Apreciado doctor Freud de cabecera,
Sí, Martí, disculpa, subvierto el turno natural de misivas, el tuya-mía, pero la angustia obliga y debo vaciar el buche: desde que observé los banquillos de Nervión convertidos en frankfurts, vivo en un ahogo y he perdido el sosiego. Un sinvivir, Martí, que me ha puesto la cabeza como a la niña de El Exorcista. Y con su ketchup, su mostaza y hasta el último detalle del bocadillo. Por el amor de Pelé, amigos, ¿han oído hablar del santo con dos pistolas? Paguen lo que sea los patrocinadores, ese atentado al buen gusto justifica esta terapia de urgencia. Imagínate la gravedad, ni aprecié el cañito sublime a Spahic y la picadita sobre Palop de aquel que pinta Picassos con la misma facilidad que servidor ataca el aperitivo. Nada, ni inmutarme, ya estaba tieso, catatónico, desde la demoníaca visión. ¿Tú crees que cundirá el ejemplo? Si es así, antes de caer en picado hacia el uso y abuso de antidepresivos, prefiero ponerme el mundo por montera y sugerir que alguna cárnica dedicada a los embutidos emule tan fausta iniciativa, a fin y efecto de patrocinar bastantes palcos de estadios españoles. Simplemente, prefiero reírme viendo a “Chorizos de Cantimpalo” envolviendo en pancarta a según que próceres arrellanados en su despacho de negocios -porque a esos, el fútbol les importa un comino si no fuera por medrar desde el palco-, que ver al pobre Guardiola o Michel, tan aseados ellos, surgir entre las tripas de una salchicha. Por favor…
A partir de ahí, natural, las meninges enloquecen y te da por las analogías. Si a Woody Allen, sin ir más lejos, le encantaría reencarnarse en las yemas de los dedos de Warren Beatty, por aquello de la surtida y espectacular colección de conquistas del actor, a servidor se le apareció la antítesis: Puedo volver a la vida de cualquier cosa, lo que me echen, salvo convertido en tobillo de futbolista. En especial, los de Sergio Busquets, al que van a tronchar en cuatro días. Sí, vale, el gremio de costumbre saltará ahora con su tendencia a emular a la gran Margarita Xirgu, pero eso no me conviene, me saca del centro donde quiero poner acento. Qué manera de cascar articulaciones, qué manía persecutoria la de los futbolistas en poner la diana de sus tacos en salva sea esa parte. Bueno, una vez y porque llegas tarde, venga, tiene pase. Pero la afición creciente por arrearle a la susodicha articulación envenena casi tanto el ánimo como la contemplación del dichoso par de longanizas. Imagínate en este trance a viejos mitos de la media caída, tipo Gordillo o Roberto Martínez, lo que me harían sufrir cuando lo suyo y lo propio de hoy consistiría en llevar las piernas blindadas a lo Mazinger Z. Sólo existió una excepción a esa corta legión de kamikazes: El germano Briegel, pero ése no cuenta, a ése no se le acercaba nadie en su sano juicio a menos de veinte pasos. Si la casa Panzer aún existiera, tendría al retirado lateral teutón como logotipo identitario.
Y con Rafa Gordillo, bueno, de aquella manera: la grada del Villamarín, luego la de Chamartín y el santoral del cielo futbolístico al completo le cubrieron con su manto protector. Pobre del que tocara a Gordillo. En cambio, al argentino Roberto Martínez, largo como un día sin pan, con aquel tranco, aquella zancada de saltador de longitud, le daban sin contemplaciones, pobrecillo. Y encima, un desalmado le rebautizó como Pippi Calzaslargas, en el apodo que más claramente merecía juicio y condena entre los desmanes cometidos mediante la tropelía del alias impuesto. Al que inventó lo de Pippi y al ideólogo de los banquillos sevillistas, a remar en galeras por los siete mares sin indulto posible, ni descanso siquiera para mojar los labios en agua.
La historia de Roberto Martínez también era de diván, ya puestos. Jugó en Banfield, ya te diré junto a quien, le cayeron un par de años de inhabilitación por no sé qué asunto de contratos y acabó en Sarriá ya talludito sin que lo conociera ni quien le recomendó. Y al pasilargo aquel le quedaban aún diez años de cuerda, fama, traspaso millonario al Madrid y entrada en la selección hasta retirarse cuando se le acabó el fuelle, muy mayor y aún sin conocer el significado y protección del concepto espinilleras. Menudo crack. Hay pericos que aún suspiran por la delantera Roberto, Dani Solsona, Amiano, José María y Pepín, fantástica sucesora de Los Cinco Delfines con Amas, Rodilla, Re, el gran Marcial y José María, único denominador común en ambas fórmulas de éxito. De Amiano me encantaría charlar largo y tendido, pero el tiempo y el espacio me conducen a la primera reflexión. ¿Qué diría don Ramón Sánchez Pizjuán de esos banquillos? ¿Para eso metió al Sevilla en Primera? ¿Para tal fin hizo crecer el sentimiento arrebatado?
Ahora que me regresa el pulso, no hallo mejor destino al de los banquillos salchicheros que el de ser demolidos de inmediato a base de balonazos de Héctor Scotta, el cañonero más brutal, de disparo más terrorífico que haya militado por Triana. Scotta jugó con Roberto Martínez en Argentina que, al final, esto de la vida es un bucle, con seis grados de separación máxima, ya sabes. A bocados me comía el hot-dog para que desapareciera hoy de mis pesadillas. No hay derecho que te fastidien así un estupendo partido de fútbol, menudo ataque al buen gusto.
Vale, ya aliviado, mando energía para superar la depre del domingo tarde. Te anuncio que me vuelvo vegetariano por un rato. Nada de perritos calientes por una temporada, que se me indigestan.
Frankfurt, domingo 18 de marzo de 2012
– Foto: Óscar Mayer
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