Querido Martí,
Tocaba arrancar la relación e-pistolar del 2013 y nada mejor que alguien haga brotar esa excusa, esa idea, sobre la que esbozar cuatro líneas. Hoy debe ser el día de los arqueros, vaya por el sentido recuerdo a Ladislao Mazurkiewicz en la hora del adiós, vaya también por la reaparición en escena mediática de Víctor Valdés, tal como es él, sin miedos ni cortapisas, exultante de autoestima, incapaz de refugiarse ante el micrófono bajo montones de tópicos y frases hechas, como consiguen perpetrar la mayoría de correligionarios.
Parafraseando, amigo, ya sabemos que ser portero no es ninguna ganga. Vaya descubrimiento. Desde tiempos ancestrales, desde luego, pero con Valdés y esa confesión de sentirse siempre cuestionado, nos hemos llevado una relativa sorpresa. Hubiera podido optar por sacar el capote de paseo y lidiar, a la manera de Iker Casillas con su suplencia, pero a Víctor no le visten las frases hechas, le aprietan todas las costuras cuando se pone a la defensiva dialéctica. Por tanto, ha soltado sin freno, fiel al estereotipo forjado sobre su personalidad, sin duda digna y coherente con el puesto desempeñado. Víctor Valdés parece no asumir lo conseguido por mérito y esfuerzo, el rol obtenido, la condición de ser ya el mejor guardameta en la centenaria historia del Barça, palabras mayores, el heredero al trono que hará abdicar de la romántica condición a don Antonio Ramallets a base de seguir su mismo trazado existencial, firme y convencido en sus trazos de personalidad hasta el punto de parecer arrogante. Le queda al especialista de L’Hospitalet mucha tela aún por cortar vestido de azulgrana, aunque haya sembrado ahora dudas al respecto. Acaba de afirmar, en camino similar a lo dispuesto por Iker, que quizá anhele en el futuro un cambio de aires bajo propósito de vivir enriquecedoras experiencias por otros pagos distintos a los archiconocidos. Ambos están en su perfecto derecho, sólo faltaría, pero con la cuerda que les queda como denominador común más les valdría seguir el anunciado ejemplo de sus amigos Xavi y Puyol, el mejor espejo a mano donde verse reflejados.
Dejemos de lado con el debido respeto al señor Casillas –pongan su nombre allá donde vean el de Valdés a partir de ahora– y centrémonos en el referente blaugrana bajo palos o se nos convertirá la misiva en inacabable. A ello: Xavi y Puyol son ya referentes generacionales de carácter histórico que harán saltar por los aires la endémica, injusta etiqueta de los astros huidos del Camp Nou por la puerta falsa. Desde Charly Rexach, y antes Josep Fusté, mucha agua ha pasado ya bajo el puente, no aparecían otros parámetros de legendaria medida entre los canteranos. Ahora, el barcelonismo dispone ya de ese ejemplar dúo, renovados hasta el fin de sus deportivos días, a la espera de lo que el porvenir disponga sobre Iniesta y Messi. Y Valdés puede convertirse en el tercero, con la ventaja añadida de establecer plusmarcas allá hasta donde le plazca y dicte la longevidad que comporta la tarea desarrollada en tan peculiar desempeño.
¿Que ser portero del Barça quema? Toma, más cierto y viejo que ir a pie. Desde los tiempos de Zamora y Plattkó que esa la sabe cualquiera. Desde que los abuelos, Martí, inmolaban a Llorens o Nogués a cada aparición, u otros mortificaban a los magníficos Sadurní o Mora, el estigma de recelo hacia los guardametas ha sido traspasado de padres a hijos, aunque no abunde por aquí –ni por la piel de toro, ya puestos– la mínima memoria histórica. Cualquier seguidor mantiene fresca en la mente la lista de pretéritos bajo palos quemados como herejes en las hogueras de la inquisición blaugrana, con razón o sin ella, sin margen de magnanimidad concedido al humano error, vistas y comprobadas las peculiaridades de la posición, solitaria, extraña y última trinchera en retaguardia. ¿Cuántos fracasaron objetivamente por el camino? ¿Cincuenta? ¿Cien? Normal que se examine al microscopio la observación de los arqueros, siempre habituados a que se les reclame lo imposible, la utopía de salvaguardar eternamente la red propia, pero Valdés luce una característica distinta a sus predecesores, algo que le convierte en especial.
A él, pieza fija entre los cinco mejores cancerberos mundiales de los últimos años, le resbala cometer cualquier error, la pifia más evidente. En la próxima acción vuelve a mostrar al mundo una ilimitada confianza en las propias posibilidades, una fiabilidad a prueba de bombas. Y también, si seguimos con los rasgos distintivos en el personaje, la certeza universal de ser el único e incomparable ejemplo, si sublimamos la necesaria coherencia entre el portero ideal del Barça y su estilo único de juego. Valdés juega con los pies como cualquier futbolista de élite, rinde y aguanta en frío como nadie, ha dejado muy atrás en su camino dudas y controversias. Ahora, a estas alturas de partido y relación profesional, nadie duda de que él encarne la mejor alternativa para ese específico puesto.
Y decimos profesional en posesión de una certeza, también histórica y vieja como el propio juego: con el portero nadie establece nunca una relación sentimental, o casi. Podríamos enumerar con los dedos de una mano aquellos que superaron las exigencias populares, seguramente a partir de colgar los guantes y convertirse en pura nostalgia sublimada para los suyos. Un Yashin, un Iríbar, un Banks, el recién traspasado Mazurkiewicz y apliquemos aquí lo de las escasas y honrosas excepciones. A un portero no se le quiere, no se le ama, desgraciadamente. Se le muestra confianza o se le niega, basta. Por tanto, desde el elogio, la formulación en consejo al protagonista de esta reflexión de revisar lo que piensa y acaba de expresar: Víctor Valdés (insistamos, Martí: o Iker) debe retirarse de aquí a muchas lunas en el Camp Nou, no existe alternativa posible. El futuro borrará las aristas para dejarnos apenas, puras y visibles, las huellas de su registro, que resultarán sin duda formidables alcanzada la hora del recuento. Como bien sabe el propio interesado, un portero jamás debe esperar golpecitos cómplices en la espalda, el reconocimiento no va ni entra en el ejercicio del cargo. Apenas puede aspirar a que los seguidores vivan tranquilos al saber quién protege aquello que, por propia definición del juego, resulta indefendible, abrupto, desagradecido. Como lo consigue Valdés. Quien venga después, seguro, lo hará no ya bueno, sino extraordinario, eterno y valorado en el recuerdo. Ese es el mejor premio al que pueda aspirar cualquier portero de postín. A uno de su gremio nadie le ríe las gracias en ejercicio activo. Eres portero, chaval, con todo lo implica, hieles incluidas, como bien sabe y pecha cualquier colega pertrechado entre palos y travesaño.
Por cierto, a modo de apostilla, algún día deberíamos dedicarnos a venerar porteros. No hay país en el mundo que pueda lucir un dúo del nivel actual de Iker y Víctor, siguiendo una tradición ya remota. Recuerdo que, repasando los tiempos de Kubala, la selección que se presentó en Río disponía de ocho o diez primeros espada para el puesto que, a la postre, convirtió a Ramallets en El gato de Maracaná. La cosecha ha resultado constantemente brillante desde el primer día en que se importó el football, demos fe por enésima ocasión.
Estrenado queda, querido amigo, el E-pistolario en este ejercicio. Conjurémonos para destrozar las previsiones que lleva colgadas el 2013 al cuello, como si fuera el peor portero posible en la defensa de nuestros intereses y sentimientos. Cuídate y que los Reyes te sean espléndidos.
Poblenou, en espera de la Cabalgata
* Frederic Porta es periodista y escritor.
-Foto: Jordi Cotrina (El Periódico)
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