E-pistolario: Una Biblia en cuatro años
Querido Martí,
Altero tu descanso dominical por puro deseo de buscar empatía y contraste. La clave de esta E-pístola pasa por los valores, tan extraños y ajenos en ocasiones a cuanto debería ser habitual en el deporte, aún siendo profesional. Las últimas misas en el Estadio del F. C. Barcelona han mostrado un agradable barniz de impensable normalidad a quien desee extraer provechosas lecturas sobre los hechos vividos. Por supuesto, si es capaz de buscar objetividad y olvidar por un momento sus colores y pasiones. Fuera sobre la hierba, en proyección desde el graderío o en verbo desde las ruedas de prensa, el barcelonismo y sus próceres actuales han expresado bajo distintas recetas y formatos que el fútbol profesional, ese monstruo de mil cabezas, también bien puede lucir alma válida, enriquecedora, benévola y constructiva. Un rostro con sentimientos y sin las exageraciones ni los exabruptos característicos en tan peculiar submundo, en ocasiones detestable.
Pancartas enormes que expresan amor, enormes futbolistas que regalan su obra artística, goles seguidos de abrazos emocionados, corazones exhibidos de la gente que ha traído sencillez, naturalidad, estilo y un notable montón de rasgos elogiables a un deporte profesional que, de modo sistemático, los rechazaba, como si en él no cupieran las mejores expresiones humanas. Nunca más, apreciado amigo, volveremos a ver que el Barça pronuncie un hasta luego dirigido a uno de sus hijos predilectos, a uno más entre los suyos de manera tan sentida, unánime y, otra vez más, natural, desprovista de las grandilocuencias, de las estupideces propias de este circo, abominable a ratos. Últimamente, cuando se producen situaciones en el Estadi, nos invade cierta sensación de orgullo desde la contemplación debida en el oficio, la constatación desde la observación de que ese colectivo de almas culés ha alcanzado una práctica que antes les resultaba utópica. Han hallado el modelo, tras medio siglo de constante búsqueda, su santo Grial, el estilo ambicionado entre sueños interrumpidos a base de constantes tropiezos y vacilaciones. Por fin, ya tocaba. Ahora también, topamos de frente y satisfechos desde el ejercicio del oficio evaluador con una manera coherentemente humana de agradecer, de reconocer, de entrar en comunión de almas parejas que el barcelonismo tanto anhelaba y creía del todo imposible. Diógenes con su lámpara buscaba el hombre justo. La brillantez de estos cuatro años ha iluminado el túnel hasta hallar solución al problema endémico planteado. La unidad del club, el blandir principios y valores de su identidad sin antagonismos ni dobleces, de su humanidad para celebración común en la catedral, ese Camp Nou que reúne tales vibraciones colectivas de la esencia blaugrana. Nos pareció siempre hito impensable por lejano, inalcanzable, casi antitético a la abrupta naturaleza del més que un club.
El adiós de Pep, que ya es un inevitable hasta luego, lleva consigo la enésima lección de esta época histórica, inolvidable, única. Si quieren estudiarlo, si desean aprenderlo hasta metabolizarlo, en el manual, en la Biblia redactada a lo largo de estos últimos cuatro años se halla solución a cualquier enigma, remedio para todo mal, cura a la zozobra y escrita la manera de seguir así, cómo perseverar por el buen camino y la forma de madurar colectivamente. Si quieren solución, Martí, sabiamente procederán los barcelonistas caso de recurrir y revisar las páginas, los métodos y las aplicaciones expuestas para cada pregunta. En ese imaginario tan querido por sus feligreses, diríamos que el Barça ha llegado a su Ítaca deseada, la del poeta Kavafis cantada por Llach. Sólo falta que se den cuenta. Y esa revelación se ha producido gracias a la constancia y pedagogía puestas en práctica por Pep Guardiola. No es su único autor espiritual, por supuesto, pero ha sido el guía que el hallazgo de esta impensable normalidad precisaba.
Ahora ya está, ya queda todo escrito. En el camino les esperan los habituales peligros, las trampas dispuestas, el enfrentamiento con aquellos que han vendido su alma al diablo y pretenden convencernos de que su vía es la adecuada, ellos, que han despreciado lo más profundo de la esencia deportiva como herramienta de aprendizaje, de intercambio, de conocimiento. De humanidad bien entendida, en su mejor registro. Si regresan las divergencias, los nervios, las dudas o la secular impaciencia, no podrán ya imputárselo más que a su propia necedad para aprender de estas magistrales lecciones. Ha sido una bocanada de aire fresco, un rayo de esperanza entre tanta mediocridad imperante, campante y rampante que queda simbolizada por la memez de enviar a Los Cármenes a un árbitro aragonés, como si ni siquiera ya importara que la mujer de César sea y deba parecer honesta, no. Entre el lodo moral del fútbol español, Guardiola ha resultado un oasis y el Camp Nou de las últimas semanas, la escenificación de los posteriores tramos cubiertos por miles de peregrinos a punto de alcanzar su Meca deseada. Hay otras maneras de comprender este futbol. No ya menos disparatadas, sino humanas, emocionantes, correctas y válidas. Quien no vea más allá de su escudo queda condenado por siempre a las tinieblas.
Paciencia para afrontar la última jornada, Martí. Ahí se admitirán trucos, subterfugios, zancadillas y conspiraciones varias. De nuevo, volvemos al todo vale. Justo lo que quisiéramos ver siempre desterrado de nuestro Shangri-La futbolístico, de nuestro Xanadú utópico. Ese que los culés han tocado con sus yemas durante largo rato y en el que pueden fijar su residencia, a poco que reflexionen. Un abrazo, caballero.
Pep Land, domingo 6 de mayo de 2012
– E-pistolario: El mono del kalashnikov
– Foto: Marcos López (@marcosperiodico)
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