Athletic Club / Fútbol / España
El Athletic inicia la primavera instalado en una euforia impensable hace apenas un par de meses, cuando el proyecto iniciado por Ernesto Valverde tocaba fondo de manera difícilmente explicable. Desde la previa de la Liga de Campeones, en la que los rojiblancos eliminaron brillantemente al Nápoles, afición y jugadores no se encontraban en un estado anímico como el actual, donde las miserias mostradas en el tramo inicial de la campaña han sido sustituidas por un fútbol que vuelve a generar optimismo.
Aquella machada de finales de agosto en San Mamés auguraba una temporada ilusionante, gracias a un proyecto deportivo sólido, confirmado a golpe de resultados, y a una estabilidad económica envidiable en una liga con equipos al borde de la quiebra. Nadie podía imaginar que sería el inicio una andadura tormentosa que llevó al Athletic a caer estrepitosamente en la máxima competición continental, naufragar en liga hasta verse peleando por el descenso y sobrevivir a duras penas en la Copa del Rey, con una eliminatoria contra el Celta en la que los jugadores acabaron pidiendo la hora tras ganar 2-4 en la ida.
Todo en apenas cuatro meses, los que transcurrieron desde la victoria ante los italianos hasta agónico pase en el torneo copero. Para finales de enero, nada quedaba del Athletic reconocible del año anterior; los leones encadenaron una racha de cuatro derrotas consecutivas en liga ante el Atlético, el Deportivo, el Elche y el Villarreal y cerraron con un paupérrimo empate ante el Málaga, al que sin embargo eliminaría en Copa pocos días después, en lo que fue sin duda alguna el gran punto de inflexión.
Seguir rindiendo a un gran nivel durante una temporada con más de 50 partidos era sin duda el gran reto al que se enfrentaba la plantilla rojiblanca este curso. Dar continuidad a la voracidad competitiva mostrada por los jugadores durante la pasada campaña era el reto, igual que sucedió hace dos temporadas, cuando los futbolistas dirigidos por Marcelo Bielsa, que habían alcanzado dos finales en un año histórico, se vieron ante el desafío de mantener el nivel.
Al igual que ocurrió entonces, el grupo no ha estado a la altura de la exigencia ni física ni mentalmente. Una dura dosis de cruda realidad para la parroquia rojiblanca que, independientemente de lo que ocurra en la final de Copa, se cuestiona si la estructura del club permite competir al más alto nivel de manera regular o hay que conformarse con alegrías puntuales. No es cuestión de reducir el mérito de esta generación de futbolistas, algunos con hasta cuatro finales a sus espaldas y varias participaciones en Europa, pero la duda sobre la capacidad competitiva de la plantilla a largo plazo sigue en la mente del aficionado. ¿Puede el Athletic, con su singularidad, llegar al nivel que alcanzaron Sevilla o Valencia hace no tanto?
No gestionar correctamente la baja de Ander Herrera en el once ha sido uno de los principales factores del derrumbe. El Athletic perdió el pasado verano su jugador de ataque más importante, el único futbolista que supo amoldarse a lo que la mediapunta de Valverde demandaba. Acostumbrado a disponer de mucho campo por delante, a Herrera le costó aprender a jugar por detrás del delantero y asimilar todos los conceptos que quería su preparador: presión alta, capacidad de jugar al espacio, llegada desde segunda línea, apoyo constante a los dos mediocentros… Demasiadas funciones que el futbolista fue absorbiendo jornada a jornada hasta convertirse en el jugador por el que pasaban todas las acciones ofensivas.
El juego de ataque de los leones se ha visto duramente castigado ante la falta de un jugador que sepa asimilar ese rol. Beñat, Rico, Unai López, Viguera o De Marcos probaron sin éxito en una demarcación clave. La baja de Herrera ha reducido a su máxima expresión la capacidad ofensiva rojiblanca, un equipo que firma unos pobres 27 goles hasta la fecha.
Claro que esa no es la única razón. La defensa adelantada que tanta solvencia mostró el pasado curso se ha visto superada con mucha facilidad durante largas fases de esta temporada, especialmente por los costados. Problemas que se han multiplicado por las bajas prestaciones que ha ofrecido la pareja formada por Rico e Iturraspe, el dúo que sostuvo brillantemente al equipo el pasado curso.
Especialmente dramática ha sido la temporada del segundo. Cerca de acudir al mundial en verano, Iturraspe ha sido el el mayor exponente de la frustración del Athletic durante el inicio de temporada. Físicamente alejado de su mejor versión, el centrocampista se vio desde el primer día con enormes problemas a la hora de distribuir el juego y ejercer las labores de recuperación. Ya antes de su lesión había perdido la titularidad en detrimento de San José. A todo esto hay que añadirle que la línea de tres por detrás de Aduriz también ha rayado muy por debajo de lo esperado.
Tras ganar en Copa al Málaga, llegó febrero y con el nuevo mes también el cambio. Desde entonces el Athletic ha disputado ocho partidos ligueros de los que ha ganado seis (cinco consecutivos actualmente), con usa sola derrota, ante el Barcelona. En Copa eliminó brillantemente al Espanyol, alcanzando su tercera final en seis años, y solo la derrota frente al Torino en la Europa League ha empañado un poco la reacción.
La realidad actual es que los leones atraviesan un momento dulce. El Athletic es el tercer mejor equipo de la segunda vuelta y está de nuevo en condiciones de levantar un título que se resiste pese a tanta final. Tras vislumbrar un panorama desolador, afición y jugadores han recuperado la convicción perdida y sueñan con cerrar el curso con un título que sin duda serviría para perdonar todos los tropiezos anteriores. Una resurrección que llega gracias a los retoques realizados por Valverde en las últimas semanas.
Tan cierto es que los cambios han llegado tarde como que ha acertado en la mayoría de movimientos. El más relevante ha sido el de Mikel San José en el mediocentro, demarcación en la que siempre destacó hasta su retorno a Bilbao, cuando Caparrós lo reclutó para la defensa. En el centro del campo, San José ha explotado sus virtudes: buena colocación, salida de balón al primer toque, buen de desplazamiento en largo, capacidad de ofrecer siempre coberturas y, por lo general, una muy buena lectura de juego. Adelantarle también ha servido para mitigar sus defectos ya conocidos, como son la falta de velocidad y la contundencia.
Pivotando sobre el navarro, el equipo ha encontrado el equilibrio perdido y ha crecido, mejorando progresivamente con cada cambio llevado a cabo por Valverde. Devolver a Muniain a la mediapunta ha sido otro gran acierto. Un movimiento que el futbolista demandaba a gritos, completamente desaprovechado en posiciones alejadas del área, donde no podía sacar partido a sus cambios de ritmo y su capacidad para provocar un incontable número de faltas. Pegar a Muniain ahora sale más caro, porque está más cerca del área, lo que le permite un mayor margen de maniobra con el balón en los pies.
Cerrado el debate de la mediapunta, corregir las bandas ha sido el último paso. Por fin Iraola, al que los años han castigado en lo físico, ha abandonado el lateral para jugar en posiciones más centradas, donde su inmensa calidad aporta un plus impagable. El de Usurbil tiene cuerda para rato si Valverde se atreve por fin dar el paso definitivo y apostar por él para una media donde parece capacitado para desenvolverse bien en cualquier posición.
Otro de los factores ha sido el paso adelante de un Beñat que corría el peligro de quedarse marginado ante la explosión de San José y la vuelta de Iturraspe. Desde el mediocentro, no solo ha mostrado la capacidad asociativa por la que se le reclutó, sino que ha mejorado notablemente su sacrificio en la presión. Con Beñat en la media el equipo ya no se parte, algo que ocurría frecuentemente antes, especialmente cuando hacía tándem con el anárquico Mikel Rico, otro futbolista que está rindiendo en los últimos partidos a un nivel espectacular.
Y por supuesto está Iñaki Williams, ese delantero que lleva años pulverizando los registros goleadores de Lezama en las categorías inferiores y que ha irrumpido en el primer equipo con una fuerza que recuerda a la Julen Guerrero. Tras comenzar en la banda izquierda, donde su trabajo defensivo fue una bombona de oxígeno para Balenziaga en su peor momento, ha sido en la derecha donde ha explotado sus virtudes. Sin la obligación de tener que ir hacia dentro, Williams ha desplegado, con campo por delante, su velocidad, dando una profundidad que el equipo no tenía.
Sus desmarques de ruptura ofrecen una nueva salida, y en cuanto afine su puntería estaremos ante la gran arma ofensiva rojiblanca para la próxima década. El único inconveniente es que aporta mucho más en la banda derecha, igual que Iraola, dejando huérfano el costado zurdo, que Ibai o Susaeta no merecen por rendimiento. Solucionar ese pequeño problema quizá sea el próximo paso de Valverde.
A estos cambios hay que añadir la confirmación de Etxeita en el eje de la zaga, la notable mejora de Balenziaga, otra vez en su buen nivel, y la adaptación de De Marcos al lateral derecho, destacando su capacidad para mejorar en los centros y en el posicionamiento sin balón.
Estos retoques han transformado al Athletic, hundido hace pocas semanas y lleno de confianza actualmente, hasta el punto de ponerse como objetivo alcanzar la séptima plaza de la liga y ganar la Copa del Rey. El tiempo dirá si lo consigue, pero lo cierto es este equipo va camino de llegar a la final contra el Barcelona mejor que nunca. Puede que este año la Gabarra sí surque la ría.
* Gontzal Hormaetxea es periodista.
– Fotos: AFP – EFE
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