"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Un axioma clásico del fútbol es que todo se resuelve en las dos áreas. Es un modo de concebir este juego. Un modo interesante y rotundo que se apoya en cientos de certezas comprobables y pruebas testificales. Sin embargo, no es el axioma definitivo, pues existe otro, de características bastante opuestas, que plantea que el fútbol es de los centrocampistas. Y que lo que sucede en las áreas es fruto de lo que se construye en la zona central del campo.
No se trata de que un modo de entender el fútbol sea superior al otro, pero sí revela posiciones antagónicas entre quienes apuestan por las áreas como parcelas esenciales y quienes piensan que el remate final sólo es consecuencia de un camino imprescindible e inevitable por los pasillos centrales. En esta segunda forma de concebir el juego, lo que verdaderamente importa no es el número de defensas que alineas, sino el de centrocampistas que presentas. Y su perfil. Aunque hay mucha gente distraída contabilizando defensores del Barça, la clave está en el centro del campo, tanto si el dibujo es un rombo, un diamante o el trapecio que viene configurándose en semanas recientes. Guardiola ha apostado con rotundidad por sumar centrocampistas a fin de multiplicar sus efectos. Ya explicamos en su día que, además, había terminado con la vieja idea de los complementos, según la cual a un creativo había que sumarle un destructivo y a un cerebro, adosarle un músculo. Principio de complementariedad, se denomina a esta propuesta de combinar diferentes para buscar un equilibrio improbable. Guardiola rechazó la idea en beneficio del contexto y cargó el equipo con casi clones, buscando profundizar en el juego por dentro.
Hay una historia clarificadora al respecto. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ministro británico del Aire convocó fórmulas para blindar sus bombarderos y evitar tantas bajas. Un matemático, Abraham Wald, examinó los aviones perforados de balas y lanzó una propuesta a contracorriente: “Hay que mejorar el blindaje de los aviones justo en los lugares en los que estos no han sido alcanzados”. Wald escandalizó a los expertos del ministerio, pero tenía razón: si aquellos bombarderos habían logrado regresar a la base pese a ser ametrallados en varias zonas, significaba que podían volar pese a los agujeros. Por tanto, lo que convenía reforzar eran las zonas no agujereadas, las mismas que probablemente habían supuesto el derribo de otros aviones. Wald, fundador del análisis secuencial, tuvo razón en la cuestión de los bombarderos británicos: no eran los puntos débiles los que había que reforzar, sino los fuertes. En eso imagino a Guardiola: en reforzar a sus centrocampistas y recordarle a Messi que será más grande como individuo si se fusiona en el colectivo.
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