E-pistolario: Houdini, El Cid y la rubia

por el 11 abril, 2013 • 14:49

Querido amigo:

Día de perfiles filosóficos, éste de hoy. Ayer, las vísperas desprendían aroma inédito en Barcelona: nadie hubiera dicho que se jugaba partido decisivo de Champions. Andaba el personal más ocupado de la pasión turca o el aquelarre arbitral en Dortmund que de tomar el pulso propio para comprobar la regularidad del latido, la ausencia de taquicardias ante la previsible baja de quien acelera el corazón del respetable, ningún otro que Leo Messi. Pues nada, Martí, como si no existiera lance, sin siquiera reparar en la última de las evidencias, consistente en que este PSG presentará pronto candidatura si el jeque sigue tirando de talonario. Llegada la hora de la verdad, sorpresa: más que un partido, taller de costureras, remedos, apaños y vuelta al forro para que pase por nuevo. Al Barça, para horror de los suyos, se le descosieron las habituales costuras del traje hasta lo irreconocible. Cometió mayor número de pérdidas en la posesión que un base con las manos untadas de Fairy, un suponer. Mirabas a Busquets, a Xavi, a Maroto y al de la moto y te ponían a punto de preguntarles: ¿pero eres tú o te han cambiado sin enterarme? El pase más simple, a fuera de banda; la combinación rutinaria, robada para que la tropa de Ibra emulara a los Mirage en velocidad de crucero vertical. Sólo Houdini seguía siendo Houdini, el resto entre los artistas habituales se había tomado no ya el día libre, sino de empanada presencia. ¿Que quién es Houdini?. El manchego, el repartidor de caramelos, el Fred Astaire, el escapista supremo al que no atan ni camisas de fuerza, veinte pares de esposas o sumergido cabeza abajo en las profundidades del mar. Se va y se vuelve a ir, Andrés Iniesta, te lo avisa, te envía un Whatsapp al iniciar cadencia, te lo dice bajito y aun así, se va, inaprensible anguila humana en estado de forma tal que lo comparas con el resto de congéneres y te entra el susto. Houdini Iniesta, el escurridizo, zapatillas rosas de bailarina a punto de plié. El resto es un crujir de dientes.

Messidependencia, Martí, resuena hoy el neologismo por doquier. Ganas de cháchara. Vamos a ver, ¿cómo no vas a sentir dependencia de El Único? Por el amor del cielo. Habíamos convenido que esto del balón es un estado de ánimo, ¿cierto? Bueno, pues a los ocurrentes de turno les ha dado por Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, y las batallas ganadas ya fiambre. Por supuesto que sí. Su sola presencia intimida, altera, revoluciona, cambia el statu quo, de ahí que le tuvieran de última bala en la recámara para la escena final, cuando el bueno acaba con la arrogancia del malo y el guionista consigue dar con la tecla que sacia los anhelos del respetable. Si el Barça hubiera jugado de manera coherente a su esencia, reconocible en cuanto a pérdidas y nivel de rendimiento, resuelto a seguir camino, Messi habría seguido comiendo uñas en el banquillo sin mayor anécdota, pero sus compañeros, volvamos a la aguja e hilo, se montaron solitos un buen rasgado de telas a partir de no encontrarse cómodos ante el espejo con Adriano de central. Mal asunto el de la cobertura, Martí. Entre la escasa vocación preservadora de los laterales, el listado de bajas y la espesura mental de Busquets, apareció el hueco, un campo sembrado de huecos, espacios por doquier, solares habilitados para la construcción ajena de contraataques. Con Bartra hemos topado. ¿Hay o no hay confianza en el chico? Caso de no haberla, ¿para qué le mantienen en nómina, pues? Vaya, convencida como andaba la parroquia del relevo para Puyol garantizado a ultranza entre Fontàs, Muniesa y el susodicho y ahora resultará que ninguno pesa lo suficiente, demasiado ancha la zamarra para tan exiguo porte. No mola nada, el asunto. O te sientes bien atrancado atrás o patinas por zozobra. Eso pasó. Y, encima, la rubia.

La rubia va en recuerdo de cualquier beldad de las utilizadas y perjudicadas por Hitchcock, elige tu preferida entre Janet Leigh, Grace Kelly, Eva Marie Saint o Tippi Hedren, pobrecitas ellas y pobres de nosotros, angustiados durante todo el metraje por su seguridad amenazada desde el script perverso que nos mantenía el alma en vilo. Noventa minutos de alma en vilo, anoche, rezando para que el protagonista recuperara su identidad a tiempo, deseo concedido en apenas un fogonazo de Pedro previa intervención del artista invitado desde el banquillo. Y de fondo, la moralina aún hoy repetida: el triunfo sabe mejor con sufrimiento. Y una porra, a otro perro con ese hueso. La fracción hedonista del barcelonismo ya les regala el sufrir envuelto en celofán si así lo desean, aunque en ocasiones tal sector parezca en franca minoría. La Liga en el zurrón, la friolera de seis semifinales consecutivas y aún no han saciado el hambre, recelan del cocinero –pongan aquí el nombre del técnico–, desean ser avituallados aún con caros manjares. Nunca tienen bastante, ya les conoces, y ahora se ponen a exigir la orejuda, cómo si la regalaran, sin atenerse a razones.

Saltemos a las encuestas: quien quiera al Madrid, que levante la mano. Nadie desea eso entre los pertrechados en la trinchera del sentido común. A fuer de ser sinceros, piensa la concurrencia, que lo elimine un alemán, cualquier alemán, para qué nos vamos a engañar. Dolería más la consecución de la Décima, encima con Mourinho llevándola en andas, que satisfaría la obtención de la Quinta propia, que así está el patio y así de curioso es el sentimiento. Si, para colmo, el logro ajeno comporta eliminación azulgrana, eso ya supone entrar en ceremonias de signo masoquista. Más vale que nadie lance campanas al vuelo, que no se les ve, ni a tirios blancos ni a troyanos azulgranas, sobrados de fuerzas y recitales como para apostar sin reservas por ellos. Tras un tiempo en hibernación parece que el aforismo de Lineker vuelve a palestra y esto lo pueden disputar los de este lado, pero igual lo acaban ganando los alemanes, como era inveterada costumbre.

Crecen sospechas, Martí. Del mismo modo evidente en que la propaganda rival sigue minimizando el título de Liga, como si sólo contaran los propios o los obtenidos en el último minuto, en sprint sobre la cinta de llegada, confesemos que no se les ve rebosantes ni pletóricos. A unos, por olvidarse de jugar como jugaron bajo pretexto de sensibles bajas. A otros, por el riesgo que entraña tanto frente abierto, tanta batalla soterrada. Aunque sólo queden tres partidos y pueda pasar de todo –recordemos aquí al Madrid de Mijatovic–, aunque el guión vuelva a sorprendernos con algún prodigioso giro, en esta hora de hoy ningún azulgrana las tiene todas consigo ni meterá la mano en el fuego. Tampoco en la acera de enfrente pueden rezumar convicción. Son nueve las derrotas del curso, demasiado reciente el sopapo de Estambul. Entre las cuitas de El Cid y el suspense protagonizado por rubias, quedémonos hoy con las exhibiciones de Houdini, lo único palpable entre tanta duda y conjetura. No vamos bien, no, personifiquémoslo en los ilustres porteros de uno y otro bando. ¿Dónde pararían mejor que en casa? Pues eso, pero éste quiere probar nuevas aventuras siendo irreemplazable y a aquel le empujan hacia la puerta de salida cuando resulta insustituible. No está la recta final bajo control, Martí, ni aquí ni allá, que se han descosido las costuras del vestido en el peor momento, justo cuando sonará la pieza cumbre del baile.

Y si mañana les empareja el sorteo, echémonos al monte, que no anda el ánimo para contemplar la enésima edición de la tontería nacional. Habrá entrado el solecito de abril, sí, pero aquí y hoy descentra el cuerpo algún sentido escalofrío con sólo barruntar el futuro inmediato. Será cosa de la astenia primaveral. Debe ser eso. O no.

Poblenou, donde se escapa Houdini

             

* Frederic Porta es escritor y periodista.


– Foto: EFE




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