"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Mi querido amigo:
Perdona que inicie la e-pístola con una pregunta retórica: ¿te acuerdas de The day after? Sí, hombre, aquella película apocalíptica que narraba la situación del planeta en el día posterior al holocausto nuclear y se entretenía en su proceso de destrucción y arrasamiento, poniendo el pelo del pobre personal receptor cual escarpias. Bueno, pues, tal que así, el panorama de hoy por estos pagos. Mientras la profesión se distrae en pos del titular épatant, cada cual arrimando el ascua a la sardina de sus intereses o sentimientos, en amplio espectro que va desde el “fin de ciclo” (alguna vez había de ocurrir o ocurrirá, no hay que ser muy listo) al catastrofismo del recuerdo a Waterloo o a la más próxima Atenas, cualquiera que haya leído cuatro periódicos en su vida sabrá que, tras los palos a destajo repartidos hoy a diestro y siniestro con carácter de urgencia, se adivina el previsible alud de los próximos días buscando culpables a los que señalar con el dedo mientras se detallan todo tipo de (presuntas) soluciones a los (presuntos) problemas. Alguien tendrá que pagar por ello, a alguien se le exigirán responsabilidades. Nadie advirtió los problemas de antemano, por supuesto, pero ahora salen o saldrán un alud de inflexibles jueces en mil materias ignotas de carácter futbolístico, que cubren desde lo estratégico a lo físico, del equilibrio en la composición de plantilla al cacareado fondo de armario pasando por un repentino y fulminante ocaso de aquellos que, anteayer, aún guardaban años de rendimiento en sus botas y hoy son presentados como ceros a la izquierda. Ésa es la auténtica magnitud de la tragedia: que los jueces exigirán cumplimiento de penas sin importar que estén habilitados para impartir justicia.
Dieciséis años, Martí, sin vivir algo similar, tan rotundo 4-0, generarán en las próximas fechas otro alud en sobredosis centrada en inminentes refuerzos, rumores y pseudonoticias vinculadas. Algunas serán ciertas, la mayoría brindis al sol o derivadas de los intereses de mil y un agentes, los muy cucos ellos, dispuestos a sacar tajada del batiburrillo en que Múnich ha convertido de repente a este Barça. Por seguir con las evidencias, aquí, francamente, la personalidad atávica del barcelonismo no cambia, ni ha cambiado, ni cambiará. El fatalismo resulta consustancial al género culé, henchido de un derrotismo incapaz de ser variado ni después de esta formidable década, culminada con el 14 de 19 guardiolista o la inminente consecución del título de liga número 22 en la historia, que acaba de desaparecer víctima de un tremendo y conveniente ataque de amnesia. Si desde Madrid se minimizaba el título y se trabajaba con denuedo para ello vía altavoces de propaganda, que dejen de preocuparse: ahora son los propios interesados quienes se encargaran de no dar un duro por la liga a punto de reconquistar. Peculiares giros del fútbol, ya sabes.
Por cuenta de la vieja, de esa que se suma con los dedos, antes del Allianz quedaban tres partidos y ahora, restan un par. Bueno, mejor precisar que era trío de compromisos en Champions para los que resultaba imprescindible echar el resto y ahora son dos los partidos importantes para acabar la temporada de manera notable, pero cambiando el frente. Los seis puntos pendientes de conseguir a fin de alcanzar el título liguero, el de la regularidad. Y punto, no hay más que rascar. Pero da lo mismo que da igual: el personal, de repente, echa la mirada adelante a fin de solventar de sopetón aspectos que, analizados sin fragor, también estaban presentes en los días de vino y rosas, tales como la falta de centímetros, el nivel de contundencia o la carencia de alternativas, también llamados en el argot plan B de diversos tamaños y colores.
Cuando alguien se mete en una guerra, experiencia disponemos los humanos al respecto, nunca sabe cómo y cuándo acabará. Del mismo modo, alcanzado el armisticio para poner fin a la conflagración, ni siquiera Nostradamus sería capaz de calcular la factura total, una vez reunidas y sumadas todas las secuelas. Eso del fin de ciclo resulta veleidoso a más no poder porque no se dan las condiciones necesarias. Ni están los máximos protagonistas camino de la jubilación, ni es preciso realizar tabla rasa para volver a comenzar de cero. Convendrás que no es el caso y que, si les diera por ahí, existen numerosos ejemplos en la historia del club que advierten contra el dejarse llevar por la pasión cuando se atraviesan momentos delicados, no fueras a cargarte el todo si la objetividad demuestra que basta con arreglar una parte. Evidentemente, aquí y ahora, sólo podemos proyectar que se les ha caído un montón de faena por resolver a los inquilinos de ciertos despachos, especificados en presidencia, dirección técnica y entrenador. Por partes. A nadie se le ocurrirá mantener que gestionar un club de las dimensiones de éste sea tarea de niños, aunque facilita enormemente la tarea que sople, no ya brisa sino ventarrón, a favor como el vivido en los tres años de la actual regencia. Gracias a la herencia, a la pauta marcada desde abajo, ya que el equipo llevaba en volandas a la entidad, hasta ahora no ha sido preciso arremangarse. Ahora, ¡patapam!, los interesados responsables deberán hacerlo con urgencia en varias direcciones. Una, exigir diagnóstico y capacidad de reacción a los subordinados hasta conseguir que hagan evolucionar el modelo pactado y aceptado de manera casi unánime y que, en su actual formato, parece pez boqueando fuera del agua. Al Barça, por supuesto, ya saben cómo neutralizarle, del mismo modo que el once blaugrana sabe al dedillo que debe ser fiel a sus triunfantes señas de identidad, hoy prácticamente anuladas cuando le plantan delante alguien con la suficiente enjundia.
Si quieres evolucionar, buscar la salida coherente, no queda otra más que el atrevimiento y la inversión, la exigencia por recuperar la perdida excelencia y el diseño de las costuras que deben marcar la nueva época. Hay que saber de cuánto dinero dispones para fichar, con quién te reforzarás aun a riesgo de que te levanten la camisa y visualizar el panorama donde quieres llegar para sentar las bases de un tránsito rápido por el camino trazado. Todo, a la voz de ya. Y hacerlo con suma cautela. A ver cómo remedias la falta de recursos en el juego directo, aéreo o al contragolpe, y a ver cómo te las apañas para reforzar el ataque sin que Messi frunza el ceño. A ver qué haces con Valdés y a ver si tienes agallas para vaticinar quién ya no puede dar más bajo esa camiseta traspasándolo para conseguir dinero con el que aumentar la indispensable apuesta de renovación. Tal como el presidente trace el panorama y monte el escenario donde moverse, Zubizarreta deberá actuar en tiempo récord, presionado por un sentir popular que ha crecido y crecerá de manera exponencial en la exigencia de acertar. Los efectos colaterales de esta hecatombe se extienden hasta un infinito aún hoy imposible de predecir. Aparecerá, volvamos a lo previsible, el fantasma de Guardiola, se volverán a revisar las causas de su adiós aunque nadie gane ya en ello e incluso se olvidará que acaba de firmar contrato por tres años en ejercicio de estéril nostalgia de corte masoquista. Su sombra, antes latente, de repente quedará alargada y proyectada hasta la exageración y caricatura.
Y en la carambola, por supuesto, el siguiente foco de atención ilumina al banquillo. Así es el fútbol: por noventa minutos espesos pueden irse al traste irremediablemente meses de buen gobierno y feliz relevo. Si hasta ahora conseguía Vilanova respeto y solidaridad humana, las rosas se tornan espinas cuando ha quedado ya instalado bajo el microscopio de la sospecha, sea razonable o no esa duda de culpabilidad, de haber levantado o no el pie del acelerador, de haber llevado o no bien el equipo hasta hoy. ¿Récords ligueros, arranques espléndidos? La pérdida de autoestima vivida en Baviera convierte cualquier medalla en pasado de tiempo remoto, incapaz de pesar en la balanza de hoy, presidida por dos platillos de pura incertidumbre. Mano de hierro en guante de terciopelo, propugnarán algunos. Nuevos recursos, evolución sofisticada del sistema antaño triunfal y estrategias, exigirán otros. Tal vez, querido amigo, asistamos ahora a un sucedáneo de tregua hasta que no caigan los seis puntos ligueros de marras. Entonces, más que el feliz alirón, oiremos el sonido de un hondo respiro. Tal vez los recalcitrantes busquen consuelo en el poderío del Bayern como fuerza llamada a impedir la Décima blanca, pero ésa es hipótesis de palmaria falsedad, retraso para afrontar la verdad del momento y del tiempo que viene. Rosell, Zubi y Tito tendrán que guiar la nave en maremoto, en el momento de mayor zozobra vivido desde que ejercen cargos. Y deberán responder a los problemas con soluciones, no les quedará otra que repasar dónde están los poros y escapes del fuselaje para acertar en la reparación de manera casi infalible, tras antes llegar a la conclusión de que son pocos o muchos, pero conviene dar cada tiro en su diana.
No vamos a extendernos más por hoy, pero conste que la sensación, eso que nos motiva, la intuición, eso que nos conduce, es plenamente de The day after, panorama apocalíptico postnuclear. Imposible sostener, aquí y ahora, que el juego tiene estas cosas y que no siempre se gana. De repente, la gente se siente cargada de preguntas sin respuesta, de razones que requieren solución a la voz de ya. ¿Exagerado el planteamiento? Es el fútbol, que es toda una exageración por sí mismo, máxime cuando lo planteas desde la exigencia de una superpotencia obligada a una inhumana perfección.
Ya ves, iremos charlando. Queda un día para estar hablando de Neymar. Dos, para meternos en el ajo del sustituto de Valdés. Tres, con la lista de centrales. Cuatro, a éste lo traspasamos para obtener más dinero y a ver quién sube del filial. Vamos a estar distraídos, Martí, sin duda. No sé si asistimos al cacareado fin de ciclo, pero estoy seguro de que la piel de tres rectores azulgrana necesitará crema con alto factor de protección, no fuera a resecarse con la repentina insolación sobrevenida. Es lo que hay. Un abrazo y cuídate.
Poblenou, que hoy huele a cuerno quemado
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Alex Grimm (Bongarts)
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