Si poseen un mínimo de inquietud intelectual, las escuelas internacionales de negocios abrirán un nuevo caso de estudio sobre el FC Barcelona. Si hace unos años Harvard dedicó uno de dichos casos a la construcción del modelo de éxito en el Barça, ahora ya almacenan datos suficientes para elaborar otro caso: la demolición de dicho modelo.
El punto de partida de semejante proceso destructivo fue el 13 de junio de 2010, día en que 35.021 socios otorgaron a Sandro Rosell el mayor respaldo que jamás conoció un presidente de la entidad. En el mismo momento, Rosell recibió también la mejor herencia deportiva de la que jamás había dispuesto ningún presidente anterior. Empleando el viejo axioma de “apártate tú, que yo sé cómo se hace” e investido de todos los poderes y legitimidad posibles, Sandro optó por el derribo del modelo construido con el fin de erigir otro que llevara su sello y firma. A fe que lo ha logrado.
El proceso destructivo se asentó dos pilares: el rencor y la soberbia. Y contó con dos apoyos formidables: una mayoría de votantes y un amplio segmento de medios de comunicación. El voto social ha sido pronuñista en el 80 % de los últimos 35 años: votando directamente a Núñez o a su colaborador Gaspart o a su heredero sociológico Rosell. Ni siquiera la irrefutable realidad de que los grandes períodos recientes de éxito siempre han tenido por protagonista a Johan Cruyff (en vivo o inspirando a Laporta, Txiki o Guardiola) modificó esta tendencia social. El apoyo mediático a Rosell tampoco extrañó, no solo porque los medios barceloneses sean proclives al poder blaugrana por definición. Intereses empresariales o de capital riesgo, en el caso de Rosell y varios de sus colaboradores, estaban demasiado alineados con los de algunos medios de comunicación como para que no existiera ese apoyo. De ahí que el coronel Sandro siempre tuvo quien le escribió.
Josep Mª Bartomeu, colaborador imprescindible en este proceso, gestiona ahora los estertores.
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