"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Mi querido amigo:
Anticipo que esta es la e-pístola que mayor pereza me ha producido afrontar. De hecho, lamento escribirla aún antes de ponerme. Cuesta ahora mismo un montón encarar el tan mitificado folio en blanco para expresar sensaciones, sentimientos, opiniones que me abandonarán en franca minoría de una sola persona, yo mismo, por lo visto y observado. La buena noticia de la misiva consiste en que, seguro, será corta, que el tema no merece explayarse en demasía. Dos puntos de arranque, realidad y asociación de ideas que remonta a la ficción clásica en celuloide. Primero, exterior día, Poblenou, hoy mismo, hace un ratito. Un grupo de media docena de taxistas espera casi eternamente en la puerta de cualquier hotel –Barcelona es apenas un Grand Hotel, ya sabes– al turista que les alivie las penas de tanta crisis y tanta mierda con un simple trayecto que llevarse al volante. Desde lejos, la discusión se antoja viva, de postulados firmes, casi enconada por la comunicación no verbal que le imprimen los participantes. Al acercarme, capto la primera frase inteligible: “Desde luego, a Ribéry, yo no se lo doy…”. Idos a tomar por saco, de verdad; idos a paseo, guapos. Con la que os está y nos está cayendo, ¿ese es el gran tema del día? Preferiríamos ser tanto mejor educados para, segunda opción propuesta, imitar a Clark Gable al pie de escalinata y, ya que creó el inolvidable molde, dedicarle la recreación de la clásica frase: “Francamente, querida, me importa un bledo”. Queda como más rotunda, pedestre y barriobajera en el inglés nativo, con lo del “I don’t give a damn”, pero tampoco da el tema para perfecciones. Enhorabuena, entre todos habéis conseguido que la elección del Balón de Oro 2013 me importe un bledo y me vaya a importar, sospecho, exactamente lo mismo desde hoy hasta que alguien decida retirarme del barrio. Qué cansino, qué monumento constante a la estupidez, al desatino, a la más humana insustancialidad.
Meses y meses con la murga, con campañas arriba y abajo, con conspiraciones en mayor o menor grado de notoriedad pública. Todo el mundo, literalmente, dispuesto a meter baza, a decir la suya, a arrimar el ascua a la sardina de sus intereses, de sus preferencias, que se fastidie el prójimo, que gane el mío, lo mío, mi bandera y mi ideología. Realmente, por no saber, no sabemos ni bajo qué criterio se vota, aunque da lo mismo metidos en el jaleo de pelea tabernaria, digna de aquel chiringuito del irlandés, a sopapo continuo entre Lee Marvin y John Wayne con la sola connivencia de matar el aburrimiento. El descontrol llega hasta el punto de dudar sobre el conocimiento en materia de fútbol de entrenadores, capitanes, figuras y figurones de los medios. Ni los propios interesados saben qué leches están haciendo, a quién levantan ofrenda. En el Balón de Oro nada parece tener pies ni cabeza. Oye, de verdad, si tanto nos aburrimos, echemos un tantito de solidaridad a Gamonal, apretemos un puntito a los bancos y al poder financiero, cisquémonos indignados en las psicotrópicas portadas de La Sinrazón o busquemos causa, cualquiera, mínimamente digna para blandir escudo y espada a su servicio, que esta quedó desencajada de goznes desde tiempos de Yashin o Masopust, poco más o menos. Y nos importa un cazzo que la multinacional del balón, tan provechosa y rutilante ella, muestre manifiesta incapacidad incluso para lo mínimo exigible, que es ofrecer una retransmisión televisiva urbi et orbe pasable, digerible, sin estar envuelta en caspa, modelazo y/o escote de señorita de buen ver y aplausos de mil pavos inanes como plantados en el auditorio por el responsable de atrezo de esta universal españolada indigna que anima a creer que, en efecto, no estamos tan mal porque incluso la FIFA anda fatal de imaginación, de recursos, de capacidades para entretener si es que le quitas el balón del estadio y pones pajarita a los actores que interpretan su talento sin declamar en calzón corto. Enhorabuena, todo, una calamidad, todo, manifiesta sinrazón, desde la ampliación del plazo al que se alegra, al que llora, al que se solidariza con este o el otro, al que declara, al que critica, al que se lo cree, al que les aguanta el cirio en la procesión del invento, al zopenco que somos todos y cada uno de nosotros por bailarles el agua de esta manera tan vil, mísera, descerebrada.
No sé, Martí, más vale que nos echemos al monte, que esto no tiene remedio y el oficio, por lo visto, se apunta en aplastante mayoría a la sacralización de la memez, a la evidente estupidización del personal, a la infantilización que comportan montajes de tan tremebundo jaez, que luego pasa lo que pasa y vamos como vamos. Entre la catarata desenfrenada de dimes y diretes, apenas hemos leído o escuchado cuatro cosillas que provengan de razón o parezcan cuerdas. El resto, márketing o vómito de enfoque primario y voluntad de alcance, para mayor profusión de sal en la herida, planetario. Incluso los que han tirado de ingenio o sarcasmo a fin de quedar como inteligentes patinan de planteamientos. Esto es un despropósito y desde Blatter hasta el último menda de France Football deberían dar el alto al desmán, que se les ha ido de madre hasta lo esperpéntico y quieren, por lo visto, que todos nos repartamos frase de botarate en esta perfecta escenificación del teatro del absurdo. Hala, con vuestro pan os lo comáis y felicidades, habéis conseguido tener a mogollón de personal distraído con esta patochada. Oye, y fantástico quien diga que estas cuatro líneas se justifican por no haber apuntado a caballo ganador, no estar de acuerdo con la decisión o con la peregrina razón que el lector desprovisto de complicidad desee esgrimir en desacuerdo con el escribano. Cada vez queda más claro que todos gozamos de un culo y una opinión y continúa ganando por goleada lo primero sobre lo segundo como vehículo de expresión cuando se trata de fútbol y sus circunstancias.
Den por seguro que leeremos las diecisiete páginas de votaciones, las miles y miles de tonterías que expongan unos y otros al respecto de tal excusa, sí, claro, por supuesto, nada mejor que hacer. ¡Ja! El Balón de Oro 2013 apenas ha servido para ratificar que esto no tiene remedio y entiendan bajo el concepto esto lo que ustedes mismos consideren más conveniente y de amplio ámbito. Tanto da, total, hemos avanzado otro paso hacia el fin de la inteligencia tal y como era conocida. Con lo que había costado bracear hasta allá y ya ves, todo por la borda, a tomar viento. Viva el fúmbol, con m de eso, de mimética memez. Uy, lo que nos costará esperar hasta que entreguen el truño del 2014, ya ves, no podremos dormir en la espera…
Un abrazo, caballero, y perdone usted el exabrupto, pero, también en clásica cita, alguien tenía que soltarlo. Si te lo quedas dentro, peor para tu salud y eso sí que no, mira. Será dorado, el invento, pero no tiene por dónde cogerlo, ni la excusa siquiera de ser inaprensible por esférico.
Poblenou, sin materia gris
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Foto: Fabrice Coffrini (AFP)
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