“No tengo un físico privilegiado; por tanto, debo pensar rápido. En el fútbol hay dos tipos de velocidad. Por un lado, la velocidad para la acción, como la que tiene Messi, que puede hacer 200 cosas en un segundo, o Cristiano Ronaldo. Y también está la velocidad mental. Algunos tienen en la cabeza un tope de 80 kilómetros/hora, otro de 200 km/h. Yo intento llegar al 200. Esto significa saber siempre dónde estás ubicado en el campo para saber qué hacer con el balón antes de que te llegue. Eso se aprende desde pequeño en el Barça. Cuando se me acerca un jugador, en el 99% de los casos es más fuerte que yo. Por tanto, sólo tengo una solución: pensar más rápido. Dar un paso, un movimiento, desmarcarme, hacer una finta, tirar un pase al hueco. Este tipo de velocidad es hoy casi más importante que la pura velocidad física”.
La actuación de Xavi Hernández el pasado miércoles en San Siro me obliga a releer la extraordinaria entrevista que concedió a Javier Cáceres el pasado mes de julio para el periódico alemán Süddeutsche Zeitung. La velocidad mental. Superar con las neuronas la potencia física. Podría parecer que hablamos de ajedrez en vez de fútbol y, en ocasiones, los movimientos tácticos que ordenan algunos técnicos nos lo hacen creer. Xavi es el cerebro más rápido del Oeste. Cuando el Barça era víctima del desorden y el descontrol al que le abocaba un Milan bravo, Hernández fue el primero en comprender que el equipo necesitaba calma y temple y, desde la jerarquía, recordó a sus compañeros que el balón es lo que organiza al Barça. Lo pidió, se apropió de él, descendió a los principios fundamentales del juego de posición y convocó a sus colegas a una fiesta de la asociación pausada y el pensamiento veloz.
Rescato otra idea que expresa Xavi en la entrevista: “Si noto que Messi no ha estado en contacto con el balón desde hace cinco minutos, entonces pienso: Así no va. No puede ser. ¿Dónde está? Y cuando le encuentro, lo agarro y le digo: ven, acércate, comencemos a jugar, ven. Leo es un atacante y los atacantes se apagan a veces. Como si estuvieran en off. A veces, cuando no recibe el balón o sufre un marcaje estrecho, Leo se amarga. Pero cuando se acerca al mediocampo, se alegra de nuevo. Eso lo disfruta porque puede tocar la pelota una, dos, tres veces y entonces todo vuelve a girar y comienza un ataque. A mí me ocurre igual: cuando no tengo contacto permanente con el balón, me falta algo. Por eso voy siempre donde está la pelota para ayudar al compañero a lograr superioridad numérica”. Xavi, cuya descomunal dimensión futbolística echaremos en falta cuando no esté, es el gran lector de partidos, el cerebro que decodifica lo que está ocurriendo, el médico que aplica el remedio certero.
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