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El amor de mi vida

por el 7 febrero, 2014 • 11:26

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Dicen que el amor es irracional. El primero, afirman, suele ser apasionado. Pero pocos son los que duran toda la vida en estos tiempos de estrés y modas pasajeras. Los psicólogos recomiendan mantener viva la llama, aunque el mayor problema para la mayoría es reinventarse cuando la monotonía atenaza nuestras acciones. Los científicos, incluso, no dan más de tres años de vida a la necesidad fisiológica del amor. Ninguno de ellos conocerá a Steven Gerrard (Whiston, 1980). En él tienen al eslabón perdido o a la evolución de la especie, según quieran interpretar sus acciones. Stevie lleva toda la vida saliendo con la misma chica, siempre con la misma indumentaria roja, siempre acudiendo a la misma morada de Anfield Road y siempre escuchando la misma música, una balada que atrona en el You’ll never walk alone. ¿Rutina?, nada de eso. Amor, responde Gerrard.

Pocos viven el fútbol y el amor a unos colores con la pasión irracional con la que lo hace Steven Gerrard. “Abran mis venas y sangraré el rojo del Liverpool, en Anfield conocí mi primer amor y fue mi segunda casa”, escribió el ‘8’ red en Mi Autobiografía (2007). Hasta allí se desplazaba este aficionado desde los siete u ocho años, casi una década antes de que saltara de la grada al terreno de juego para gritar sus sentimientos con la pelota en los pies. Hoy es el capitán eterno del Pool y ha sabido reinventarse desde el interior derecho hasta la mediapunta, pasando por el doble pivote o mediocentro box to box para mantener viva la llama, esa que alumbra el ave (liver-bird) que luce orgulloso en el pecho desde que era un mocoso.

EL FLECHAZO

Ironside Road era la Calle de la Alegría para el pequeño Stevie. Una explanada, apenas un callejón sin salida entre modestas casas en el Barrio de Huyton, al este de Liverpool. Allí se produjo el primer flechazo, también los primeros rasguños. Uno de ellos estuvo a punto de dejarnos sin esta historia de amor. Al final de Ironside unos bungalows se levantan hoy sobre el descampado en el que los niños de Huyton acudían a jugar al fútbol. “Aquel vertedero representaba para nosotros una mezcla entre Anfield, Wembley y Goodison”, cuenta Gerrard en su libro. Una pelota colada entre ortigas fue el desencadenante y Stevie asumió los galones: “Era imposible verlo. Me remangué los calcetines, metí mi pierna derecha entre las ortigas y golpeé con todas mis fuerzas. Fue una agonía”. La punta de un rastrillo atravesó el dedo gordo de su pie y los médicos estaban dispuestos a amputárselo. Si no lo hicieron fue por la intervención de Steven Heighway, director de la escuela del Liverpool y buen conocedor de las virtudes del joven.

Para entonces Stevie, con 9 años, vio truncada su primera temporada en las categorías inferiores de los reds. Ya era un asiduo de Anfield y de The Kop, la legendaria grada del estadio del Liverpool, a la que acudía con su primo, un año mayor: John Paul Gilhooley. Pero aquel accidente no sería el más doloroso de su vida. Ese mismo año 96 seguidores del Liverpool murieron en una avalancha en el estadio de Hillsborough. Justo al lado de las puertas en honor a Bill Shankly hay un memorial de mármol que se acopla a los muros de Anfield. En esa larga lista, el último nombre es el de un niño de 10 años: John Paul Gilhooley. Él también soñaba con ser futbolista. Aquello espoleó aún más la pasión y dio a Gerrard una motivación extra. “Nunca lo había dicho antes: yo juego al fútbol por John Paul”, reveló el ‘8’ red en su autobiografía.

EL CONFIDENTE

Ese niño conoció pronto a uno de sus primeros cómplices sobre el césped. Michael Owen era la mayor perla de la cantera cuando llegó Stevie. El centro deportivo Vernon Sangster era su lugar de reunión preferido, allí se fraguó una amistad que debía marcar el renacer glorioso de la orilla roja del Mersey: “Michael vino al mundo para destrozar porteros. Él vio que yo era un buen pasador y pronto congeniamos. Todos creían que jugábamos juntos porque éramos amigos. Mentira. Michael y yo solo queríamos ganar. Siempre ha sido así”. La victoria y su obsesión con el Liverpool le llevó a estudiar a un instituto católico a pesar de que su familia no lo era. Daba igual, la única religión era el fútbol y en Cardinal Heenan High School tenían buenos equipos de fútbol. Uno de sus entrenadores, Steven Monaghan, recuerda bien a aquel muchacho: “Su famoso pase cruzado de 30 metros ya lo hacía con 11 años. Aquí también remontó una final que perdía 0-3 al descanso. Él marcó dos goles”.

No obstante, el binomio formado por Gerrard y Owen no tardaría en romperse ante el despegue fulgurante del delantero. Con 14 años ambos acudieron a la Escuela Nacional de Lilleshall, la más prestigiosa de la federación inglesa, pero solo Owen consiguió plaza. Stevie fue rechazado “por causas ajenas al fútbol” y aquel no aún lo lleva clavado en su corazón. Volvió a Liverpool para pegar el estirón en casa. Con problemas de espalda, no fue hasta los 16 años cuando su fútbol dio un salto de altura. Gerrard medía entonces 1,88 metros.

LA PRIMERA VEZ

Owen era un fijo en las alineaciones de los reds en noviembre del 98. Para entonces Stevie llevaba dos años madurando y puliéndose en Melwood. El 29 de ese mes un aficionado cruzó la línea de cal para hacerse un hombre, para hacerse futbolista del Liverpool. Su amigo le estaba esperando. Gerrard debutó contra el Blackburn Rovers y duró poco, apenas unos minutos. Como suele ser habitual en estos casos salió al final del partido. La leyenda del chico de Huyton acababa de empezar: “El Liverpool se convirtió en mi vida, en mi mundo”. Desde entonces no se ha cansado de lanzar pases de 30 metros y hacer cambios de orientación buscando a Owen primero, a Milan Baros después, a Kuyt o Crouch, a Fernando Torres luego y a Luis Suárez en la actualidad. Podían cambiar los compañeros de viaje, el amor permanecía intacto

Aupado en la complicidad que mantenía con Owen, ambos bordaron un 2001 mágico alzando la Copa de la UEFA en una mítica final ante el Alavés, la FA Cup, la Copa de la Liga, la Charity Shield (actual Community Shield) y la Supercopa de Europa. Con 23 años ya era el capitán del Liverpool, sustituyendo a Sami Hyypiä. Era uno de los buques insignia del equipo de Gerard Houllier. “Steve ha demostrado cualidades de liderazgo desde el principio, por eso lo elijo capitán de mi equipo”, sentenció el entrenador francés. Los directivos obraron en consecuencia y le renovaron cuatro años más. La felicidad en la relación era plena.

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DUDAS Y RECONCILIACIÓN

Pero, ¿quién no ha dudado ante las tentaciones? ¿Quién no ha pensado que ese puede ser el tren que cambie su vida? Los cantos de sirena han sido siempre una constante en Merseyside. Esas voces retumbaban continuamente en los oídos de Steve. Ya sea por hastío, por el deseo oculto de vivir nuevos retos, por la pérdida de ilusión y pasión o por una oferta mareante, Gerrard ha dudó. De hecho tomó una decisión que pudo cambiar su vida para siempre. Mourinho le quería para su Chelsea. El primer intento fue en 2004, nada más llegar a Londres. A Gerrard le sedujo la carismática imagen del portugués y durante 24 horas quiso abandonar a los reds, pero fue incapaz de aguantar el desafío: “Podría volver a mirar a mi padre a los ojos?, ¿podría mirarme de nuevo en el espejo?, ¿podría fallar a The Kop?”.

Mou volvería a la carga un año después con Gerrard como flamante campeón de Europa. Sin embargo, tras la épica final de Estambul contra el Milan ya no había dudas. “Aquella Copa de Europa pertenecía a nuestra gente, vi llorar a hombres mayores vencidos por la emoción, vi a padres que levantaban orgullosos a sus hijos, vi a la mejor afición del mundo disfrutando de un momento que valía toda una vida”, cuenta el capitán red en su libro. Y ya se sabe que no hay nada como las reconciliaciones. Tras aquel partido la figura de Stevie se acrecentó hasta lograr el balón de bronce en diciembre de 2005. Aunque aquello era un logro menor, con su lealtad había conquistado el corazón de los aficionados para siempre.

REINVENTAR LA RELACIÓN

Nadie ha sacado más partido a las características de Gerrard que Rafa Benítez, quien le colocó una red de seguridad detrás de él (Xabi Alonso y Mascherano) para organizar el equipo a su alrededor. Desde su atalaya en la mediapunta Steve y el Liverpool volvieron a sentirse grandes disputando finales de Champions y peleando la Premier gracias a la conexión Gerrard-Torres. Tras la marcha de Benítez el vacío dejado por el técnico madrileño fue tremendo. Hoy, un Gerrard camino de los 34 años, más maduro (si cabe), menos explosivo pero igual de líder, sigue capitaneando a los hombres de Brendan Rodgers. Ahora lo hace desde el mediocentro, jugando por delante de la defensa ante la lesión de Lucas Leiva. Ahí se siente menos protagonista, pero su aportación sigue siendo capital (6 goles y 7 asistencias en 20 partidos de Premier League). Debe sujetar al equipo, armarlo, evitar las fisuras, impedir que se parta. Gerrard es hoy el chico para todo.

No había más que verle en el último derbi de Merseyside, con el mismo brío de siempre y esa pasión incandescente en los ojos tras marcar el primer gol. No hay nada como que el vecino reconozca que tu esposa es más guapa. Rodgers sabe que nadie entiende mejor al Liverpool que él y quiere aprovechar los recursos de este nuevo Gerrard en un rol al más puro estilo Pirlo, para que sea él quien maneje los hilos del equipo, para dominar la pelota y los partidos desde su compromiso y entrega. Aunque esto no siempre se consiga, como ocurrió ante el Aston Villa o el West Brombich Albion. En busca de ese acoplamiento, Gerrard y el Liverpool tendrán una nueva prueba de fuego este fin de semana ante el Arsenal (sábado, 13:45), flamante líder del Premier. No solo pueden convertirse en jueces del campeonato, sino que su verdadera lucha pasa por asegurar la plaza de Champions. Solo así parece viable que los reds sigan creciendo a base de goles uruguayos y que nuestro protagonista presuma de amor por los mejores estadios del viejo continente.  

* Emmanuel Ramiro es periodista.

– Fotos: Mike Egerton (EMPICS Sport/PA Photos)




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