El Barça no es equipo de corredores y cuando pretende serlo comete un pecado contranatura. Los diamantes de su pentágono brillan alrededor de la pausa y el control, de la paciencia y la reiteración en los movimientos que le han hecho legendario. Precipitarse en el correcalles es una equivocación estratégica que costó dos puntos ante el Espanyol y permitió el domingo una remontada bética que acabó agobiando a la parroquia. El estilo no se discute, decía Zubizarreta en su discurso de apertura del curso. Pero quien parece discutirlo es el propio equipo, enredado en un ritmo impropio, que respeta el dibujo pero incumple sus principios básicos. Habrá quien acudirá, como siempre, a la condición física en busca de explicaciones. Pero el problema es el fútbol y no el físico. Es el juego y no lo sucedáneo. Es la falta de pausa y el incumplimiento del juego de posición lo que genera problemas. Es fantástico jugar por dentro, siempre que sea para respetar el hombre libre, las conducciones para juntar contrarios o para generar superioridad posicional. Ya son dos los toques de atención, el del Espanyol y el sufrido ante el Betis: el equipo no puede traicionarse a sí mismo, por más premios que haya recibido. El Barça es lo que es y siendo así le ha ido de maravilla.
Alrededor de Messi, cual rey sol, se juntan los bailarines del pase para componer asimetrías que generen desorden en el contrario. La fórmula contiene una exigencia imperiosa: dominar el balón para someter al rival. Cuando se cumple dicha exigencia, el campo se inclina a favor y se suceden las acciones de peligro, el sometimiento y el gol. Por contra, al incumplir la normativa del dominio del cuero, el Barça pierde la brújula y acaba corriendo hacia atrás, como le ocurrió hace una semana en Cornellà y también en la noche del domingo. Correr hacia atrás es una especialidad odiada por los defensores azulgranas y, al tiempo, un síntoma de que algo falla en la sala de máquinas del juego del Barça.
El primer tiempo ante el Betis mostró ambos momentos: el del dominio del balón, desembocado en dos tantos a favor; y el del descontrol del cuero, concluido en el primer gol que encajaba Víctor Valdés en casa en cuatro meses. Estos dos momentos ejemplifican un síntoma que desconozco si será tendencia en los próximos eventos: el Barça ha ganado vértigo y verticalidad y, a cambio, ha cedido pausa y control. En esta mutación contranatura, que quizá solo sea provisional, quien sale perjudicado es Xavi, el metrónomo que marcaba los tempos. Digo marcaba porque quien ahora lleva la brújula parece ser la precipitación. Este equipo posee crédito ilimitado y no debe ser él quien lo malgaste en carreras continuas. No hay que olvidarlo: el Barça es pausa y control.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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