Mi querido amigo:
Situación curiosa la de estos días. Las páginas de apertura en las secciones de deportes parecen pertenecer a información de tribunales o sucesos, directamente, por aquello de ciertos presuntos polvos convertidos en estos supuestamente escandalosos lodos, escrito quede el conjunto entre el condicional y el agarrárnosla con papel de fumar. Dedicado, de paso, a cuantos mantienen que política y deporte no mezclan, nunca deben hacerlo y nada tienen que ver. Vale, y dos huevos duros. Incluso ciertas portadas de estos días aparecen con la indisimulada intención de hacer pagar al Barça las facturas del momento catalán. Y conste, querido Martí, que rechazo soberanamente pontificar sobre Messi, Neymar o la Unión Europea, ya lo harán otros, aquellos iluminados con respuesta para todo y capaces, desde su ignorancia atrevida, de poner al Banco Central Europeo a bajar de un burro sin apenas saber cuánto suman dos y dos. Bastante cruz cargamos con intuir que cierta casta del cuarto poder sigue en posesión de patente de corso para montar la gran escandalera a partir de la más soberana y rotunda nada. Bastante cuesta seguir cruzadas personales de personal al que le cae mal este o aquel presidente y deciden judicializar su tirria en busca de los proverbiales tres pies del gato. Y bastante, en definitiva, harta la repetida tendencia a blindarse, sacar la bandera en volandas y a los santos de procesión cada vez que Bruselas da un toque a las exageraciones, las laxitudes y la carta blanca de la que goza el fútbol patrio. Aquí, ya lo sabemos, metes en la trena a un presidente futbolístico tras sentencia probada y se permitirá una despedida a lo grande digna de santo e inmaculado varón. Aquí, nos sobran muestras, esto de la pelota ha sido un cortijo del que han sacado beneficio bastantes señores para lograr notoriedad, patrimonio y, en el colmo, reconocimiento eterno a su labor, como sucede con gente condenada que sigue amparada socialmente tras su etiqueta de expreboste de tal o cual entidad.
Ya lo hemos dibujado someramente en otras ocasiones, Martí, el fútbol español tiene aún pendiente su transición a la democracia, al sometimiento a las leyes, al bien común y también, a la actuación con dos dedos de frente. No es cuestión de revisar lo pactado hace tres largas décadas, no, como sucede en el ámbito político. De lo que se trataría aquí es de obrar conforme a ley, sin reinos de taifas, atávicas picarescas, enriquecimiento de caraduras para empobrecimiento moral de cándidos seguidores o escribir la historia de manera verídica, tal y como fue. No, aquí nunca pasa nada y si pasa, se le saluda. La práctica de cierta higiene democrática brilla por su absoluta, desesperanzadora ausencia. Y ahora, ya voy a lo mío tras haber vaciado el buche. Ayer, andaba cierta facción del personal de este mundillo –caracterizada por su memoria de pez de colores, dos segundos, máximo–, encantada con recordar lo vivido hace justamente un bienio en aquel 4-0 al Santos, cima del Pep Team, revolucionario día en lo táctico donde se prescindió de delanteros para arrasar en el Mundial de Clubes y dejar al personal con los ojos a cuadros tras la exhibición. No esconden tampoco la nostalgia. Dos años, nada, un suspiro. En cambio, la noticia del momento en clave barcelonista (o solo según criterio de cuatro obsesos, pongamos la tirita antes de autolesionarnos la moral) está pasando por completo desapercibida, a pesar de su enorme grandeza, de su importancia histórica.
Gracias a otro excelente trabajo de hormiguita buceadora en la historia a los que nos tiene acostumbrados Manel Tomàs, alma del Centre de Documentació del Barça, nos acabamos de enterar de quién realmente salvó al club de su desaparición durante la terrible Guerra Civil, un señor llamado Francesc Xavier Casals i Vidal, de quien faltaba la más elemental de las referencias 77 años después, nada menos. Hasta ahora, la percepción, la etiqueta con la que nos conformábamos radicaba en cierta leyenda oficial, consistente en la voluntad de incautación de Les Corts –y del club, ya puestos– a cargo de la CNT-FAI, frenada gracias al ingenio de algunos trabajadores reconvertidos con presteza en propietarios de lo colectivizado gracias a su improvisada afiliación a la UGT. Máxime, nos fueron legados algunos nombres de aquellos empleados salvadores, como Rossend Calvet, exatleta y administrativo encargado de que el Barça funcionara durante largos años, o Ángel Mur padre, eterno masajista y piedra angular en la preservación del sentimiento, auténtico poder fáctico bajo forma humana de lo blaugrana a lo largo de otra eternidad. Pues no. Según lo publicado en páginas interiores por la propia revista oficial de la entidad, el señor Casals, exministro de Trabajo de la Generalitat en un gabinete previo de Francesc Macià, fue admitido en ese Comité de Empleados para que dirigiera y echara una mano en la administración y gestión del club en guerra, descabezado desde el asesinato de Josep Sunyol a manos rebeldes en el Guadarrama.
Pasados los meses de fiebre revolucionaria, el Barcelona recuperó estructuras anteriores y así, el 16 de noviembre de 1937, se formó nuevo consejo directivo, presidido en ausencia por el desaparecido Sunyol, de quien entonces se desconocía situación, y con Casals en la vicepresidencia, ejerciendo sin disimulo como máximo responsable. Hasta que la capital catalana cayó, catorce meses después, en manos de los sublevados. De inmediato, Casals fue depurado por los triunfadores, antítesis de la magnanimidad hacia los vencidos, y obligado a desvincularse para siempre del club al que salvó, hasta el punto de desaparecer por completo de la memoria popular. Menudo hallazgo, qué manera de fijar la historia por fin conforme a realidad. De todos modos, nada, a quién le importa eso ya… ¿Alguien se lo agradecerá a Casals in memoriam? Por supuesto que no. ¿Alguien lamenta que no supiéramos la verdad durante siete largas décadas? Por supuesto que tampoco.
Conformados, estamos ya conformados a todo, sea judicialización, sea amnesia, sea el empecinamiento en ignorar frases que tienen su miga y requerirían observación y análisis hasta valorar todo su calado. Como la pronunciada días atrás, en declaración aparentemente diplomática, insustancial, de Rosell, que nos hizo sentir como el Estragón de Esperando a Godot, aquella obra de Samuel Beckett que abrió el camino para el teatro del absurdo y marcó un hito en el llamado movimiento existencialista, ese que aún mantenemos tan presente en nuestras vidas aunque no seamos conscientes de ello. Manifestaba Rosell que el Barça mantiene las puertas abiertas a Guardiola, definido por el dirigente como el mejor entrenador en la historia del club. Bueno, pues eso, causa y efecto, pulsión de un resorte emocional que nos convence de hallarnos Esperando a Pep, venga cuando venga, vuelva cuando quiera y sea cuando fuere que el camino existencial le acerque de nuevo a sus amados colores. Le hemos dejado en Baviera con los mejores deseos de éxito, pero somos unos cuantos quienes, conociendo su imposibilidad para llegar mañana, como en el recurrente argumento de la citada obra, le aguardamos pacientes, sin prisa, ni alteración del pulso, solo porque le contemplamos como la idea personificada que más se acerca a la sublimación del sentimiento que millones sienten por tan particular causa. Y no lo planteamos desde el avaricioso egoísmo del éxito que tanto emborracha, no, por mucho que hubiera ganado en tiempos recientes, sino que lo hacemos desde la comunión de sentimientos, valores y éticas tan poco comunes en el mundo, en general, y el fútbol, en particular.
Pep Guardiola es un líder, Martí, y ese concepto resulta palabras mayores para los tiempos tan descreídos, tan nihilistas que nos ha tocado vivir. Los héroes de cada sociedad debieran ser quienes ofrecen su existencia, de manera altruista y convencida, al servicio de una mejor vida para los prójimos sin solicitar nada a cambio. Bueno, ya vemos y comprobamos cuánto nos hemos desviado del camino humanista que habríamos debido labrar en proyecto progresista y, para desgracia nuestra, nos sentimos hoy incapaces de poner la mano en el fuego por casi nadie, por parafrasear la manida frase de la que tanto abusan nuestros denostados políticos sin que del cielo caiga una lengua capaz de internarles un buen rato en la unidad de quemados del Hospital Vall d’Hebron, que es lo que su desatado cinismo merecería como premio. Por Pep pondríamos esa mano en el fuego. Y lo haríamos convencidos de que el hombre es recto, cabal y se muestra al servicio de la causa. Momento indicado para recordar aquella máxima que debería ser mandamiento de obligado cumplimiento en el servicio público, pero apenas nos vale ya para enmarcar el servicio al barcelonismo: se debe llegar al club para servir y no servirse, para poner al Barça por encima de cualquier otra consideración en caso de duda o bajo presión. Y vale el ejemplo para cualquier otro equipo o institución, máxime cuando nos declaramos moralmente abatidos ante la sinrazón de ver campando por doquier a quienes no resultan ejemplo, por definirlo suave, absolutamente de nada y son antítesis de cualquier valor. Así está nuestro fútbol tras el saqueo al que se ha visto sometido, así andan nuestras arcas colectivas tras el arrasamiento realizado por aquellos que buscan y utilizan el poder en exclusivo beneficio propio, sin el menor respeto por el sentimiento y el limpio corazón de quienes siguen enraizados emocionalmente con aquello que les motiva, sean los colores de un equipo, sea la vida honesta y decente en sociedad.
Quienes critican aún o han criticado antes a Pep lo han hecho desde la pura y rastrera envidia generada por su escasa proyección de miras intelectual y humana o, simplemente, porque no le llegan moralmente a la suela del zapato. Expresar ideas, predicar con el ejemplo, trabajar apasionadamente y perseverar en el intento deberían resultar pautas comunes de motivación y avance, pero no se estilan, ya sé que no se estilan, para desgracia nuestra. Esperamos a Guardiola, cuando quiera, sin prisas, cuando la vida le lleve a tal conclusión, porque aún le quedan por llenar unas cuantas páginas en su hoja de servicios culé. Mientras tanto, seguirán cayéndonos encima campañas antiMessi, regañinas procedentes de Bruselas y directivos de cualquier jaez que anteponen lo económico, incluido el bolsillo propio, a lo social y futbolístico. Suerte que estamos en Navidad, periodo que lava conciencias y voluntades aunque sea a base de recorrer centros comerciales en busca de los preceptivos regalos. Nada, Martí, un abrazo y perdona tanto la extensión como la dispersión en el temario.
Poblenou, atalaya nihilista.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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