Querido Martí:
Al fútbol le falta colmillo reflexivo para entender según qué cuitas y morder donde realmente duele, en las áreas vitales del pensamiento. En el fondo, la situación vivida estos días en el Barcelona no va más allá de un recrudecimiento en las tensiones latentes entre dos maneras de entender cómo hay que dirigir el club. Republicanos y demócratas, fuerzas conservadoras en pulso continuo con las progresistas, eternamente antagónicas porque son dos modos de sentir, entender y dirigir el mundo. Y así ha sido y así va desde los tiempos casi inmemoriales de Miró-Sans, cuando la construcción del estadio y el derroche en inversión de plantilla generó una situación de bancarrota de la que costó catorce años salir. Para compensar el desaguisado se promocionó a un miembro de las antípodas apellidado Llaudet, otra manera prácticamente antitética de entender la institución. Desde siempre, a ciertas fuerzas les ha interesado vender la incompatibilidad de fútbol y política en beneficio propio y el dictado ha calado profundamente, vaya si ha calado, cuando es manifiesto y evidente que todo es política en la vida, incluido el fútbol, por supuesto, eternamente manipulado por las fuerzas conservadoras, o abiertamente reaccionarias, de todo el mundo y terreno vedado a cualquier ínfula que pretendiera cambiar el mundo y el statu quo del balón.
El plato parece de consumo interno, Martí, porque contiene ingredientes de difícil comprensión y digestión si su aroma se huele desde territorio lejano al hábitat natural del Barça. Han faltado aquí teóricos del pensamiento barcelonista capaces de articular este fenómeno cada vez más evidente, pero aún carente de códigos y metalenguaje propio. Por tanto, llamémosles de manera gráfica a la manera de las dos grandes corrientes históricas del pensamiento estadounidense y huyamos de creer, demasiado simple, que son dos caras de la misma moneda capitalista. Los hay que se preocupan del estado del bienestar y los hay empeñados en pulverizar hasta su último atisbo de vida, situados ambos bandos en los polos más radicalmente opuestos de práctica y teoría. Vale lo mismo con el Barcelona y no es necesaria la posesión de una licenciatura para ver dónde queda cada cual y en qué aguas se ha movido mejor cualquier presidente del último siglo. Diríamos incluso con cierto atrevimiento que la escasa consciencia de esa realidad provoca malentendidos, tensiones y no ayuda a clarificar el panorama. Explícame, por ejemplo, dónde quedaba Núñez y donde lo hacía Laporta, en qué espectro del arco parlamentario culé se sentía cómodo Montal o cuáles fueron las compañías de Gaspart para que nos acabemos de situar en el imaginario planteado. Hablar de unidad es una entelequia cuando el congreso culé alberga tan diversas sensibilidades, tan variadas maneras de entender y sentir la institución, con todo su enorme peso específico en la sociedad que le cobija a cuestas. Rosell es republicano y eso no es un juicio de valor, ni tampoco crítica, sino una constatación flagrante.
La explosión dialéctica de Guardiola rompiendo puentes de entendimiento con la otra parte, con otra manera de pensar y entender el club, equivale a un corrimiento de tierras que desnuda nuevo escenario. Veremos cómo se asienta el paisaje, pero, de momento, ahí queda, bien a las claras, la necesidad de un líder demócrata que fiscalice la gestión del actual presidente y cuaje un equipo opositor, una alternativa clara de gobierno, ideológicamente bien distinta. Tiempo para identificar al cabeza de filas y equipo entre las filas demócratas. Imposible, de momento y por tres años de contrato, que sea el propio Pep como, consciente o inconscientemente, desearía buena parte del barcelonismo que sintoniza con su manera de ser, hacer y ver. Difícil que Laporta consiga aglutinar a las familias de diverso pulso que le consideran declinado ya en tiempo pasado, sin más futuro que el de armar munición dialéctica contra el establishment y tocar las narices a quienes tanto deplora. Tanto, como ellos a él, que lo suyo, lo de todos los implicados en esa tirria, es víscera pura. Entelequia pensar que Benedito se convierta en líder porque lo suyo es la tercera vía, el partido liberal, la bisagra y no le secunda el suficiente músculo, el poder necesario en apoyos, financieros o fácticos. Hoy por hoy, finiquitado el periodo de gracia de Rosell a mitad de su mandato –bastante le ha durado la inercia, bien pensado–, podemos asistir a una superficie de francotiradores y a un posicionamiento subterráneo, invisible, de los auténticos protagonistas y aspirantes, moviéndose para cohesionar sinergias.
En época de etiquetas superficiales y percepciones primarias, cabría apuntar que Sandro Rosell alcanzó la presidencia como candidato más votado de la historia con el respaldo de tres capitales detalles. Primero, haber sido el hombre que trajo a Ronaldinho al Barça para cambiar el signo de la historia. Da lo mismo si lo fue o no, le adjudicaron tan flamante medalla. Segundo, representar la cara más amable y menos beligerante –por tanto con menos aristas y en línea con el poder establecido– de la renovación y renacimiento blaugranas. Y por último, haber trabajado duro como topo a lo largo de cinco años que le sirvieron para conocer al dedillo el who’s who de tan complejo mundo, desde peñistas a periodistas, y ganárselos para la causa propia a base de sumar despechos al excesivo predecesor. Bien mirado, republicanos contra demócratas, aún con ciertas peculiaridades del momento.
Entre ellas, sobresale por rutilante el papel de los medios y de los periodistas. Apenas existen ya referentes, plumas capaces de generar reflexión y corriente de opinión. El cuarto poder no existe. La llegada de las redes sociales aporta apenas una ingente cantidad de ruido en la que, como dicta la naturaleza del medio, resulta casi imposible discernir el grano de la paja, lo bueno de lo malo, lo cierto de lo falso. La profunda, irreversible crisis de los medios de comunicación tradicionales dibuja un panorama digno de aquella balsa de la Medusa de Géricault. A punto de naufragio, cada cual se arrima al salvavidas de poder que le queda más cercano, y el Barça lo es. Y de qué redentora manera para algunos. Por lo tanto, preferible el halago y el acatamiento ante los dictados que perder los favores de tan poderoso mentor a nivel empresarial. Y por lo que respecta a contenidos, lo trivial, lo infantil, la simple espuma sin sustancia resulta que vende más y mejor que trayectorias, prestigios y respetables cátedras, si las hubiere. La democratización de la señal en los mensajes coloca a tutti quanti en idéntica situación plana, sin jerarquías, perspectivas ni otras referencias. Eso, al poder, le va de fábula, por supuesto. A cualquier poder, siempre que no se movilice en demasía el personal, punto de inflexión casi inverosímil entre tamaño nivel de individualismo a ultranza.
Para no extenderme, Martí, lo último y obvio, pero necesario de recordar: al Fútbol Club Barcelona como ente siempre le ha ido según ha marchado el equipo, el Barça. Si gana, golea y triunfa, los ismos se encogen y la vida es bella. Si van mal dadas sobre el césped, los pañuelos se dirigen al palco y éste, sea cual fuere su naturaleza, gasta todas las energías en buscar escudos que le paren los golpes y permitan seguir instalado en el poder, tan fantástico y atractivo, el tiempo que puedan llegar a estirar. El auténtico presidente del club es Messi, hoy día, y diría que a Guardiola le agotó representar todos los papeles de la obra por plena consciencia intelectual. Mientras acierten con el arco contrario, ningún problema, pero de momento, cuando no llega la competición, hay que fijarse y valorar como merecen estos seísmos, estos movimientos de tropas en la eterna correlación entre republicanos y demócratas, dos bandos que no saben de su existencia pero ahí están. Uno, en el poder, cada vez con mayor hoja de servicios para que sepamos evaluarla. Otro, en una oposición que ahora debe reinventarse y hallar nueva cabeza de cartel por ausencia o incapacidad de los posibles candidatos.
Lo de toda la vida, Martí, aunque muchos no hayan caído en articularlo así. Dos maneras de entender el Barça que resultan imposibles de conciliar. No hace falta decir más, parafraseando a Schuster. Que ganes el pulso a la canícula. Un abrazo.
Poblenou, aún en periodo de caucus
* Frederic Porta es escritor y periodista.
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