Mi paciente amigo:
Vaya, qué manera de aumentar el contacto epistolar… En fin, achaquémoslo a los designios de actualidad, que viene brava cuando del Barça se trata. He aguantado 54 minutos exactos de rueda de prensa ofrecida por el señor Bartomeu, también conocido como el presidente accidental. No hemos resistido más tiempo ni mayor atracón de demagogia, igual que si hubiéramos deglutido tres barras de Jijona sin masticar, de empalagosa como ha resultado. Cerca ya del coma diabético por abuso de escucha, me ha parecido oír, justo cuando el ínclito se refería a los niños que no juegan por culpa de la sanción FIFA, el son de un violín similar en melodía al que tocaba la orquesta del Titanic justo antes del hundimiento. Aseguran las leyendas que los pobres músicos del transatlántico recibieron la orden y consigna de su superioridad con la intención de serenar ánimos, brindar apariencia de normalidad a tanta gente que pugnaba por su supervivencia en pleno océano gélido y decidieron, en cumplimiento de servicio y obligación, hundirse con todo el equipo sin remedio, ya confortados por la lección de humana solidaridad que acababan de brindar. Si hubieran sostenido a Bartomeu por capitán, en lugar del ínclito Edward J. Smith, les habría conminado a seguir tocando dulces valses de Strauss ya a 50 metros por debajo de la superficie, asegurándoles, por supuesto, que no corrían peligro, que el naufragio era fruto alucinante de su fértil imaginación y que, nada, hombre, esto lo arreglo yo en un pispás, basta con un parche en proa, ya está avisado el carpintero de a bordo…
Convocatoria de elecciones para final de temporada. Y las anuncia ante la prensa alguien que, esta misma mañana, pensaba aguantar amarrado al palo mayor hasta el 2016, aplaudamos su firmeza en el criterio. Al margen del nivel gallináceo, sonrojante, de los mensajes por él lanzados a navegantes en general y náufragos culés en particular, va el anunciante y se presenta media hora tarde a la cita, como si aún estuviera estudiando el papel, improvisa que te improvisarás de lo lindo, a contrarreloj. Y a partir de ahí, la traca, agárrate que vienen curvas, niégalo todo, busca cualquier coartada, huye en polvorosa, trata de arrancarlo, cualquier cosa que le venía a mano y podía arrojar. Por suerte, doy gracias a Gaziel, Xammar, Planas y tantos otros ilustres del periodismo catalán de antaño por haber sembrado semilla fructificada entre el enorme páramo actual porque los auténticos protagonistas de la velada han resultado a la postre ese puñado de periodistas independientes que, a base de preguntar, como corresponde al oficio bien entendido y mejor profesado, le han acorralado primero contra las cuerdas del ring para proferirle luego una memorable tunda dialéctica que conforta y hace creer de nuevo en la esperanza, en que tan digno y básico oficio no anda del todo terminal ni totalmente sojuzgado. No los citaré por no olvidar a algún ilustre, pero desde aquí, gracias por su decencia, agudeza e, incluso, sentido del humor. Y como los periodistas, dice el abecé de nuestra Biblia, no deben ser protagonistas de la noticia, pasemos al meollo, al anuncio y al anunciante por sorpresa. En primer lugar, por supuesto, la suya propia. Permíteme, Martí, que repase notas en sentido lineal: el presidente accidental se sienta y la suelta. Habemus elecciones, toma. Pasa a reclamar fair-play a los futuros candidatos. Sorpresa tras sorpresa: ¿Fair play?. ¿Ellos, que, por simple ejemplo, mantienen la acción de responsabilidad contra ex compañeros que saben inocentes y quieren ver literalmente arruinados? Jolín, igual que si oyeras a Nerón gritando que ni se te ocurra encender una cerilla mientras contemplas el espectáculo de Roma incendiada. Calcado, poco más o menos.
Y sigamos, ristra de explicaciones del barquero. Nada, que él quisiera acabar el mandato -ése para el que no fue votado, aunque calla esta parte fundamental de la reflexión-, pero no podrá. ¿Razón textual? El nivel actual de tensión no es el adecuado, tanto jaleo no se ajusta a la plácida realidad, no hay para tanto. Justo ahí, aparece en mi onírica desesperación ante tan desmesurado ejercicio de cinismo la gabardina del teniente Colombo, al fondo de la sala, puro apagado en ristre, rascándose el cabezón antes de iniciar la réplica:
–Perdone que le interrumpa, señor Bartomeu, hay una cosa que no entiendo. ¿Ustedes no llevan cuatro años tomando decisiones? Y bastantes, dicen, no lo digo yo, entiéndame, controvertidas cuando menos. Entonces, ¿me está diciendo que la tensión la generan fuera del club, que ustedes no tienen nada que ver? No le diré que sean culpables, Gamper me libre, pero no lo acabo de entender, francamente.
Mientras Colombo se retira de escena tras su pregunta-reflexión, Bartomeu insiste en la tensión desmesurada, es que la realidad no se ajusta al follón organizado. No, en absoluto. Hay que disponer ya de la memoria del tópico elefante para rememorar la lista completa de los desaguisados montados por la directiva más votada de la historia y no, qué va, el mal viene de fuera, llega de Almansa, lo trae el mensajero. Ellos son fantásticos. ¿Acaso no lo ves, so melón? Y perdona la pregunta retórica, no va por ti, ni por mi, va por todos. A continuación, tras referirse a Luis Enrique como la “persona idónea” (por la boca morirá el pez, caballero) y limitar el adiós de Zubizarreta a una brumosa “pérdida de confianza”, triple salto mortal con tirabuzón y caída mirando al tendido del caballero. Como si fuera un colega, íntimo amigo de toda confianza, suelta Bartomeu un “ya sabéis cómo soy. Prefiero hechos a las palabras, la acción, el hablar claro…”. Ni su mismísima abuela lo hubiera presentado mejor en tamaña falsa modestia. Nos queda entonces claro, Martí, que este espléndido artista del funambulismo improvisado ha dado el pistoletazo de salida a la estrategia planteada por él, asesores y cómplices: Vamos a resistir tanto que El Álamo y Numancia parecerán un juego de críos a nuestro lado. ¿Y por qué les interesa resistir, negando incluso la realidad?
Pues por la remodelación del estadio, por esos 650 millones en danza, por el plan de privatización en marcha que les convertirá en accionistas y copropietarios de lo que hasta hoy fue milagro público, por el amigo árabe y por los conniventes archiconocidos, esos que ya consideran el Barça parte de su patrimonio como decíamos en anteriores misivas, y juegan hoy a arrimar el hombro al grito de “no hay para tanto, todo el jaleo es culpa del envidioso entorno”. Ellos no han hecho nada, no. Nada bueno, en todo caso, pero ya procurarán que el mensaje cale y llegue, superficial, epidérmico, caradura como es, al mainstream de socios y simpatizantes, aquellos benditos a los que el máximo ideólogo de los actuales gestores aseguraba no engañar cuando lo hacía a cada paso, táctica de éxito que ha permanecido hasta nuestros días tildada como neonuñismo. Bartomeu, un presidente que no puede desmentir la gravedad del conflicto entre Luis Enrique y Messi. Bartomeu, que no sabe quién podrá ser el próximo director técnico, tema que llevan algunos colaboradores directivos, ni una sola cabeza deportiva, en teoría las que saben de fútbol. Bartomeu, el hombre que asegura estar legitimado por los estatutos, capaz de anunciar elecciones sin que tan solemne y grave tema se trate en junta y salga de ese magno cónclave -al menos para disimular- la decisión tomada. Bartomeu, que dice en esa rueda de prensa que la reunión posterior de la junta directiva ha quedado desconvocada, sin que ahora –en el momento de redactar esta crónica, como aseguraban los clásicos del cuarto poder– sepamos a ciencia cierta si la habrá, no la habrá, si se van todos al bar a celebrarlo o qué demonios. A improvisar se ha dicho; tú, achica agua del bote y calla. Bueno, pocas veces habíamos asistido a tamaña sensación de vergüenza ajena, a saltarse a la torera el sabio consejo de Josep Tarradellas cuando afirmaba que, en esta vida y no solo en política, podemos caer en cualquier cosa salvo en el ridículo. Pues eso.
Y Bartomeu, con esa pose angelical que no corresponde a su alma, que jura y perjura la inexistencia de estrategias: solo piensa seguir trabajando en los muchos proyectos abiertos, todos tan ilusionantes como la primera visión del mar para alguien de tierra adentro. Ya desencajados en la escucha, aún quedan alicientes en la velada. Desfile de periodistas acreditados que emulan aquellas escenas de Toro Salvaje, combates entre Ray Sugar Robinson y Jake LaMotta recreados magistralmente por Martin Scorsese. Y dale, venga, ahora un crochet, un jab, directo a los riñones, ese gancho a la mandíbula de cristal, contundencia en turno de derecha e izquierda buscando los flancos, abriendo cejas, la guardia ya baja, el púgil grogui por completo, tumefacto, tambaleante. Un prodigio que se haya mantenido en pie, su único propósito. Menuda escabechina a la que el afectado apenas responde soltando golpes al aire, dispuesto a tirar de las últimas reservas de su único arsenal boxístico. Si, acertaron, más dosis des demagogia: “Aquí no empezamos ninguna campaña. Cuando oigo la opinión de los socios, están contentos. La economía marcha, hemos reducido el déficit, tenemos el gran proyecto del Espai Barça…”. Por caridad cristiana, como diría su antecesor, ese que no calla jamás ni debajo del agua aunque debería hacerlo, hasta aquí llegó nuestra capacidad de aguante. Ni tolerábamos tragar más dosis de enormes ruedas de molino, ni nuestra empatía ante la paliza recibida (que él creerá victoria si aplica el baremo acostumbrado para negar la evidencia), podía resistir más. Se acabó la rueda de prensa, hasta aquí llegamos.
Y ya el somero análisis. Tal como está el equipo, tan débil como anda la directiva, carente por completo de proyecto y de nada más que no sea la simple huida hacia adelante, tendremos elecciones, sí, pero éstos no llegan. Las convocará una gestora dentro de mes o mes y medio. Nada que ver con optimismos o pesimismos: así luce el panorama. Y si Messi se los quiere cargar a todos de un bufido, se los cargará antes. La anterior rueda de prensa ofrecida por Luis Enrique se resume en un título clásico del cine franquista al que ponía cara, creemos recordar, Paco Martínez Soria: “Don erre que erre”. El asturiano sostiene que morirá con sus creencias. Vale, suya es la decisión. Si opta por ahí, ya avisará a qué hora es el entierro porque el equipo no irá a mejor tras tan borrico ejercicio de tozudez, no. Desde aquel sonado ejemplo del último partido liguero ante el Atlético en el Camp Nou, sus futbolistas han demostrado que ya no saben ni cómo recurrir a su evidente talento para sacar las patatas calientes del horno cuando no disponen de otras armas. Tales como proyecto, norte o estilo de juego. No vengan a poner etiquetas los simplistas o los amantes de mantener tan podrido statu quo: analizar la realidad no equivale a un ejercicio de mal barcelonismo. Al contrario, supone abogar por otra manera de hacer, otro modo más efectivo de gestionar, menos demagógico, más efectivo. Ellos se han metido en este lodazal y seguirán disparándose en los pies hasta que se vayan, no pueden ya corregir su rutinario comportamiento. En este preciso instante, Martí, basta con reducirlo a una simple frase lapidaria, digna de epitafio: por favor, socios del Barça, la próxima vez piensen mejor a quién votan. Y si puede ser, acierten. Acertar, hoy y aquí, consistirá en quitar de escena a estos señores y sus apoyos mediáticos. Lo segundo resultará casi utópico. Lo primero, fácil si aplican un mínimo criterio.
Al paso que vamos, mi paciente amigo, mañana, más. Seguramente, en la misma dirección. Somos Santo Tomás, aunque ellos sigan negando lo que vemos con estos ojitos.
Poblenou, a las urnas, que ya es hora
* Frederic Porta es escritor y periodista.
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