"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
En el baloncesto se está viviendo un momento que parece clave para definir cómo será su futuro. Seguramente cambiará la concepción del juego, como lo hizo la aparición de la línea de tres o la prohibición de la defensa zonal en la NBA. Esta vez, al contrario que los cambios citados, es algo más paulatino. Desde hace más o menos cuatro años, la evolución del baloncesto a la que nos estamos refiriendo se va observando en las diferentes canchas del mundo.
No sabemos si es por necesidad o por convicción. Lo único cierto es que la NBA se ha dado cuenta de ello. Mostrándose, una vez más, conocedora de la realidad, lo ha puesto de manifiesto suprimiendo el puesto de center para la elección de los jugadores para su All-Star. No sabemos si lo hace por la falta de 5 de calidad o por la gran cantidad de equipos que juegan sin un pívot claro.
En torno a esa pregunta gira el debate. ¿Es la falta de centers la que obliga a cambiar el juego? ¿Estamos ante una circunstancia puntual? ¿Es un cambio en la estructura del juego que ha venido para quedarse? Seguramente primero fue la falta de hombres altos y después la gran calidad y cantidad de fundamentos que tienen los nuevos jugadores que permiten muchas más opciones tácticas a los técnicos por la versatilidad que encuentran en sus plantillas. Pero veamos cómo comenzó todo.
A principios del presente siglo O’Neal dominaba la pintura de la NBA. Era un hombre alto capaz de decidir él solo los partidos y los campeonatos. Su presencia terminó con los grandes pívots de los 90, los Olajuwon, Erwing, Robinson, etc. Con la retirada de esos pívots, nadie era capaz ni siquiera de acercarse al nivel de O’Neal. Todos los grandes equipos buscaban pívots para pararle y ser competitivos.
En ese intento se cometieron barbaridades impresionantes. El simple hecho de ser un hombre alto y de haber hecho algún que otro buen partido te aseguraba un contrato multimillonario en la NBA. No en cualquier equipo, no. En equipos aspirantes al anillo. Así, por ejemplo, Jerome James firmó un contrato cercano a los 30 millones de dólares por 5 temporadas con New York Knicks, cuando simplemente se le recordaban un par de partidos buenos en los Sonics.
Hoy en día, nadie, absolutamente nadie pagaría esas barbaridades por alguien con esos números por el simple hecho de ser alto. Bueno, quizá siempre pueda aparecer alguna excepción. Las inversiones en ese estilo de jugadores de nivel medio-bajo, pagados a sueldo de estrella resultaron ruinosas. ¿Quién se acuerda de la carrera de Jerome James? ¿Se acuerda alguien de Elson y Oberto, que eran los cincos puros en el último anillo de los Spurs?
De esas inversiones se pasó a buscar a jóvenes altos para intentar que ocupasen ese rol en decadencia, pero sin la necesidad de pagar tanto. Tampoco resultó; se premiaba más el físico, la estatura y el peso que la calidad y terminaban por ser jugadores marginales en las plantillas. Ante esta falta de centers de calidad, durante muchos minutos los equipos comenzaron a jugar con sus 4 de único hombre alto.
Así ganó Duncan su último anillo, jugando mucho de 5; así comenzaba a jugar bastante Nowitzki; así fueron evolucionando Gasol o Garnett. Pero no era el plan inicial. Era algo sobrevenido, como una manifestación del fracaso alcanzado en el intento de encontrar ese hombre alto que permitiese jugar con alguien por dentro. Pero de repente el plan B pasó a ser la primera idea.
En los JJ. OO. de Pekín, la selección de Estados Unidos sorprendió a todos con una confección de plantilla inusual. Todos dijimos que faltaba un center. Mirábamos los equipos de la NBA y veíamos 5 superiores a los de las demás selecciones. Sin embargo, alguien se dio cuenta de que para llevar a esos pívots de calidad media (como Perkins, que se quedó fuera siendo titular en los Celtics campeones de la NBA de ese mismo año) debía dejar en casa algún jugador de mayor talento.
Así, en los 12 hombres que fueron campeones olímpicos, solamente había un cinco (Howard) y dos cuatros (Bosh y Boozer). El seleccionador estadounidense jugó muchas veces con gente como Carmelo o LeBron en la pintura, acompañando a Bosh o Boozer. Era la primera vez que, si la memoria no nos falla, veíamos a un equipo apostar decididamente por jugar sin un center claro.
De repente, aquello que entendíamos como 4 ya no servía. El 5 no lo era. Como dice Bruno Altieri en un sensacional artículo (1), es como si de repente, en el ajedrez el caballo pudiese moverse como la reina, o el alfil como la torre. Ver jugar a la selección de EE. UU. de basket se convertía en algo novedoso, donde todos hacían de todo, con la única intención de explotar al máximo sus cualidades, como cuando Guardiola puso en la final del Mundial de Clubes a todos los centrocampistas juntos, sin que nadie supiese exactamente de qué jugaban.
Las diferentes selecciones americanas en los años 2010 y 2012 siguieron ese camino: primar el talento por encima de todo, sin importar la rigidez que comporta adecuarse a la definición clásica de las cinco posiciones que históricamente se han utilizado en el baloncesto. Este camino lo están siguiendo algunos equipos en la NBA, aunque de forma más paulatina.
De hecho, aún hoy son minoría los equipos que han decidido desistir en el empeño de buscar cincos de calidad. Pero resulta que quien más claramente está optando por romper las rígidas estructuras del baloncesto para entrar abiertamente en el siglo XXI es el actual campeón de la NBA. Los Miami Heat, de la mano de Spoelstra, son el mejor exponente de la evolución del basket.
El técnico asume su forma de jugar al baloncesto como un mecanismo de supervivencia, de adaptación a las características de sus jugadores, rechazando ser el abanderado de ninguna revolución táctica (2). Pueda que tenga razón. Tal vez pretender jugar como lo hace Miami sin tener a alguien con las capacidades de LeBron sea imposible.
Pero también lo resultaría sin la intención inicial de Spoelstra. Sin la voluntad del técnico hubiese sido inimaginable ver a Battier defender a un hombre alto o ver a Bosh pelearse con hombres mucho más fuertes y altos que él en la pintura. Sin su insistencia, no se hubiera reforzado la idea y el camino trazado el año pasado, incorporando al equipo a hombres como Allen o Lewis, perfiles de jugadores que Miami ya tiene, pero que están colaborando en la consolidación de este modelo, sumando su talento al que ya había.
Especialistas en Estados Unidos llevan tiempo intentando plasmar toda está evolución del baloncesto. Incluso están redefiniendo las posiciones. Buscando nuevos nombres y glosando las características de cada una de ellas (3), (4). Sinceramente, no estaríamos en disposición de ir tan lejos. Nos gusta más quedarnos en algo más sencillo.
Decía Aíto en una reciente entrevista en El País que “el baloncesto actual es previsible y rutinario” (5). Lo achaca a lo sobreanalizado que está el juego y propone al talento como solución a ello. Es precisamente la vía por la que ha optado Spoelstra: poner en el campo la mayor cantidad de talento posible, para que con el esfuerzo y dedicación táctica necesaria sean capaces de esconder sus defectos e imponer sus virtudes.
Siempre ha habido jugadores capaces de hacer de todo. Magic podía jugar de lo que quería. Lo mismo se puede decir de Jordan. En Europa, Kukoc era el mejor jugando allí donde le mandasen. Andrés Montes bautizó a Tim Duncan como Siglo XXI. Actualmente, estrellas como LeBron, Durant, Carmelo, Griffin, Love y algún otro tienen los fundamentos para jugar de lo que quieran.
Todos los expertos coinciden en que el talento no se enseña, se nace con él. Lo que si se puede aprender es a entender el baloncesto de forma global, haciendo que el jugador sea capaz de comprender y ejecutar todas las facetas del juego, haciendo más sencilla la adaptación a cualquier situación que proponga un partido.
La evolución del juego está haciendo que cada vez resulte más difícil encontrar a alguien a quien le guste pelearse en la pintura. Quizá sea un reflejo de la sociedad misma. Para jugar en la pintura se requiere esfuerzo, contacto, lucha, sacrificio, virtudes todas ellas cada vez más en regresión.
No sabemos cómo será el futuro. Si el estilo de juego de la selección estadounidense y de los Heat se impondrá o no. Simplemente sabemos que como simples amantes del basket, cuando nos sentamos delante del televisor queremos ver a los mejores jugadores, sin importarnos su peso y su altura.
* Daniel Arias.
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– Fotos: Toni L. Sandys (The Washington Post) – AP
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