Querido amigo:
Vaya, justifiquémonos escribiendo que algunos evidentes problemas de comprensión lectora del personal acaban generando tiempos muertos en el e-pistolario. Cada vez que alguien confunde velocidad con tocino en el sentido de lo redactado o acusa al pobre escriba del mortal pecado de excesiva longitud en la misiva, retrae las ganas de escribirte. Entre otros factores, también influye el flagrante pasotismo del personal culé, dispuesto a tragar con todo, visto y comprobado, y el papanatismo de sus directivos, siempre dados a acusarnos de la muerte de Manolete o Kennedy cuando nos da por argumentar, ni siquiera denunciar, que andan ignominiosamente desnudos. Vamos, factores que quitan las ganas, aunque para suerte de nuestra epistolar relación, hay otros que las estimulan, las jalean, las disparan. Por ejemplo, Luis Suárez. El segundo (en romanos, II), si atendemos a la sucesión casi monástica, aunque diferida en el tiempo y trono, entre el simpar original y este impostor a punto de ser coronado.
Mira, Martí, ya sabes que en casa somos muy, muy de Luisito Suárez Miramontes, el auténtico, el original, el único. Señora, no admita comparaciones, ni se quede con la marca blanca, que no me la engañen. Aquí, hoy, ayer y toda la vida, rendidos admiradores de El arquitecto, como le llamaban en tiempos, tras el apodo que le impusiera el mismísimo Alfredo di Stéfano para halagar su visión y finezza de estilo. El gallego sabio, el maravilloso centrocampista, el hoy casi octogenario cerebro de los mejores Barça e Inter, el niño prodigio surgido del Dépor, el estandarte de un sibarítico fútbol siempre por reivindicar en su justa y desconocida grandeza. Luisito en personal y cariñoso diminutivo, aunque cumpla los 200. La bellísima persona de costumbre, cercana, modesta, amiga de sus amigos, entrañable, singular y bandera a portar como estandarte por sus incondicionales, entre los que me sitúo en primera fila a empellones, aprovechando que sus fieles ya gastan una edad y no andan para muchos trotes. Él, en cambio y por suerte, está fetén y que dure, de mente, de cuerpo y de gracia, de retranca justa y afortunada. Con el Luisito de siempre y el uruguayo Suárez del nuevo milenio jugaremos aquí a las comparativas. No por posición ni nada de eso. Solo por demostrar, empecinados en el erre que erre, que la historia enseña, deja escrito y se acostumbra a reeditar como farsa cuando le toca turno a la segunda entrega.
Al gran Luisito, a nuestro único Balón de Oro del 60, le debe el fútbol español un sinfín de homenajes y reconocimientos. Y el Barça, aún más. En somera elegía, recordemos que entre Kubala y Samitier, menudos padrinos por diversos caminos, le ficharon para el Barcelona cuando era aún mocoso a rayas galaicas blanquiazules. Va, tres anécdotas muy rápidas: Helenio Herrera le quiso para el Sevilla, pero no perseveró; el astuto Sami le metió de matute en la operación de fichaje de Moll para abaratar el coste; y su conversión en culé le costó el cargo a Ipiña, secretario técnico del Madrid, por decisión enfurecida de Bernabéu. Tardó en triunfar en Las Corts porque ni Puppo ni Plattkó, entrenadores de sus primeros tiempos, concedieron confianza y continuidad a ese montón de talento con piernas, a ese exceso de materia gris aplicada al balón. Para mayor cruz, este cruce sublimado en laboratorio de Iniesta y Xavi mejor dotado para el gol y de recorrido por la izquierda, el Suárez original e irrepetible se vio metido a su pesar en los jaleos habituales entre directiva y oposición, que le quisieron enfrentar a su amigo y maestro Laci Kubala hasta conformar ficticios bandos enemistados.
Confundiendo ficción con certeza, forjaron los mentideros de antaño la feroz pugna entre kubalistas y suaristas que tanto fastidió la estabilidad del vestuario en la prodigiosa década de los 50. En realidad, nada de nada, aún cuando la especie se perpetuara y viviera hasta hoy: Fueron íntimos y Suárez, hombre de bien, guarda un amor profundo por el mito fallecido que se expresa con sólo nombrarle. Parecida emoción a la de su intenso barcelonismo, por mucho que se le hiciera sufrir y se le expulsara de tan peculiar paraíso. Tanto quería Luisito al Barça que aún lo visita a menudo aunque, o precisamente por ello, dedicara en su día algunos sonados, históricos cortes de manga a la grada por pura reacción visceral ante los silbidos recibidos cuando regresó vestido como Internazionale. Volvamos a la sucinta anécdota: Para los viejos aficionados, suyo es el mejor gol jamás visto en el Camp Nou, cuando le pidió la bola a Ramallets en su propia área y la depositó en las mallas del Dinamo de Zagreb tras driblar a un puñado de yugoslavos y cruzarse el campo más allá incluso del británico box to box.
Tan injusta es la causa blaugrana, tan olvidadiza hacia sus ídolos de antaño que nadie recuerda hoy quién fue y, sobre todo, qué debía ser Luisito. Nada menos que el líder del tiempo perdido, de aquella tremenda travesía del desierto que quedó entre la marcha de Kubala tras la funesta final de Berna y el advenimiento del Cruyff futbolista anunciando la ya inminente democracia. Catorce años yermos, estériles, provocados, sobre todo, por una decisión funesta. Hundida la entidad por el tremendo déficit generado tras la construcción del Camp Nou –y sus nada investigadas corrupciones, siempre nos da por añadir–, al listo de Helenio Herrera se le ocurrió forjar su Inter triunfal a partir de esta viga maestra, piedra angular que debía adquirir el talonario del ínclito signore Moratti padre. Récord de la época: 25 millones de pelas para que os lo vayáis pensando. Y huido Miró Sans por piernas –ojo, que igual empiezan aquí los paralelismos con hogaño–, la junta gestora se lavó las manos preguntando a los candidatos Llaudet y Fuset si aceptarían la indecente propuesta. Solo contaba 26 años de edad y le quedaban aún la friolera de doce temporadas más de fuelle a pleno rendimiento. Nada, prevaleció la locura y le enviaron a Italia. 25 millones en el traspaso más caro de la época, también la salida más fácil y evidente para los catalanes, la mejor inversión posible, lo que acabó siendo una ganga en caso de ser italiano. La excusa, tapar agujeros de caja, como si no hubiera otra manera de conseguirlo, de negociar con los bancos, de exigir responsabilidades a los que, hipotéticamente, pagaron 288 por un campo presupuestado en 66 millones. Nada, pagó el pato Suárez, pagó el club una tremenda factura porque –y tampoco nadie quiere recordar– Enric Llaudet se gastó 20 de esos 25 tal como entraron desde Milán, sí, 20 millones, en quince fichajes que debían afrontar la imprescindible renovación, y salieron casi todos como tiros por la culata. Vaya, como si te vendes a Messi porque se te acaban de ir, supongamos, Valdés, Xavi y Puyol tras la final de los palos cuadrados de Berna. Un suponer, por supuesto. Como si te faltara el criterio para saber quién debía guiar la transición hacia la nueva época igualmente triunfal. Luisito Suárez entonces. Y, en equívoco, ahora se repite el guiso con idénticos ingredientes, nombres y apellidos, ya ves, Martí, qué cosas…
Luisito se fue a San Siro e incluso Sandrino Mazzola le reconoció como inmediato líder de los neriazzurri. Tres años seguidos más, en el podio del Balón de Oro, elegido entre el mejor trío de futbolistas del continente. Ya, olvidado de sus compatriotas, en situación también vivida a despecho y con desgracia por Joaquín Peiró y Luis del Sol, el triunvirato de emigrantes en aquel fútbol autárquico, el trío de glorias que deslumbraron por los campos de la larga bota sin volver ya jamás en plenitud a España, ni siquiera para impartir enseñanza vistiendo los colores de la selección. Aquellos años 60 no sabían de globalización, las distancias no eran las del mundo actual. Te ibas con la maleta de cartón a ganarte los garbanzos –o buenas dosis de ellos– por Europa y adiós, muy buenas, se acabó. Hasta aquí Luisito Suárez, si te he visto no me acuerdo, qué injustos hemos sido.
A ti que te gustan estos juegos, Martí, si repasáramos quién debía seguir y quien decir adiós tras Berna, seguramente coincidiríamos en un par de llorados carpetazos, Ramallets y Kubala, y en entregar relevo y cetro de monarca a Luisito. En cambio, que ya es el colmo, la operación de traspaso se cerró días antes de la funesta final ante el Benfica, obligando a que Luisito decidiera si quería prestar un último servicio a la causa culé dejándose el resto o preservarse de cara al futuro, soltar un taurino “ahí os quedáis” ampliamente fundamentado en razones. En la desdichada final, Luisito, y ahí está el vídeo para corroborarlo, fue el mejor de los veintidós: nada, ni Coluna, ni Cavem, ni Garay, ni Kocsis, ni Germano, ni Czibor, ni Aguas ni nadie. Suárez, Luisito. De largo. Sobradísimo. Espectacular. Y nunca se lo reconocieron. Entre la directiva, la canallesca y la rara atmósfera generada, se ofreció al aficionado la antítesis de una imagen correcta, ajustada a realidad, por lo que respecta a Suárez. Aquellos 20 millones de pesetas mal gastados nos llevan a los 80 kilos en euros de otro Suárez medio siglo más tarde. Enormidad que parece obedecer a la simple compra de cromos, a emular la discutible manera de proceder del florentinato, a una burda imitación de la canonizada portera de Núñez, ya inmortal, más que el propio Luisito, en el imaginario colectivo culé. Doce mil millones largos de las antiguas pesetas que cualquier mente centrada aconsejaría invertir en centrales y otras necesidades acuciantes, prioridades de planificación del nuevo proyecto devengadas del paso del tiempo, del inevitable declive, del desgaste de edad sufrido por quienes protagonizaron los mejores años de la vida deportiva en clave barcelonista.
Hoy como ayer, ay, qué grande es la historia, nadie mueve un dedo. Ni quisieron evitar la marcha de Luisito ni hay planteada oposición argumentada a esa tozudez por importar al goleador uruguayo. Por aquel entonces, nadie, absolutamente nadie, supo verle como el gran jugador de nivel mundial que sentía los colores y debía guiar la remozada nave. Ahora, tiempos muy distintos incluso en periodismo, nadie consigue argumentar nada que cale, que provoque reflexión, que denuncie y deje bien a las claras la falta de criterio mostrada por los actuales directivos. Su actuación de hoy hacia Luis II, el Uruguayo (por no caer en el chiste fácil, ni en el mal gusto) parece coherente con el ejemplo legado por Enric Llaudet, aquel presidente que gestionó siete años sin oler un simple título de liga, resignado a levantar un par de Copas de Ferias y una, solo una, Copa de España, entonces dedicada al dictador. Así de triste, así de injusto. Es lo que tiene la historia, Martí, te enseña la manera de no tropezar más en la misma piedra, pero el género azulgrana, por lo visto, comparte con el humano la voluntad de partirse los piños cuando le toca pasar por el mismo trance y vuelve a pegársela sin remedio. Cuando escuchamos el presunto chiste “da igual que muerda, el caso es que meta goles”, se nos pasan las ganas de casi todo. Ni merece el patio recordar cómo ha ido la nula compenetración por el momento entre Messi y Neymar, un brasileño que, por cierto, iniciará tarde su segunda campaña de blaugrana. Y era Messi el que se estaba reservando para el Mundial, decía la caverna, la corriente de opinión que pretende convertirse en riada mayoritaria. No, a Neymar, claro, se le ha visto mucho mejor a rayas azules y granas que de amarillo, seguro, noten la ironía aquellos que leen sin entender mensajes y argumentaciones, que comulgan sistemáticamente con el interesado discurso oficial y oficialista. Si no quieres ver las evidencias, simplemente mira hacia otra parte y convéncete de que este será un gran año. Vaya, el recurso para optimistas incondicionales también está inventado: los socios de los 60 decían aquello de “aquest any, sí” y el correspondiente “ja tenim equip”. Igual lo desempolvamos como léxico vintage aplicable a los nuevos tiempos que empiezan a soplar gracias a gente que olvida quién fue Luisito Suárez e ignora a qué llega Luis Suárez. Nada nuevo bajo el sol, amigo, nada nuevo bajo el sol.
Y ante la recta final del Mundial, reminiscencias de Shakespeare cuando nos legaba aquello de “mucho ruido y pocas nueces”. Mejor aún en el original inglés, acúsennos de lo que prefieran, “much ado about nothing”. Hemos pasado el rato y el mes con enorme fragor, pero ya veremos qué quedará de esto. Poco, poquito, por no decir nada, apenas el nombre del ganador final. Y un montón de literatura, por supuesto. Como siempre. Un abrazo, Martí, y ojalá llegue esto hasta Luisito, el eterno genio incomprendido del fútbol español. Es apenas calderilla, una ínfima parte de la inmensa deuda aún por pagar, sea desde el Barça o contemplada en panorama general.
Poblenou es kubalista y, también, suarista
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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