Ochenta millones de euros ha pagado el Real Madrid al AS Mónaco por James Rodríguez. El rendimiento del colombiano en la Copa del Mundo le valió al club blanco para desembolsar lo que fuese por él. El evento más importante del balompié a nivel mundial tuvo como uno de sus grandes protagonistas al ’10’ cafetero. Esa fue su carta de presentación definitiva ante el globo: llevó a su selección a cuartos de final, siendo determinante como pocos y destilando un liderazgo abrumador. Antes, muchos ni siquiera le conocían, algo cuando menos extraño, ya que hace un verano se fue de Oporto a Mónaco por la mitad de lo que ahora ha pagado Florentino Pérez.
Colombia entera sí que lo conocía, lo adoraba, lo idolatraba. Por ello el país vivió con alegría y fervor su fichaje por el Madrid. Los colombianos, si antes llevaban la frente en alto por el gran mundial de su país, ahora cargan más motivos para hacerlo: James llega con brillo de estrella a integrar un equipo lleno de galácticos. El país del café es especialmente futbolero. El deporte rey genera mucha pasión en la mayoría de los corazones. Sin embargo, en general, el éxito y la calidad del mismo en la materia no ha sido acorde con el amor que le profesa su gente, más allá de la generación dorada de los 80 y 90 y la selección actual, además de buenos resultados inconstantes de los clubes. Por ello esto es un hito memorable que llena de orgullo a la gente.
El acontecimiento no tiene precedentes comparables. James no es el primer colombiano en Europa, ni mucho menos, pero sí es el primero en llegar a un gigante con el halo de grandeza que ahora mismo tiene. Freddy Rincón y Edwin Congo ya habían aterrizado en el Bernabéu antes que Rodríguez, pero no con todo lo que rodea al cucuteño. Se consagró ante los ojos del mundo como figura de una Copa del Mundo, goleador del certamen, autor del mejor tanto y, sobre todo, líder indiscutible futbolísticamente de la selección de mayores, el que no puede faltar en la alineación de los días grandes. Y James no es eso desde el mundial. Él siempre ha estado marcado con asterisco. Desde el Pony Fútbol, desde que debutó en Primera División a sus catorce años con Envigado y desde que hace parte de las divisiones inferiores de la selección Colombia.
El Mundial Sub-20 realizado en Colombia fue un punto de inflexión para James. Los anfitriones habían hecho una gran fase de grupos con un equipo muy prometedor –Pedro Franco, Santiago Arias, Michael Ortega, Luis Muriel, James Rodríguez– y llegaban a octavos de final para enfrentar a Costa Rica. Eran favoritos. Muriel abrió el marcador al 55’, y al 65’ Colombia perdía 1-2. James Rodríguez asumió todo el peso del equipo, pidió la pelota siempre que pudo y metió a los suyos en cuartos de final luego de asistir en el 2-2 y tirar un penalti del 3-2 en el 93’. Antes del cobro desde los once metros, los futbolistas costarricenses le decían de todo y lanzaban embrujos sobre el punto blanco del área grande. James ni se inmutó. Gol y celebración. Fue su primera gran actuación con la camiseta del combinado nacional, la primera vez que se ganó a todo el país. Esa escuadra caería eliminada ante México en el siguiente encuentro, pero dejó algo muy importante: la constancia de que James estaba listo para el siguiente paso.
Ya en las eliminatorias al Mundial de Brasil, con el dorsal ‘5’, James Rodríguez realizó un debut irreprochable en La Paz, una de las plazas más temibles del proceso clasificatorio de Sudamérica por sus 3.601 metros de altura sobre el nivel del mar. A sus 21 años jugó el partido completo, y al final dio declaraciones a la prensa casi sin poder respirar. Con esos detalles, aparte de su calidad con la pelota, el ahora nuevo ’10’ merengue se iba ganando a los colombianos.
Estuvo presente durante todo el proceso y fue determinante. Anotó el gol de la victoria en Lima contra Perú, inició con una diana de tiro libre la remontada contra Chile en el Estadio Nacional de Santiago y marcó el único gol del encuentro contra Ecuador en Barranquilla para sellar prácticamente la clasificación. Es preciso hacer una mención aparte a su partido contra Chile en Barranquilla, cuando se hizo eterno tras dejar todo en cada pelota para que Colombia lograra remontar un 0-3 al descanso. Cada vez que le llegó el balón, Colombia se acercó más y más a la épica. No marcó ni asistió, pero fue el gestor de los tres goles a base de empuje, garra, pases y regate. Su grandeza no admitía discusión. De hecho, cuando se fue al Mónaco, no fueron pocos los que clamaron que su destino tendría que haber sido otro.
James ha sido imprescindible para el país desde que emergió, y lo único que ha hecho ha sido reafirmar esa condición con esfuerzo y talento. «Que falte el agua, pero no James», decía un grupo de colombianos en Brasil, y ello refleja un sentimiento común. En el mundial todos le vieron y quedaron maravillados. Participó de manera directa o indirecta en once de los doce goles que marcó su equipo. En el que no participó, no estaba en cancha. Siempre señaló el camino para Colombia sin importar que su rendimiento individual fuese o no deslumbrante. Cada acción de él era esperanza para los suyos, y para siempre quedará su genialidad contra Uruguay y sus lágrimas contra Brasil. Sobran motivos para que el seguimiento del fichaje de James por el club más grande del mundo haya sido tal en el país, para que en televisión y en radio se le dedicara tanto tiempo y en prensa tanta tinta, para que tantos colombianos se tomaran el Bernabéu y ya estén vendidas algunos miles de camisetas con su nombre.
Es cierto que existe el debate acerca de si ese era el destino ideal para el desarrollo de su carrera, si deportivamente era adecuado para él irse a un equipo con tantas estrellas, si tendrá sitio en las noches de gala, y es lógico que surjan esas preguntas. También es cierto que cuando James se puso la blanca, toda Colombia se sintió honrada. Algunos ya dicen que es más grande que Valderrama. James Rodríguez es el nuevo ’10’ de Chamartín, y a su país eso le encanta.
* Sebastián Duque es periodista.
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