Pese a los cánticos interesados y ventajistas sobre el partido de siempre, el Real Madrid-Atlético de Madrid no fue lo de siempre. El Madrid, en su particular batalla contra el juego posicional y el estado de algún jugador (véase Di María; físicamente notable, pero apagado en la toma de decisiones), fue un equipo serio. Se plantó, no se desordenó y corrió. Ejerció de jefe, de persona mayor que apura tragos sin pausa pero, como dice el tópico, sin prisa.
El partido demostró, ante todo, la personalidad de dos entrenadores. Distintos, pero enormemente parecidos. Con métodos diferentes, pero recordando insistentemente aquello que decía Aristóteles: «El mando de muchos no es bueno; basta un solo jefe». Nos centramos en un aspecto global y siempre espinoso, el Atlético. Simeone ha conseguido que el equipo sea sensible a un estilo donde prima el colectivo y sobresalen nombres. El equipo compite y compitió en el derbi. Hay dos causas esenciales y ninguna tiene que ver con la teoría emocional, altamente arraigada en la prensa, del complejo de barrio. El Atlético pierde el partido en dos pasos muy marcados:
A partir del gol de Cristiano, genialidad de otro asesino de adjetivos, al Atleti le falta una pierna de su idea, se comienza a desmoronar, pero no deja de competir. Le faltó estirarse, creer y arriesgar, pero fue perfectamente reconocible. Simeone ha eliminado el complejo, aspecto que no va de la mano con ausencia de carencias, pero sí camina con el carácter. Aunque venda periódicos, la letanía de un equipo pequeño queda fuera, ahora, de este Atlético. Antes y después del derbi.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: Juanjo Martín (EFE)
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