Cuando Giovacchino Antonio Rossini, a principios del siglo XIX, compuso la que, con el tiempo, se convirtió en su referente ópera bufa El barbero de Sevilla, el patinaje sobre hielo y su práctica como deporte no se visualizaba en absoluto. El compositor italiano pretendía con esta obra musical una buena acogida entre la gente más acomodada de la época y, al mismo tiempo, su entretenimiento, mientras en un horizonte que nadie en la época intuía se prestaba a llegar la Revolución Industrial.
Dos siglos después, el patinador madrileño Javier Fernández ha utilizado parte de esta obra como hilo conductor de su programa libre en el Campeonato del Mundo de Patinaje Artístico que se ha celebrado en Shanghái y que le ha transportado a su mayor éxito: ser campeón del mundo. Cualquier definición que se pueda hacer sobre la figura de Superjavi, su palmarés o su importancia será una pérdida de tiempo, pues el madrileño afincado en Toronto, engrosa en cada competición un perfil que de pionero quedará, como la propia ópera bufa, en histórico, en su caso por lo que se refiere al deporte español.
Fernández partía con la segunda mejor nota tras el programa corto, lo que le obligaba a completar una actuación perfecta y, al mismo tiempo, a esperar que su amigo y compañero de entrenamientos, el japonés Yuzuru Hanyu, cometiera algún error. Una vez más, el canadiense Brian Orser, que ha encaminado la carrera de ambos y tal vez sea el mejor captador de talentos sobre una pista de hielo, estaba atento a la actuación de sus alumnos. Orser, que fue discípulo antes que maestro, sabía la dificultad que ambos tenían que afrontar: no equivocarse y enseñar al mundo que lo que les hace ser tan competitivos es una sana rivalidad germinada en los entrenamientos que comparten. Los logros de Fernández son causa del trabajo con Hanyu y viceversa.
Sin embargo, ambos cometieron errores y el público vio cómo sus cuerpos caían sobre el hielo, lo cual no debe restar méritos al logro de Fernández y nos traslada a un escenario que, en ocasiones, olvidamos: la dificultad mental, y no solo física, que supone cualquier reto deportivo que se desea alcanzar. En este caso, cuando un patinador salta a la pista afronta cada movimiento con la tranquilidad de la cantidad de horas de entrenamientos acumulados, tiempo que ni nos imaginamos cuánto desgaste físico y emocional supone, y al mismo tiempo los nervios que cualquier ser humano puede tener cuando es consciente que la distancia entre obtener una medalla o quedarse fuera del podio es muy delgada.
Hanyu, actual campeón olímpico y defensor del título logrado hace un año en su casa, en Saitama, cometió dos errores: una caída en el cuádruple toe y un elemento de su programa mal ejecutado (un doble en el intento de cuáduple salchow). Estos dos simples y al mismo tiempo complejos detalles le bajaron la nota y dieron un mayor margen a Fernández para darse cuenta que en sus pies y su cabeza tenía la posibilidad de ser campeón del mundo.
El madrileño, vestido para la ocasión con el mismo uniforme con el que consiguió su primera medalla mundial, el bronce en el Mundial de 2013, salió a la pista con la ambición de superar a su compañero de fatigas tras los intentos fallidos del pasado año en Sochi y Saitama. Tras un inicio fulgurante, como lo es la propia composición El Barbero de Sevilla, Fernández también sufrió una caída, aunque esn su caso fue un punto de inflexión para aumentar su deseo de alcanzar la nota necesaria que le diera el título. Era el día y el momento, pues desde ese instante cada uno de los elementos de su programa los ejecutó de manera excelente y, al contrario que Hanyu, los pequeños errores acumulados los disimuló con una tranquilidad y dominio del escenario que se han convertido en sus vitaminas para que la complicidad con el público y el jurado le permitiera obtener una nota que, tal vez, no esperaba (93.10 para los elementos técnicos y 89.06 para los componentes: total 181.16 puntos, por los 271.08 del japonés).
Su reacción, junto a Oster, con el rostro y el cuerpo completamente empapado en sudor era de incredulidad: lo había conseguido, por primera vez es campeón del mundo y se convierte en el primer europeo en lograr esta distinción en una disciplina que, gracias a sus continuos logros, puede pasar a un mejor plano en nuestro país, donde el deporte invernal esconde mucho talento a pesar de trabas y dificultades para afrontar sueños como el de Javier. Más allá del éxito, pues en el deporte, como en la propia vida, todos ansiamos la victoria –parece que perder no es lo normal–, el gran éxito del patinador madrileño es mostrar que en España el patinaje artístico tiene un espacio que hay que saber mimar y cuidar.
El kazajo Denis Ten, medallista de bronce en Sochi y el patinador que apartó a Fernández del podio en los Juegos Olímpicos del pasado año, se colgó el bronce pese a que en el programa libre obtuvo la nota más alta (181.83). Para darle un toque más épico al oro de Superjavi, el madrileño ha conseguido el título sin haber finalizado en la primera plaza tanto en el programa corto como en el libre, es decir, la regularidad y firmeza en los dos días de competición se han convertido en el secreto de su éxito.
Javier Fernández, el Charles Chaplin sobre hielo, el único patinador capaz de rodearse de japoneses, es desde hoy, gracias a Rossini, el barbero patinador, o lo que también significa ser campeón del mundo. Su legado ya es más que glorioso, lo que no significa que se quede aquí, pues la próxima vez que se reúna con Orser y Hanyu recordará que tiene mucho camino por delante para convertirse quién sabe si en más que histórico, como la ópera El Barbero de Sevilla.
* Pablo Beltran es periodista.
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