a la espalda de Cahill que Ibrahimovic interpretó de forma genial filtrando el último pase de una contra que Lavezzi no logró traducir en el 2-0, y tras el 1-1 siguió siendo protagonista de todos los ataques parisinos, máxima amenaza junto a las incorporaciones de los laterales y el balón parado, donde lo que parecía una grandísima virtud del Chelsea –y por supuesto lo es– empequeñecía frente al que probablemente sea el equipo número uno en esta faceta.
La baza de Ibrahimovic no hizo el daño que apuntaba, y eso que Blanc y él mismo lo probaron todo. Tras comprobar rápidamente que ante Terry, Cahill e Ivanovic buscar el pecho del delantero sueco en los desplazamientos largos no iba a ser tan productivo como ante otras zagas con menos hechuras y que a la hora de jugar de cara en la mediapunta no hay otro como Ibra en el equipo, Blanc prefirió que fuesen otros los que pelearan duelos aéreos y se sacrificaran jugando de espaldas para que Zlatan se beneficiara de las segundas jugadas y recibiera de cara. Sin embargo, las veces que consiguió su propósito estuvo apático y previsible, sin ese descaro con el que abusa de defensas menores, y el equipo lo acusó en el primer tiempo.
En el último tramo de la primera parte apareció Hazard, como siempre en pequeñas dosis, pero con potencial sobrado para decidir. Willian, que vio cómo el belga se zafaba de la marca de Jallet, le colgó un balón pasado el segundo palo, Hazard se acomodó para empalar de volea y estrelló el balón en el poste. Al Chelsea el resultado le sabía a poco en la retirada a vestuarios, mientras el PSG sabía que de encontrar el equilibrio de su centro del campo iban a depender sus posibilidades en el segundo tiempo, y así iba a ser.
Con Matuidi más descolgado, Verratti y Motta se complementaron para hacerse dueños del centro del campo y a partir de ahí empezar a ganar el partido. El exjugador del Barça le guardaba la espalda al discípulo de Zeman, daba continuidad al juego con pases de seguridad afianzando la posesión y se batía en el cuerpo a cuerpo con Ramires y David Luiz, mientras que Verratti exhibía fluidez en la circulación, ofrecía siempre una línea de pase limpia a Motta en el inicio de la jugada y escondía el balón a Ramires, que con temprana tarjeta amarilla –se perderá la vuelta por acumulación– jugó con fuego durante todo el partido. El Chelsea, sin noticias de Schürrle y Oscar, se apoyó en Willian, que pasó a ocupar posiciones más interiores en busca de la presencia que Oscar no conseguía tener en esa zona, pero aun así las jugadas morían antes de llegar al área. Salió Torres por Schürrle en el minuto 58, pero el español, desconectado y sin chispa, no logró meterse en el encuentro en ningún momento.
Al cuarto de hora del segundo tiempo, Lavezzi se dispuso a botar una falta con la pierna derecha desde la izquierda, perfecto para conseguir esa comba en dirección a portería que si salva la primera cabeza se transforma en una lotería en la que el portero tiene todas las de perder. Ese fue el lanzamiento y ese su destino. Cech dudó entre atacar la bola y arriesgar a que el mínimo toque le cambiara la trayectoria o quedarse bajo palos y rezar lo que supiera. Eligió lo segundo, sus plegarias no las escuchó nadie y David Luiz, cuando el gol era inevitable lo acabó de remachar a portería en contra de su voluntad. Otro error en medio del orden y expectación por ver cómo se rompía el partido esta vez.
Al 2-1 le sucedieron cinco minutos vertiginosos de alternativas hasta la lesión de Ibrahimovic. El sueco deja pasar sin pena ni gloria otra gran noche en la que dejar huella, escapando otra oportunidad de escribir su historia fuera de los renglones de la competición doméstica –donde lo hace con letras de oro–, allí donde firman los más grandes, donde su espacio lleva reservado casi una década. Entró Lucas Moura y revolucionó el encuentro, no solo por su calidad, sino por lo difícil de asimilar para una zaga el drástico cambio de pasar de defender el radio de Ibra a protegerse de las diagonales del brasileño, que pasa en moto donde otros piden permiso para cruzar andando. El exjugador del Sao Paulo se ubicó en la derecha y Cavani pasó a ocupar esa posición de nueve que tanto echa de menos.
Mourinho metió a Lampard por Oscar para reforzar el centro del campo, casi al tiempo que Verratti caía también lesionado, dejando su sitio a Cabaye, un recambio de primer nivel. Con Cabaye como interior la baja de Verratti pasó desapercibida; se instaló en el orden creado y siguió llevando al equipo en la misma marcha que lo había dejado el italiano. Mientras, Lucas Moura dejaba conducciones para el recuerdo rajando el centro del campo a base de eslálons, autopases, bicicletas y cambios de ritmo, y Cavani aparecía para poner la miel en los labios al Parque de los Príncipes con un disparo que se fue rozando el palo largo tras una gran acción.
Para el último esfuerzo entró Pastore por Lavezzi, y sería el argentino el que pondría con su gol un mundo entre el resultado que ambos técnicos firmaban con el tiempo cumplido y el 3-1 que golpeaba seriamente la eliminatoria. Pastore recogió un balón en el córner, burló a Azpilicueta y a Lampard –le faltó tensión al inglés– y batió por bajo a Cech en lo que Mourinho definiría en la rueda de prensa posterior como “una broma. No un gol, sino una broma”.
No era partido seguramente de 3-1, pero al Chelsea le pusieron frente al espejo el techo europeo actual –con permiso del Bayern y quizá algún otro–, no ya de juego, sino de todo lo que le atañe. Moura, Cabaye y Pastore fueron los cambios del PSG y Cavani y Zlatan sus delanteros, mientras que Mourinho jugó sin delantero porque ahora mismo no tiene, porque a Torres se le lleva esperando tres años y Eto’o ya cerró hace tiempo su etapa de nueve contundente, constante, decisivo y fiable. La profundidad de plantilla del PSG y el año y medio de trabajo de Ancelotti en el club parisino es un hándicap del equipo inglés frente al francés, que empieza a merodear su momento dulce para ser campeón de Europa y cuyo técnico empieza a dejar poso de fenómeno en lo suyo. El Chelsea ha adelantado mucho terreno este año, pero incluso aunque remonte la eliminatoria seguirá detrás de este transatlántico cuyo destino está escrito. Falta saber si será o no este año.
* Alberto Egea.
– Foto: Paris Saint-Germain
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