E-pistolario: Garrincha, ese pajarillo libre

por el 17 abril, 2012 • 8:10

Mi querido Martí:

Recurro al E-pistolario para compadecerme ante tu trajín y permitirme la pataleta de echar en falta nuestro intercambio de misivas. Nada a recriminar, compañero, sólo faltaría, pero en carta surgirá mejor el sentimiento que me ha embargado por un instante, como ese gol, aquella pincelada de arte en sea cual sea la expresión te sobresalta sin esperarlo. Andaba metido en harina documental a propósito de Julio César Benítez, te imaginarás el porqué, y me ha asaltado, igual que si fuera lateral al que pretendiera driblar, Mané Garrincha. No una, sino un par de veces, quizá en fantasmagórico modo de reclamar atención. Llevo tiempo a vueltas con el personaje y no quiero ahondar en Google, acercarme así virtualmente al retrato certero. Para honrar su memoria, prefiero el recuerdo vago de su proceder en reportaje, de la sombra de mil retazos leídos aquí y allá. Meses atrás, en Barranquilla, me hablaron de su fugaz e insólito paseo por el Junior colombiano. Hoy, he topado con un artículo firmado por Juan Gich, aún periodista y más tarde destacado dirigente del deporte español, que daba cuenta, allá por el 68, del fichaje de Garrincha por el Club Octavio Espinosa, del que jamás escuché ripio, situado en Ica, ciudad provinciana del Perú.

Apenas diez años después de deslumbrar al mundo en Suecia-58, Garrincha se avenía a ganar unos cuantos dólares en tan insospechado paradero a fin de confirmar dos extremos. Primero, nadie le aguantaba ya en su Brasil, precedido por su aviesa reputación y mil episodios a cada cual más atrabiliario. Y segundo, como afirmaba Gich en el lenguaje de entonces, cabía en el molde del juguete roto, apenas convincente en prometer que volvería al redil de la cordura y buen gobierno propios en cualquier deportista de su fama para volver a jorobarla a los cuatro días. Garrincha, apodo colocado al recordar su juego el vuelo de un pajarillo grácil, era ya alcohólico irredento. Los devotos del futbol, más allá de camisetas y pulsiones concretas, nos asemejamos al frutero cargado de cerezas: te atrae un nombre, un partido, una situación y de ahí te llevas catorce asociaciones, por lo menos. De Benítez, tristemente desaparecido en esplendor, a Garrincha sin que deseemos ahora detenernos en -seguro que lo habías asociado- George Best, que el quinto Beatle merece copiosa ración aparte. Aunque sólo sea por sus ingeniosas frases, no ya por cuanto desplegó en el United.

Sin acertar a verle en directo y en extenso, de Garrincha duele aún que su brillo único no lograra superar la tozuda realidad, la crudeza de su destino. Víctima eterna de esas propias limitaciones de cuna, nacido en lo que hoy llamaríamos favela y en familia claramente desestructurada, donde daba triste pauta un padre alcohólico, Mané fue la comidilla alegre del Brasil hasta que su país le dio la espalda por excesivamente terrenal y humano. Como Messi, como Maradona, como otros elegidos para la gloria, cada cual en su especial e intransferible manera, Garrincha resultaba sobre el césped pez en el agua: el único ambiente donde sentía la felicidad brotar por cada uno de sus poros. Tanto lucía y tanta dicha desparramaba en la práctica del juego que sus compatriotas le llamaron La alegría del pueblo. También, por razones obvias, El ángel de torcidas piernas. Sin alcanzar el 1’70 de talla, la asimetría de piernas en Garrincha superaba unos inverosímiles cuatro centímetros, cojera evidente derivada de una degeneración en la columna vertebral -primera entre sus múltiples achaques innatos de salud-, que se encargaba de trocar en ventaja así que pisaba la cancha. Inventó aquel regate que a Ufarte, el ex del Atlético, le serviría para hacer carrera en su regreso a España: finto a la izquierda en primer paso y aprovecho el contrapié del marcador para irme por dentro a toda velocidad. Imparable.

Sin ánimo de faltar, Pelé resultó el primer beneficiado por su inestabilidad emocional. Con Garrincha centrado, quizá a Edson no le habrían coronado Rei tan fácilmente porque quien enardecía primero a las masas era Garrincha con su samba, su dribbling, su artística improvisación, su prodigiosa visión estética del futbol. Hablamos del alma del Botafogo hasta alcanzar 1965, retirado siete años después tras brincar por media Sudamérica en pos de una estabilidad imposible y fallecido a los 49 sin que deseemos ya mentar más su letal adicción. Y empezó tardísimo, sin apenas seguir el ritual de las categorías inferiores. Llegado raudo a lo más alto, ya era padre de familia. Le jugaron una trastada en la confección de la canarinha en el 54, cuando prefirieron futbolistas de corte europeo y sin su proverbial anarquía para seguir estrategias, pero se vengó a conciencia en Suecia, cuando Pelé y él, él y Pelé, asombraron al planeta en el primer Mundial seguido por doquier gracias a las nacientes transmisiones en directo y al embrujo mediático que despertaba aquella tropa de artistas en amarillo. Allí, incluso, se permitió la negligencia de dejar embarazada a una conquista sueca. De regreso al país como héroe, su desequilibrio emocional ya resultaba imposible de disimular. Bebía y bebía sin atender ofertas millonarias de los mejores clubs italianos e, incluso, alguna llegada desde el Real Madrid de la que, vete a saber la razón, nunca se habla.

Entre los confusos episodios de su azarosa existencia, recordemos que atropelló a su propio padre, conduciendo al punto del coma etílico. Ganó peso, se descuidó en el físico, reconoció al hijo de otra amante brasileña mientras sumaba cinco ya concebidos dentro del matrimonio. Aún así y pese a todo, también deslumbraría en Chile’62 cuando un diario local tituló, tras alguna de sus exhibiciones: “¿De qué planeta viene Garrincha?”, jolgorio de exaltación parafraseado casi 25 años después por Víctor Hugo Morales cuando a Maradona le dio la gana de someter a los ingleses por lo ilegal, la Mano de Dios, y lo extraordinario, aquel slalom de camisetas blancas desparramadas por el suelo. Ya sabes, venga, a coro, “¿pero de qué planeta viniste, barrilete cósmico?”… En el reverso de la moneda, le expulsarían en semifinales, justo cuando menos convenía, como era costumbre en él. Conforme avanzaba hacia la autodestrucción, peores las peripecias, incluidos accidentes de tráfico y el triste récord de 14 hijos naturales de distintas mujeres. Le adjudicaban más de 30, menuda calamidad.

Te ahorro los últimos detalles, Martí: el tremendo partido de homenaje, las entradas y salidas en hospitales con intención de aliviar ese cirrótico hígado, los brindis póstumos en forma de películas, libros, canciones dedicadas, cualquier cosa. Hemos llegado hasta aquí llevados por un deseo, no corroborado de manera empírica: por suerte, los juguetes rotos forman ya especie en extinción. Habrá algún caso, claro, también los hemos conocido de cerca aquí, pero cada vez es más cierto que la cultura nos hace libres, también a los futbolistas, crecidos en hogares y entornos más convenientes y desarrollados. Y ahora, señor, mientras preparas los avatares de la exigente agenda, yo me voy a YouTube, a darle un abrazo al pajarillo y agradecerle el sonido de sus preciosos, eternos gorgoritos. Cuídate. Y no trabajes tanto, leñe…

 

Poblenou, 17 de Abril de 2012   

* Frederic Porta es periodista y escritor.




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