Mi querido amigo,
Vaya con Lance. Debo confesarte mi sorpresa ante el final desembuche del personaje, ese giro de guión, dinamitando así el último ápice de duda, si es que le quedaba alguno. Tan férreo, tozudo y sistemático ante los ataques, estricto, dispuesto a negar una y cien veces y ahora va, prepara la mise en scène, que dirían los teatreros, arrojándonos un cubo de agua helada cuando ha querido proclamar la hora de su verdad. O no le ha quedado más remedio en el callejón sin salida donde andaba metido. Pobre ciclismo, me recuerda la situación del boxeo en otros tiempos: entre todos lo mataron y él sólo se murió. Debo recordarte, Martí, que no formo parte de los renegados del cuadrilátero, de esa legión que se bajó del ring alegando razones políticamente correctas. Me alineo, en cambio, con Martin Scorsese, pedazo de artista y referencia, para recordar que no existe mejor metáfora del mundo actual que el boxeo entre las disciplinas deportivas. Distinto resulta que las mafias, presentes en tan sórdido submundo desde el año de la castaña –recordemos Más dura será la caída, con Bogart a bordo– y dispuestas a cargarse con tongos y triquiñuelas algo que estaba pidiendo precisamente el tiro de gracia por ser terreno abonado a la corrupción. Nos quedan a los nostálgicos la épica y el legado de tantos, de los Jack Johnson, Jack Dempsey, Gene Tunney, Joe Louis, Rocky Marciano, Muhammad Ali, cada cual con su histórica lección impartida de la que extrajimos en su momento la pedagogía suficiente. Hasta que llegó Don King y apagó la luz, para entendernos.
Esperemos que ahora no sea Armstrong quien eche la persiana para el ciclismo, que aquí dejo los paralelismos cogidos con pinzas a fin de caer rendido ante Bartali, Coppi, Bahamontes, Merckx, Gimondi y tantos otros, héroes mitificados a quienes nunca preguntamos si realmente subían el Tourmalet y el Aubisque, se pegaban el palizón diario y saltaban a por el escapado cayendo chuzos de punta apenas con un bistec y escueto plato de espaguetis en el coleto. También de su épica se desprendía estimulante y aleccionador legado, claro. Y debería proseguir de tal manera, que me encanta Purito, sin ir más lejos. Disculpa la dispersión, Martí, que ya me pongo con Lance. Y no para llamarle el nombre del puerco, ni para rasgar vestiduras, nada de eso. Sólo con ganas de exponer ese otro deporte nacional americano consistente en purgar los pecados, o pretenderlo, mediante confesión pública. Normalmente, cuanta mayor contrición, número de golpes en el pecho y lágrimas de cocodrilo, mejor, más cerca queda el perdón popular. Pero ésta, ay, ésta, ha resultado demasiado gorda para caber en el molde.
Lance Armstrong me estremece en su capacidad de cálculo y sangre fría. Acorralado como Bourne en cualquier ficción cinematográfica, trata de evitar el peligro letal in extremis y opta por la filigrana de aparecer ante Oprah Winfrey, anda que no sabe escoger el prenda. A hierro mató y a hierro quiere morir: él creó una bellísima, literaria historia de superación de las que dejan patidifuso al personal, especialmente, al americano, siempre deseoso de que le cuenten cuentos. Storytelling, le llaman a tal arte. Deja atrás a The Big C, otro eufemismo archicomún, para nombrar sin hacerlo a la enfermedad atávicamente innombrable, y va hilando Tours como quien lava hasta récords imposibles. De paso, forja el concepto Livestrong al que ahora los perspicaces periodistas yanquis desprenden la uve en titulares para cargar duro con el Liestrong. Miente fuerte.
Mentirá, pero apuesta el resto al escoger a quien ha elegido. Oprah Winfrey no permite parangón con nadie, ni dentro, ni lejos de su país. Es la hermana mayor, la consejera espiritual mediática de cabecera en la superpotencia. Ella misma, brutal historia de superación con altibajos. Muestra su humana imperfección en batalla constante con el peso e inestabilidad emocional a la hora de mantener pareja sentimental, pero la rodea una estratosférica aura de sinceridad, credibilidad, honestidad y esa colección de valores antes tan apropiados como reconocidos. Tan carismática, que es la reina de la tele tras conseguir que nadie repare ya en su color, por suerte y como antes apenas lograran monstruos del calibre de un Magic o un Michael Jordan. El suyo es un confesionario catódico, pero por muy preparado que haya ido el ciclista a este atolladero no logrará el objetivo propuesto. Ningún otro, querido Martí, que conseguir el perdón de su patria, del dólar y de los patrocinadores, siguiendo tradiciones que se remontan largo atrás en el tiempo. América venera a los ídolos que muestran humanas debilidades y aparecen en su salita de estar reconociendo faltas, pecados o delitos menores. Los perdona ipso facto. No será éste el caso, por ahí le saldrá el tiro por la culata.
A vuelapluma recordamos situaciones, nada comparables pero parejas, como la de Lou Gehrig, el célebre beisbolista de los Yankees, compañero de fatigas del inmenso Babe Ruth, que afrontó su lucha en los 30 contra la ELA, esa terrible enfermedad neurodegenerativa, hasta el punto de compartirla con sus compatriotas, que aún hoy la definen por su apellido. O, por no movernos del diamante, la tremenda polvareda organizada por el amado Mickey Mantle, también héroe de los Yankees, cuando proclamó en Sports Illustrated su larguísima batalla contra el alcoholismo, cruzada de la que se vio convertido en adalid de la noche a la mañana. Acabo las citas con los arrestos del citado Magic para anunciar su condición de seropositivo en tiempos durísimos, cuando el recién aparecido sida conllevaba sentencia de muerte. Mucho hemos avanzado al respecto, celebrémoslo.
Eso de he pecado, soy débil y por tanto, humano; perdónenme, casi un pasatiempo nacional, supone carpeta de muchos ejemplos previos a la que dejaremos aquí de repasar. Más que nada, por no cuadrar ni con la trayectoria, ni con la intención, ni con la muestra del tejano, a quien conviene este giro dramático para salvar los cuatro muebles que le restan a su incendiado currículum. Dirán que es por salvar el centro del cáncer, dirán lo que convenga y apetezca, pero este ídolo caído ha dado de bruces contra el suelo con un estrépito inusitado, casi sin precedentes. Lo que conviene ahora, más que atender curiosos a las novedades del tramposo, es salvar a su deporte de la sospecha y continua maledicencia. Si el boxeo, por recurrir al bucle, es injustificable desde su brutal cariz primario, salvaje, el ciclismo, en antítesis, merece quedar aparte de uno y mil Armstrong, preservado en su pureza original, belleza y humano ejemplo. Por mil tramposos que lo manchen, por mil disgustos que den sus ilustres practicantes.
Nada, Martí, quería plantearte el caso desde otra lente, sólo eso, por si servía. Y por salirnos del fútbol de vez en cuando, que también resulta higiénico.
Un abrazo y resiste al General Invierno.
Poblenou, col de categoría especial
* Frederic Porta es periodista y escritor.
-Foto: George Burns (Oprah Winfrey Network)
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