Benvolgut Martí:
He estado a punto de entrar al trapo, surfeando sobre la ola de oportunismo/papanatismo, para saludarte con cariño y banal complicidad en lengua alemana. La de Goethe, que dicen los incapaces de mentar a cualquier otro escritor alemán y aun así pretenden dar el pego. Ese enrevesado idioma que todo el mundo, sorprendentemente, domina ahora hasta el punto de calificar con diversas notas al estudiante de postín. Y lo evalúan desde aquí, el país donde el término políglota se antoja casi como insulto arrojadizo. Recordarás, en homenaje al añorado Luis Carandell y su espléndido Celtiberia Show, que estos pagos albergaban no hace tanto tiempo bares capaces de convocar al turista y sus divisas bajo el señuelo del inolvidable cartel: “Aquí se hablan todos los idiomas por señas”. Pues eso, que aquí se escrutan los primeros pasos de Pep Guardiola amparados bajo tal estandarte. Podíamos prever que el mundo del futbol español, empequeñecido en su dialéctica de superpotencias, abriría horizontes para permitirse el lujo de atender a cuatro frentes en la próxima temporada. A saber, Real Madrid, Barça, Mourinho y Guardiola. Lo demás, relleno, triste comparsa, como va siendo ya costumbre. Pese a tal previsión, sorprende el seguimiento de ese nuevo camino, realizado en tropel por una legión de periodistas entre suspiros de Baviera y cierto tufo a diván. Sigo sin saber, Martí, si es admiración ante el compatriota capaz de meter una pica en Merkel, si resulta endémico complejo de inferioridad, si les corroe la envidia, si pasa por curiosidad o es un poquito de todo.
Me hubiera encantado un barrido de cámara en los prolegómenos de esa primera rueda de prensa para, con la boina calada, reparar en el número de amigos, conocidos y saludados, como decía Josep Pla, convocados para la ocasión. Debieron ser unos cuantos, que Pep siempre tuvo predicamento entre la canallesca e incluso cultiva amistades entre los restos de tan bonito oficio. Habría resultado una imagen sumamente reveladora, quizá habría arrojado alguna luz entre estas sombras en creciente movimiento que no acaban de hallar clara definición. Sorprende, compañero, tan desaforado seguimiento entre suspiros bávaros, como si ya se le echara de menos de regreso a la actividad aún antes de empezar allí, como si el deseo nada expresado ni aparente en este preciso instante bregara por un rápido retorno a casa antes de que el guiso del Camp Nou se pueda echar a perder. Serán tres años de residencia allá, sí, y existe unanimidad en desearle éxitos prolongados en el trienio, pero se diría que muchos lo toman por exilio y otros desearían que fuera gobierno paralelo, como si el interesado, en su minuciosidad y perfeccionismo, vaya a ser capaz de compaginar el pluriempleo de conducir al Bayern y, a horas muertas, preparar el futuro a largo plazo en triunfal regreso al hogar.
Hay, Martí, ganas de oposición entre el caleidoscopio barcelonista, se olisquea en el ambiente. Deseos de disponer de alternativa para evitar, sin ir más lejos, que el cotarro se reduzca a manos de los actuales gestores, anhelo de evitar por cualquier medio la poco edificante y nada constructiva unanimidad, en evidente paralelismo, de uno que rige, ha regido y regirá los tortuosos destinos de la Casa Blanca sin que nadie le tosa, le replique o le toque el moño. Eso es monopolio y por aquí, al personal variopinto, según parece, ya le va bien la reaparición de Joan Laporta en el escaparate a fin de zarandear un poco conciencias y evitar el aburrimiento, que el monocultivo resulta horroroso en democracia. El papel que se arroga el expresidente en esta continua comedia parece higiénico, casi imprescindible: poner en tensión a su sucesor y evitar que se confíe o utilice el viento a favor para arrimar el ascua a la sardina de su culevisión, sea cual fuere, que aún seguimos sin entender muy bien cómo suena la tonadilla del sandrismo. La reaparición en escena de los Laporta o Benedito resulta sana, pero el centro de atención, ahora, luego y a larga distancia, continuará siendo Pep Guardiola. No hay otro candidato, ni faro, ni profeta. De él se sigue esperando que algún día vuelva al redil convertido en cuanto le apetezca, sea director técnico o presidente, de ahí tanta nostalgia poco expresada y ese desvelo por interpretar sus palabras, normalmente tan claras que no precisan de traductor. Sin embargo, ya existen quinientas variedades en curso destiladas de sus primeras impresiones en germánico, curioso fenómeno.
Guardiola, sin que ningún mortal lo exprese ni nadie le cuelgue el sambenito, parece ya entronizado como líder de la oposición, recurso al que acudir si los tiempos de bonanza se nublan. Será eterna bala en la recámara, tabla de salvación a la que recurrir en momento de chaparrón, duda o malestar. No sé si él se da cuenta, no sé si todo el mundo tiene claro esa condición, pero ahí está, creciente aún en la contradicción de ni siquiera haberle dado margen para actuar en sus primeros pasos lejos del nido. Se le toleró el año sabático, sin comprender el alejamiento emocional sufrido con su íntimo Tito Vilanova, y ahora, de nuevo situado en el candelero, todo cuanto haga se leerá en clave barcelonista, quién sabe si opositora. El relevo a largo plazo, el deseado, el líder por encima de cualquier condicionante contractual de tipo puntual. No sé, amigo, si al interesado le apetecerá llevar esa cruz, pero ganas de colgársela las hay, vaya si las hay.
Por cierto, despacho rápido con otro par de nombres propios. A ver si Thiago, empecemos con uno, espabila y decide destino, que este serial veraniego comienza a fastidiar, máxime cuando existe un dogma de fe en el fútbol hiperprofesional consistente en que la estrella hace su realísima gana y el resto, a callar. Ni cláusulas rebajadas, ni sentimentalismos tocados en violín, ni gaitas. Tampoco amenazas apocalípticas o críticas desaforadas ante la hipotética decisión de marcha. Si el jugador dice que se larga, se va, aquí y en Sebastopol. El caso es que deshoje el sí o no, que bastante cargamos ya con las habituales serpientes veraniegas en materia de fichajes y no es preciso marear más la perdiz con otras zarandajas. Chaval, venga, espabila y déjate de cuentos. Total, harás tu realísima voluntad y punto. Y con el sueldo, no van cuatro lágrimas de cocodrilo incluidas a tu salud, no…
Y último, jopé con Scolari. Chico, aún no se ha extinguido el tremendo cirio que el barcelonismo dedicó a la elección de Guardiola en detrimento de Mourinho –estación de calvario que perseguirá eternamente a los desterrados Soriano e Ingla–, como para ahora invertir en otro velón a la salud del santo que tuvo a bien evitar la venida del llamado Felipao. Ya llevamos años parodiando al castizo con su éste no es mi Brasil, que me lo han cambiao, pero lo de la Confederaciones clama al cielo. Entre el central de los rizos, la anarquía defensiva, la carencia general de criterio, la propensión al palo y la falta táctica y el masivo desaprovechamiento de talento, menudo panorama tienen en aquel pueblo. La canarinha canta como las almejas, excusa que no me ande con chiquitas, y a Scolari se le ven las vergüenzas de modo evidente. Si llega a sustituir a Rijkaard como alguien deseó en su día, esto parecería aún un solar por edificar, derruido lo anterior hasta la última piedra. Suerte que nos pierde la estética y algún santo del barcelonismo veló desde los cielos para evitar tan irreparable apuesta…
En fin, cuídate de los primeros rigores estivales y a ver fútbol con España, que es la única que propone algo entre tanto quiero y no puedo. Sí, insisto, nos pierde la belleza, máxime cuando la pasarela rebosa de caras tan feas. Un abrazo,
Poblenou, ya adscrito a Baviera
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Bayern Múnich
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