Era verano de 2011 cuando Luis Enrique llegó a la capital italiana. Lo hacía con poca experiencia como técnico, pero con la medalla de haber conseguido ascender al F. C. Barcelona B a Segunda División en su segundo año y haber conseguido la mejor clasificación histórica del filial culé (3º) en su tercera y última campaña al frente de los jóvenes de La Masia. Viendo que Guardiola, que acababa de conseguir la cuarta Copa de Europa semanas atrás, seguía haciendo grande al F. C. Barcelona, y sabiendo que había cerrado un ciclo con el Barça B (apenas iba a poder mejorar los resultados), decidió hacer las maletas y marcharse a un equipo de primer nivel. Fueron Walter Sabatini (director deportivo) y Franco Baldini (director general) quienes mejor y más fuerte apostaron por el gijonés, que, convencido, eligió Roma como destino y la Roma como proyecto.
En principio, era una buena idea. El país que le había roto la nariz en el Mundial de 1994 le debía una, pensaría el asturiano. Además, la Maggica iniciaba una nueva etapa con la marcha de la familia Sensi en el poder y la llegada del dólar en la figura del nuevo presidente, Thomas Richard DiBenedetto, que pretendía construir un equipo que pudiese pelear a la triada compuesta por Milán, Juve e Inter. Para ello, el estadounidense realizó un fuerte desembolso en su primer verano: Stekelenburg, Kjaer, Heinze (este gratis, tras rescindir con el Olympique de Marsella), José Ángel, Gago, Pjanic, Lamela, Osvaldo, Bojan y la obligada por contrato de Borriello, que no entraría en los planes de Luis Enrique y saldría cedido en enero a la Juventus, al igual que David Pizarro. Había que dar un aire nuevo a un equipo que había perdido la plaza de Champions que frecuentaba y que veía cómo Vucinic, Mexès, Riise y Ménez hacían las maletas.
Pero muy pronto se empezaron a formar nubarrones sobre el cielo de Trigoria, sede de entrenamiento de la Roma. Primero, el que iba a ser ayudante del asturiano, su amigo Iván de la Peña, abandonaría su puesto en plena pretemporada por motivos personales. Luis Enrique se quedaba sin un compañero importante para manejar el vestuario. Segundo, e incluso más importante, su temprana eliminación en la Europa League. El Slovan de Bratislava daría la sorpresa en la ida (1-0, con gol de córner al 80′) con Totti, bastante molesto, en el banquillo. Luis Enrique puede que no le hubiese encontrado sitio en su esquema o que prefiriese reservar al capitán de, por entonces, 35 años. Pero a Francesco, la prensa y su hinchada (giallorosso y tottista son sinónimos) les daba igual, y mientras el primero aparecía al día siguiente con una camiseta en la que se leía “BASTA!”, los segundos empezaban a descargar frustración sobre el técnico, que había tenido la osadía de dejar a su líder en el banquillo. Una osadía cometida días después de haber buscado casa, tal y como publicó la prensa romana, en un barrio, Formello, de predominio laziale. En qué estaría pensando questo spagnolo, se preguntarían en la capitale.
Luis Enrique, para la remontada, alineó a Il Capitano. La Roma se adelantó pronto (Perrotta 10′), pero no terminaba de concretar sus numerosas ocasiones, algo que acabaría siendo la tónica general durante la temporada. A quince minutos del final, y aún con 1-0, Totti fue sustituido bajo el asombro y los pitos del Olímpico. Siete minutos después, el Slovan empataba el partido y ganaba la eliminatoria. La Roma hacía el ridículo y quedaba eliminada, y Luis Enrique entraba de lleno en el centro de las críticas.
Si con Totti todo acabó siendo de color rosado con el paso de los meses, no fue así con la prensa, que le tachaba de altivo e incluso prepotente. Como le pasó a su antiguo entrenador Louis van Gaal en Barcelona, su relación nunca fue amistosa con los medios. Al neerlandés le aguantaron hasta que los resultados dejaron de funcionar. Pero a Lucho nunca terminaron de acompañarle. Nunca enlazó varias victorias seguidas (tres fue el récord), empezaron y acabaron mal el curso (cuando se coge confianza y cuando se deciden los campeonatos) y fueron los sextos más goleados de la liga (54 en contra). Sufrieron catorce derrotas en liga, entre ellas un abultado 3-0 ante la Fiorentina en diciembre y el 4-0 contra la Juventus en abril. Ese partido ante la Fiore es recordado porque la Loba acabó con ocho jugadores, siendo Bojan uno de los expulsados, dando a entender el polvorín que era el vestuario, agobiado por las presiones externas. Un total de ocho jugadores fueron expulsados durante la liga (Osvaldo por partida doble).
También el equipo pagó una falta de concentración en los últimos minutos de los primeros partidos. Ya les había pasado en la eliminatoria europea y les volvió a ocurrir durante varios partidos del campeonato liguero. Siena, Génova, Udinese, Milán y Fiore arrebataron puntos en los últimos minutos de partido al conjunto romanista. Pero sin duda, la que más dolería sería la derrota en el último minuto ante el eterno rival. Miroslav Klose se llevó para el bando laziale el primer derbi de la temporada (16 octubre, jornada 6ª) con un tanto en el minuto 93. En dos meses, el equipo había caído eliminado de Europa y perdido su primer duelo ante la Lazio, algo que para un romano es como una final de Champions League y un mundial a la vez. Para infortunio, el otro derbi de la liga, jugado en marzo, también acabó con derrota, esta vez motivada por una temprana expulsión de Stekelenburg. La afición valora casi más un derbi que una final de Coppa, así que esto es serio. Para colmo, cuando la Roma pudo adelantarse a la todopoderosa Juve en el Olímpico, Buffon detuvo la pena máxima a Totti y el partido acabó 1-1. Ni una alegría.
Si nos fijamos en el juego desplegado por la Roma ese año, comprobamos que el guión de los partidos casi siempre era el mismo: dominio estéril, transiciones ofensivas y defensivas desesperantemente lentas y fallos infantiles en la zaga. Luis solía plantear un 4-3-3 o un 4-2-1-3, aunque no consiguió encontrar un once fijo. Ya fuese por la política de rotaciones (el caso de los laterales fue curioso, porque José Ángel, Taddei y Rosi iban girando como una noria jugando dos y descansando uno) o por la falta de estabilidad en los resultados, solo De Rossi y Bojan (saliendo casi siempre desde el banquillo) superaron la treintena de partidos en liga. La pareja de centrales tampoco se estableció nunca, siendo el veterano Heinze quien jugase más partidos al lado de Kjaer o Juan. Estos no componían la defensa más rápida del mundo y Luis Enrique tuvo que inventarse un central en De Rossi. La apuesta fue de las pocas cosas positivas de su etapa en la Roma, e il futuro capitano cuajó una gran temporada, rindiendo de mediocentro y eventualmente de central (donde le usaría Prandelli en la Eurocopa 2012). De Rossi sí que conectó con Luis Enrique desde un primer momento y llegó a asegurar que había sido el mejor entrenador que había tenido.
Más allá de la defensa (54 goles encajados), destacaron para mal las transiciones ofensivas, demasiado lentas y casi siempre embotellándose por el centro. Muchos de los 60 goles (con varias goleadas a los débiles que agrandaron la estadística) fueron en jugadas a balón parado. Además, las bandas apenas se utilizaban. Puede que para lo que buscaba Luis Enrique (y buscará en el Barcelona), le faltase calidad en el centro del campo. Si Pjanic era un Iniesta en modo irregular y De Rossi era otra versión de la posición de Busquets (siempre ha sido más Xabi Alonso), al 62 veces internacional con España le faltó un organizador que diese ritmo a la circulación. Probó con Greco, Gago, Viviani, Perrotta y Fabio Simplicio, pero nunca consiguió acercarse a lo que da Xavi. La Roma seguiría siendo un equipo demasiado lento durante todo el año a la hora de iniciar jugada.
Esta falta de calidad en el centro del campo, si se puede decir así, obligó a Luis a colocar un falso delantero como Totti o Lamela para que bajase y ayudase a crear. Esto desplazó a Osvaldo, el fichaje para hacer olvidar a Vucinic, a uno de los costados. El exespanyolista acabó con la nada despreciable cantidad de 11 goles, si tenemos en cuenta sus lesiones musculares, sus tontas y evitables expulsiones y su sanción interna (le pegó un puñetazo a Lamela tras la derrota en Udine y el propio Luis Enrique pidió que le sancionasen; así estaban las cosas en la manada). Borini (9 goles en 24 partidos), otro de los pocos que se salvaron de la quema, pasó por delante a Bojan (7 goles en 36 partidos) y de semidesconocido llegó a ser internacional y fichar por el Liverpool. Quizás, Borini y la versión de Daniele como central fueron los grandes descubrimientos de Luis Enrique en la Roma.
Una etapa que acabó como empezó: mal. Sin plaza en Europa para la 12/13, eliminados en cuartos de Coppa por la Juventus (campeona del Scudetto), a ocho puntos de la Champions, con la prensa todavía más en contra de Luis Enrique que al empezar el año (les llegó a decir en abril que podían estar tranquilos, quedaba un día menos para que se fuera), con el hijo del técnico acosado en la escuela y sin que él tuviera ganas de continuar. Baldini, el director general, intentó convencerle de que aguantara un año más. DiBenedetto y Sabatini también estaban por la labor de que continuase (su contrato expiraba justo ahora, en 2014), pero Luis Enrique se había quemado. Estaba “agotado”. Tanto, que decidió tomarse un año sabático. Lo haría doce meses antes de que su amigo Guardiola copiase sus palabras y su remedio. Porque, también como Pep, Luis Enrique salió muy quemado con Italia y su prensa. Debe de ser que allí son de otra pasta.
* Rafael Medel.
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