"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Primera División / Fútbol / España
Si intentas buscarme las cosquillas con una respuesta rápida, es probable que no supiese cuál elegir de entre la multitud de ideas que revolotean por mi cabeza. Podría decirte que soy un masoquista y que prefiero hacer, a que me den hecho; que comer una barra de pan recién salida del horno es más fácil que irte a buscar por tu cuenta harina, sal y levadura, para después mezclarlo en agua; sería imprudente reconocer que caminar por el filo de la navaja me crea una sensación de euforia que jamás será comparable con la felicidad por inercia; prefiero el sudor frío, el precipicio temprano y la muerte acechando. Así, y solo así, es como más se disfrutan las buenas noticias y las alegrías de verdad. El ganar después de haber perdido tanto siempre es más satisfactorio que el triunfo inherente; la primera división siempre es más hermosa, después de haberte manchado hasta los ojos de barro; el camino que va desde metro Nueva Numancia hasta el Estadio de Vallecas, se hace más ameno desde que está él. Me dicen que podría bajarme en Portazgo, que la parada está pegada al campo de mi vida, pero me da igual. También me decían que el Rayo Vallecano no era un equipo diseñado para estar en la elite; que en una ciudad con dos mastodontes como Real Madrid y Atlético no había hueco para un pequeño barrio humilde. Entonces vino él, y empezó a desmontarlo todo.
Aníbal Troilo, músico y compositor argentino, dijo en vida una frase que vale para explicar toda esta locura: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre estoy llegando”. Paco Jémez llegó en verano de 2012 al Rayo Vallecano. Poco antes, los franjirrojos estuvieron caminando por ese filo de la navaja que ha sido siempre su historia. Un soplido y la segunda división se hubiese abalanzado sobre ellos. No fue así y, desde ese mismo instante, un haz de luz cegadora se reveló contra el orden preestablecido. Armó un equipo unido a dos filosofías claras y remarcadas; tanto futbolística como sentimentalmente. La primera tenía que ver con el balón. Le dio igual que tuvieran un empeine exquisito o dos patas de palo; ese señor elegante y sin pelo quería la pelota. La quería todo el tiempo. La segunda, sentimiento de pertenencia. El sino más difícil de conseguir en el fútbol; con un handicap más extra: todo el mundo sabe a qué equipo llega cuando se viste la camiseta del F. C. Barcelona. Con la del Rayo Vallecano no es tan sencillo. En primera división hay una decena de equipos que son el escaparate. El 90 por ciento de los futbolistas quieren llegar a la máxima competición y, después, hacerse ver. Ego personal para crecimiento escalonado. Paco Jémez consiguió, no sin disgustos, hacer entrar en vereda a esos jugadores que tuvo a su disposición de qué era Vallecas, cómo eran en Vallecas y qué pedían en Vallecas. Y el que no entendió eso, se marchó directo a la grada. Y lo hizo un año y otro y otro. Porque regresaba el verano siguiente y allí quedaban pocas caras conocidas. Su milagro es de doble mérito. Nadie puede dudarlo.
Se le ha criticado mucho; muchísimo. Siempre desde altas esferas, incapaces de entender esa alegría por saltar a un terreno de juego de la misma forma contra el Real Madrid que contra el Córdoba. Pero si hiciesen una encuesta a pie de calle por Vallecas, las sensaciones serían otras. Allí el es el rey. Quizás porque ya estuvo como jugador o porque es una persona capaz de captar la esencia de cada lugar que pisa, Francisco Jémez ha conseguido una unión entre afición y equipo que, vistos los aires que corren en el actual fútbol moderno, no es tan fácil de ver. Da igual que una vecina necesite ayuda, que un exjugador esté al borde del fallecimiento o que un aficionado esté sufriendo. Él, su plantilla y todo el Rayo Vallecano sirven a sus necesidades. El Manchester United no sería nada sin dinero, así como el Rayo no lo sería sin su gente. Ellos son los que sustentan el patrimonio de ese club. El camarero de un bar, la peluquera de tu calle, el tatuador de la Albufera, el profesor de matemáticas o el albañil en paro. Todos son el Rayo y todos están con Jémez.
Y él, canario de nacimiento, cordobés de adopción y vallecano de alma, ha decidido que este cuento de hadas dure dos años más. Nadie puede ni debe olvidar que ese filo de navaja –ahora transformado en autopista– sigue estando ahí. Que en Vallecas no han recibido ni recibirán ningún magnate multimillonario, y que cuando llegue la próxima pretemporada apenas reconocerá cinco caras de sus anteriores futbolistas. Pero todo dará igual, porque este es el barrio de Paco. Y en el barrio de Paco hay una ley por encima de todas: nunca intentes joder al que no tiene nada, porque no hay peor enemigo que el que no tiene nada que perder. Sí, vale, el Rayo tiene algo; su gente. Pero a esa, amigos, no la perderán. Este es el reino de Jémez. Otro día ya si quieren hablamos de fútbol. Hoy es momento de celebración. #Jemez2016
PD: Ni tan siquiera soy hincha del Rayo Vallecano. Pero este equipo, este entrenador y este barrio me han robado el corazón.
* Imanol Echegaray García es periodista.
– Foto: EFE
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