Mi querido amigo:
Con lo que llega a suceder en nuestras calles y vidas, días históricos de avisos y cambios, y por contraposición, el fútbol, siempre empeñado en ir a la suya, pendiente ya del Mundial, a su bola. Tan a su aire como el Fútbol Club Barcelona, encallado en la Audiencia Nacional de tremenda manera sin que, al parecer, a nadie entre su feligresía le acabe de importar un comino tan relevante asunto. Martí, déjame preguntar sin respuesta qué ha pasado aquí, cómo demonios se ha pasado en un pestañeo desde la gloria a la catatonia más ignominiosa, del modelo cerrado de éxito al desastre de hoy que ni siquiera ocupa o preocupa a los autoproclamados barcelonistas. La última vez que quisimos mirar, el fichaje de Neymar andaba en coste real por los 106 millones de euros, prácticamente el doble de lo que el presidente huido clamaba a los cuatro vientos, cerrando su vehemencia dialéctica con un constante sonsonete: “Ha costado 57 y punto”. Ya. De momento, el día 13 le espera una estupenda verbena declarando ante el juez Ruz. Enhorabuena, en la chapuza perpetrada han conseguido que el club sea imputado y el próximo capítulo del sainete en lista de despropósitos pasa por Bartomeu y Faus, otro par de ilustres que se cansaron de estampar firma en tan fraudulenta operación. Sí, fraudulenta, ilegal, indigna, impropia y un sinfín de sinónimos más antes de que perdamos el mundo de vista y seamos capaces de justificar lo injustificable. Eso sí, queden tranquilos, que ese par ya anunció que no dimitirá cuando le alcance la opción de ser imputado. Vergüenza.
Vergüenza ajena, por ejemplo, ante la flagrante connivencia de los medios especializados, dispuestos a maquillar tan enorme desmán con portadas de rumores, de Bravos y de Higuaines, de vergonzosas miradas cómplices hacia otra parte, sin que nadie, absolutamente nadie, se erija en sucedáneo de Émile Zola y escriba, cada día, cada hora, el J’accuse que corresponde al momento. O echarle las culpas al socio denunciante, tal como escogen, cínica y deportivamente, algunos medios y oráculos de opinión culé. En apenas tres años, oh, vileza, se ha pasado del mejor momento en la historia centenaria del club a esta continua astracanada en los juzgados, a las nuñistas maniobras de distracción de la que merece ya ser considerada como peor junta directiva en la era moderna del club, esa que nace cuando aterriza Kubala allá por el arranque de los cincuenta. ¿Peor que Gaspart? No, eso fue un exabrupto histórico, una excepción payasa y aprovechada, algo puesto ahí por el destino para impartir inolvidable lección a los barcelonistas: nunca más votéis al malo conocido porque, a veces, el sabio por conocer merece voto de confianza, parafraseando un celebérrimo dicho catalán. Pues no, no aprendieron porque es evidente que han tropezado de nuevo en la misma piedra. Son ya cuatro años de errante égida definible en algunos movimientos casi espasmódicos. Uno, odio africano hacia lo heredado, hasta el extremo de desear desmontar todo lo bueno para que no quedara ni rastro de lo generado por los detestados predecesores, acción que entra más en la patología que en lo comprensible y explicable. Dos, caída del club en el más radical y absoluto presidencialismo –encima, nada preparado–, ese que apostó por Neymar como recambio (ahora ya frustrado) para Messi y decidió inclinarse por Martino con los resultados archisabidos en ambos casos fundamentales, las únicas decisiones realmente sustanciales. Mandaba él y él se fue pies en polvorosa alegando lo que no era, anticipándose a lo que es y está pasando, sea en la Audiencia, sea en Brasil, sea en vínculos con Catar. Y pasará aún en capítulos que irán llegando por entregas durante largo tiempo, mucho nos tememos.
De haber cerrado el modelo anhelado tras larga travesía en el desierto, de haber escrito el punto y final a la Carta Magna del barcelonismo que había de velar por un futuro estable y prometedor a esto, a este desfile de crasos errores en hoguera de vanidades han pasado dos años, podemos ponerle punto de arranque y salida en el adiós de Guardiola. Y nadie dice nada, y a nadie se le suben los colores. Ayer, Martí, se presentaba en sociedad Manifest blaugrana, movimiento voluntarista de socios barcelonistas que está, como tantos, por la transparencia, por la práctica democrática activa en la institución, por hacer las cosas, simplemente, como es debido y corresponde. Aquí y allá debieran existir y convivir cien mil muestras como esta para preservar la buena salud, higiene y práctica de la institución a la que cada cual ama. Pero no. Estamos envueltos en la bruma causada por constantes cortinas de humo y maniobras de distracción, en estrafalario revival de las peores prácticas nuñistas, catedrático en el arte de permanecer a flote de manera tan pasiva como el mismísimo corcho. El cuarto poder, si es que aún existe, expresa su terminal debilidad al transigir con estas vergüenzas, estos diarios Watergates de medio pelo sin Bernsteins ni Woodwards que se atrevan a escribirlos, no ya a denunciarlos. Nada. Entretener al personal con la promesa de Luis Enrique, la hipótesis de Koke, de este o del otro para dar la razón al impagable Lampedusa. Lo cambiarán todo para que nada cambie al servicio de su incapaz señor, el que les proporciona negocio porque, como escribió el editor de uno de esos diarios hace ya décadas, “en esta vida siempre hay que estar al sol que más calienta”. Y sin la estufa del poder menguante de Bartomeu, apoyado por algún grupo mediático que acostumbra a sentir que el Barça es parte de su patrimonio, igual les entra el fresco de la democracia real y a eso no están, por supuesto, nada acostumbrados.
Sorprende hasta alucinar, Martí, el papel pasivo del barcelonismo, ese que empezó a despoblar las gradas del Camp Nou durante la última y procelosa campaña y hoy abdica de manera peculiar al no exigir responsabilidades, explicaciones y elecciones de inmediato. Desde que Rosell tomó las de Villadiego, sus deudos solo se han preocupado de parecer en febril actividad para mantener la silla bien sujeta contra viento y marea. Y se están saliendo con la suya. No hay oposición expresada y si la hubiere, prefiere en discutible estrategia no sacar la cabeza en plaza pública hasta que no exista fecha de convocatoria a las urnas porque, creen, denunciar la situación podría quemarles y no existe hoy evidente clamor de recambio en la presidencia. Por tanto, que se carbonice todo bien carbonizado, sin remedio. Votó un tercio apenas de los inscritos para la remodelación (pasaron ya dos meses de silencio tras el apresurado referéndum) y han llegado a la conclusión de que solo podrán ganar si el banco de votos entregado a Rosell, el mayor de la historia, va perdiendo afinidades unidad por unidad hasta renegar del huido para caer en otros brazos vía simbólica papeleta. En este estado de confusión, necesitarán, en efecto, los dos años que faltan hasta la convocatoria de elecciones para que la gente, gracias a nuevos escándalos y fiascos, se acabe de dar cuenta de que con esta compañía al supuesto mando no hay manera de ir a ninguna parte mínimamente razonable. Dos años de pendiente, todavía. Un bienio de deterioro por vivir, ya que no son capaces de movilizarse para parar ya tamaño desatino. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo se ha desgastado tanto en tan poco tiempo? Bueno, pues la respuesta a tanta cuestión retórica parece que se la refanfinfla al socio, seguidor y simpatizante. Con el cargo de multas y variados desatinos, Neymar puede acabar costando más de 150 millones de euros. Bien, ¿y quién se hará cargo? El Barcelona y su déficit, agravado por la mentira y la chapucera ingeniería del traspaso. Nadie pedirá responsabilidades a los dirigentes de seguir por este camino, y ello repercutirá en que prosigan su huida hacia delante aferrados a su actual condición como rectores. Solo la ironía por consuelo: ellos, que persiguieron a sus antecesores con la acción de responsabilidad, exigiéndoles que pagaran por los desmanes económicos heredados. Y ahora, el bumerán les regresa en versión corregida y aumentada. Menuda farsa.
Impresiona, Martí, que mientras los resultados de las europeas o la abdicación del monarca han generado esperanzadores movimientos de democracia activa y participativa, lo del Barça esté como está vista su condición de más que un club, que parecía blindarle de malas prácticas por general convencimiento de sus feligreses. Diríase que el personal traga con las mentiras, se ilusiona con los fichajes que le ponen delante y no quiere saber nada de la evidencia sangrante. Aquel que fue el más votado resultó ser el peor y su equipo de colaboradores no le enmienda la plana, también por manifiesta incapacidad. Tremenda contradicción, sí, pero más les vale hacerse pronto a la idea o esto, como todo, aún puede ir a peor. El panorama de silencio hiela la sangre. Nadie abre la boca ante el paisaje. Por Gamper, ¿qué está pasando aquí?… Un abrazo y buen puesto de observación para desmenuzar el Mundial, amigo.
Poblenou, quien calla, otorga.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Foto: EFE
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