"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Para cualquier seguidor del Athletic resulta demasiado doloroso embarcarse en el debate de la situación actual del club, que hace un año por estas fechas mostraba orgulloso al mundo su grandeza tras plantarse en dos finales de manera brillante. Cuesta, porque nadie esperaba que meses después de aquello el conjunto rojiblanco fuera a estar luchando por objetivos tan paupérrimos. Y cuesta, porque iniciar el debate sobre las razones de la coyuntura actual conduce inevitablemente a otro que se quiere evitar: el del futuro inmediato del entrenador.
Debate incómodo, que parece destinado a una especie de estás conmigo o contra mí en torno a la figura de Marcelo Bielsa. Disputas más propias de otros lugares, lejanas del día a día de un conjunto con un estilo tan especial. Sin embargo, la polémica tenía que aterrizar en la capital vizcaína tarde o temprano. Cuando todos los logros y méritos de un equipo se focalizan en la figura de una sola persona, suelen ocurrir estas cosas. Es el día a día del fútbol actual, donde los entrenadores acaparan más protagonismo que los futbolistas.
El problema es que la controversia inevitable llega mucho antes de lo esperado por todos. Ni los más pesimistas podían imaginar una transformación tan abrupta en tan corto espacio de tiempo. El Athletic, magnífico y eminente la temporada pasada, es actualmente un equipo vulgar, incapaz de meter el miedo en el cuerpo a ningún rival. De hecho, pueden contarse con los dedos de una mano los envites en que los rojiblancos han sido superiores.
El Athletic sigue teniendo más posesión que sus adversarios, roba rápido y dispara a puerta con frecuencia. Pero no es superior a casi nadie, porque la supremacía futbolística no se mide con datos ni matemáticas, sino con las sensaciones que se transmiten. El conjunto actual, atascado en ataques repetitivos y desbordado en defensa por un sistema de marcaje al hombre que cualquier equipo desarbola sin esfuerzo, no traslada emociones positivas. Es más, hay que retroceder mucho en el tiempo para encontrar un equipo tan endeble.
Es cierto que la situación extradeportiva ha sido caótica. La salida de Javi Martínez al Bayern, el anuncio de Fernando Llorente de no continuar en el club o la tensión entrenador-presidente a raíz de la obras de Lezama ya hicieron presagiar en verano que venía un curso engorroso. Desde entonces, las filtraciones a la prensa, el caso Amorebieta o las declaraciones inoportunas de algún directivo tampoco han ayudado. Esos episodios coyunturales han tambaleado la estructura e incluso servido como escudo antes de afrontar el debate que ahora llega.
Ni siquiera el repetitivo recurso de algunos de señalar a Fernando Llorente como causa principal de todos los problemas sirve ya para disimular la realidad: por primera vez Bielsa está cuestionado en Bilbao. Una polémica que llega pronto y que pensamos que nunca ocurriría, pues siempre dio la sensación que sería Bielsa quien decidiera cuándo poner fin a su andadura en el Athletic, algo que ya no está claro.
Las razones para la porfía se justifican en el pobre rendimiento deportivo del equipo, en el que determinadas decisiones del técnico rosarino, como no variar de hombres ni táctica, plantear un sistema defensivo errático o marginar a jugadores clave la temporada pasada por negarse a renovar, han influido considerablemente. Todas y cada una de las responsabilidades atribuibles al entrenador adquieren una profunda repercusión cuando engloban la figura de un hombre tan mediático como Bielsa.
Ya antes de poner un pie en Lezama el argentino contaba con un buen número de seguidores acérrimos, que fueron aumentando considerablemente gracias a una gran dirección en el plano deportivo y la conexión instantánea con la grada. A los pocos meses, su carácter especial había cautivado a la inmensa mayoría de la masa social rojiblanca.
El error fue que en medio de la euforia, algunos parecieron olvidar lo que siempre había sido el Athletic. En el intento de muchos por consolidar la idea de que el mérito de la excelsa temporada fue exclusivamente del entrenador se llegó a argumentar que el Athletic nunca había jugado bien al fútbol hasta llegada del argentino o incluso que gracias a él la grada de San Mamés, donde los grandes jugadores siempre fueron reconocidos, había variado sus gustos, pasando de adorar jugadores toscos y rudos a otros más exquisitos.
En otras palabras, que entre tanto elogio, el Athletic pasó de ser un todo a ser sólo Bielsa, y como aquello caló, ahora, con un fútbol y resultados a los que ningún otro entrenador hubiera sobrevivido, el club se encuentra más polarizado que nunca sobre quién debería encargarse de guiar la nave rojiblanca a partir de verano.
No hubo problemas mientras los triunfos acompañaron, pero sí ahora. La figura del entrenador estrella en un equipo que nunca tuvo nada parecido ha dado lugar a una división pocas veces vista, entre bielsistas y no bielsistas, que hace un flaco favor a la entidad. Los efectos de todo eso son visibles entre quienes exculpan al entrenador de absolutamente todo y quienes aprovechan la oportunidad para saldar viejas cuentas.
Tampoco se puede pasar por alto que Bielsa fue el arma principal de unas elecciones que generaron una profunda fractura en la masa social del club. Otro debate que se evita tratar, pero que está presente porque las heridas aún no han cicatrizado. En la refriega, unos y otros se muestran empeñados en defender su postura a costa de destruir muchos de los principios que siempre han caracterizado al centenario club.
La diana preferida son los jugadores, sobre los que algunos vierten acusaciones realmente graves, impulsados por el famoso “millonarios prematuros” de Bielsa que, dicho sea de paso, goza de uno de los sueldos más generosos de la historia del Athletic. Esos mismos que han peleado por cuatro títulos en tres años han pasado rápidamente de héroes a villanos.
Así, sorprende ver cómo determinados periodistas cuestionan la profesionalidad de los jugadores argumentando que no quieren rendir porque Bielsa les exige demasiado. No es sólo una desconsideración hacia los componentes del la plantilla, sino también a entrenadores anteriores. ¿No eran exigentes Heynckes, Luis Fernández o Caparrós? ¿No demostró Valverde ser tan buen entrenador como el actual? Un Valverde al que en su día, tras dos temporadas sublimes, la junta directiva le dio la patada sin que prácticamente nadie saliera en su defensa.
Claro que desde el otro lado de la orilla también llegan hostilidades burdas, que van desde meterse con la manera de vestir del entrenador hasta censurar sus opiniones sobre nacionalizaciones argentinas. Todos estos vilipendios, que tienen poco de fútbol, salpican incluso a los aficionados, distanciados como pocas veces por la figura de una sola persona.
El debate sobre si Bielsa es o no el técnico ideal para reconducir la situación actual no debería cobrarse nunca un precio tan alto. El Athletic casi siempre mostró madurez para tratar asuntos delicados, y esta vez no debería ser distinto. Vista la temporada, lo que está claro es que es necesaria una profunda reflexión sobre todo lo ocurrido. Y que el debate sobre la continuidad del entrenador, aunque doloroso, es necesario.
* Gontzal Hormaetxea es periodista.
– Fotos: EFE – Juan Lazkano (Deia)
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