Querido cómplice:
Nos tocará optar por el exilio interior, no quedará otro remedio ni mejor alternativa al paso de marcha que llevan. Días atrás, cuando despacharon a esa colección de cromos sin álbum llamada PSG, la propaganda oficial usaba estrepitosas trompetas dignas de Jericó para glorificar la capacidad goleadora del llamado tridente, de los manidos ‘tres tenores’ como si no hubiera existido invento superior desde la penicilina o casi. Hoy, tras el tristísimo empate en Getafe, han salido armados con palos dialécticos a la caza y captura de los estetas de las narices, los nostálgicos momificados, los guardianes de las esencias y los que se la agarran con papel de fumar, diversas fracciones del barcelonismo que para ellos son exactamente idénticas. Y las persiguen desaforados al grito de derrotistas, fatalistas, tremendistas y todo lo que puedas arrojar a la cabeza del disidente de sus etéreos postulados y acabe en ista. También, madridista, por si hacía falta algo más para el cambio del duro. O madriditis, que es otro fantasma que el facherío culé (sí, existe y de qué manera) agita cuando no le interesa analizar la evidencia y dejarte que proclames la realidad sin mayor embudo. Y hete aquí la verdad pura y dura, cristalina: Este Barça no juega absolutamente a nada y para llegar a tal conclusión, no procede siquiera recurrir a comparaciones. Basta con sopesarlo en un único platillo, el de la razón. Nada de esperar el peso y equilibrio contra el fiel de Guardiola, ni el de Martino, ni el de la primera etapa de Helenio Herrera, ya puestos a la memez del trilero, que esconde la bolita para no llegar a conclusiones absolutas y cada vez más notorias: el Barça está mal dirigido, ha resultado un empecinamiento en el continuo error desde el último viaje a las urnas, la mayoría absoluta del huido y el inmediato proceso y derribo de lo heredado.
Como el fútbol tiene amigos de la matemática y la estadística, los hay que blanden las 22 alineaciones en otros tantos encuentros, quienes apuntan a los diez puntos de ventaja blanca obtenidos como botín en las últimas once jornadas ligueras y los amantes de la tradición barcelonista de puro carácter ortodoxo que observan también lo que salta a la vista: sin llegar siquiera a los turrones navideños, el Madrid ya cuenta con cuatro puntos de ventaja que le permiten gestionar el liderato. Es más, las sensaciones, tan imprescindibles en la lectura de este fenómeno, se han ido todas con la cuadrilla de Ancelotti. Esto es así y ya te lo puedes mirar del derecho o del revés, aunque, por lo que observamos hoy en prensa y escuchamos de tertulias, al personal de estos lares, Martí, le ha dado por la caza al disidente, al llamado esteta de las narices, también apelado nostálgico de Pep y otras lindezas. Dale que te pego. No hace falta nada en el otro platillo de la balanza, no son necesarias las comparaciones cuando la verdad cae por su propio peso y ésta es una caricatura de Barça, a ver si empezamos a llamar a las cosas por su nombre y nos dejamos de eufemismos, medias verdades y graves e interesadas mentiras. Naturalmente, quienes se desgarran las vestiduras ante el supuesto fatalismo de las corrientes ajenas, callan y guardan un secreto que les deja desnudos: son los correveidiles del poder, los interesados en mantener el lugar de privilegio para el actual statu quo, propietarios de connivencias dispuestos a los más peregrinos argumentos antes de reconocer, eso sería lo último, que el club anda pésimamente dirigido por una directiva no votada (venga ya con la excusa de esos estatutos hechos a medida), con un protestado director técnico y un entrenador que expresa su filosofía, si somos suaves, como un jeroglífico de tumba egipcia para el que no existe, aparentemente, diccionario descodificador y explicación sencilla. A Luis Enrique no se le entiende cuando habla sobre el campo, no sabes qué demonios quiere decir, qué busca y qué pretende. Eso, si busca algo con claridad, que ya es suponer. Y llevamos meses así, como también los cumplimos, largos, con Martino hasta que el tercer secreto de Fátima en versión Tata se convirtió en público y no pasaba de ser, ya ves, qué vuelo bajo, incapacidad manifiesta, convicta y confesa del argentino para lidiar con tamaño morlaco, impresionado como estaba el hombre por la cornamenta del miura blaugrana que le tocó en suerte torear.
En aquel entonces, no hace nada, la venda no cayó de la vista hasta que fueron desaprovechando oportunidades y se presentaron hechos unos zorros ante el decisivo lance de Liga contra el Atlético. Cualquiera que les mirara a los ojos sabía de antemano, antes del pitido inicial, que aquellos once eran perdedores, no confiaban, ni podían, ni siquiera sabían cómo recurrir a las reservas de su innegable talento. Estaban muertos en vida tras una larga campaña de gestión dirigida por alguien que pretendió no tocar nada para alcanzar algo, como si la inercia triunfal de los predecesores aún guardara depósito suficiente de gasolina. Ahora, y entramos en comparaciones aunque no lo deseemos, el péndulo ha pasado al extremo opuesto, el de la intervención constante, al de la teoría individual del míster no traducida en práctica colectiva ya entrenada por sus futbolistas, opciones y más opciones que acaban resumidas en algo digno de patio de colegio, salida como alternativa en busca de la gran solución para alguien que sólo haya visto cuatro partidos en su vida: dádsela a los tres de delante y algo acabaremos sacando. Vaya, para tal viaje no hace falta ninguna alforja, desde luego. Pero a los talibanes defensores de su Numancia particular, poco les preocupa la realidad. Al fin y al cabo, se curtieron durante décadas al servicio del nuñismo y su proverbial capacidad para el disimulo, la excusa, la argumentación peregrina y las ruedas de molino. Tras el accidente de Laporta, Cruyff y Guardiola, excepción histórica, han vuelto para atrincherarse en el fuerte como lo que toda la vida desearon ser, propietarios del club, dictadores para la mejor manera de proceder que, en su constante caso, no es otro que el histórico sello de mediocridad nunca reconocida. Ellos apelan a la mala suerte, a los arbitrajes, a los penaltis del Real Madrid, a lo que sea y tengan a mano mientras no consista en la pura verdad: el Barça sólo fue fantástico cuando abandonó las excusas de mal pagador y buscó la excelencia mediante genio y trabajo arduo, combinación perfecta, una vez mezclada con el suficiente talento, para alcanzar la gloria propuesta, las ambiciones marcadas. No lo lograron ellos, nunca. Lo consiguieron otros con mayor capacidad. Otros a los que ellos envidian y quisieran devastados, aunque su obra fuera magnífica y continúe bien presente en el recuerdo de cuantos no olvidamos ni olvidaremos.
Y este Barça, Martí, ha dejado de ser ambicioso por carencias de todo tipo, en cualquier nivel, en proyecto y jerarquía. Pero el problema, al parecer, lo representan los nostálgicos, hay que fastidiarse, los protestones, los malos barcelonistas -otro de sus calificativos preferidos para dar o no entrada en su particular club según convenga- empeñados en la crítica. De la evidencia, insistamos. El equipo es una calamidad, pero no lo digas, ni se te ocurra proclamarlo, ni señalar con el dedo. Se expresan fatal sobre el césped, no saben a qué juegan y fallan incluso en todo aquello que antes asumieron a ojos cerrados, que antes figuraba en el ABC del método. Por ejemplo, pases simples a diez metros. Ha desaparecido la velocidad del balón, las variantes múltiples de opción en la progresión de la jugada creada con el compañero, el primer toque, eso tan intangible dado en llamar automatismos de grupo. No, nada, no queda nada. Xavi por la izquierda, Busquets en el páramo, defensa de mírame y no me toques. Pero no. Hay que negarlo todo, incluso que se esperara el sorteo de los octavos de Champions con aversión absoluta, fenómeno casi desconocido para las nuevas generaciones curtidas en el paraíso y recuerdo muy común entre las añejas, cuando cualquier estornudo presagiaba la tragedia de una pulmonía triple por la pésima salud del hipocondríaco. Tocó el City y ya ha corrido el establishment a señalar que al Madrid todas las gallinas le ponen con el Schalke, fíjate tú, como si eso fuera a disimular el susto. Otrosí: tres días después de tan exigente duelo llegará el clásico y ellos lo afrontarán bien descansados… Jo, qué mal anda el ánimo de la corriente de opinión mayoritaria en el barcelonismo cuando se refugia en tan endebles burladeros.
Bueno, ya lo hemos comprobado, también se escudarán tras el tópico -que este mundillo los tiene por docenas- del tiempo a transcurrir hasta el enfrentamiento, ese par de meses largos en los que puede pasar de todo, naturalmente, desde que el jeque traspase a todos los blues, empezando por el Kun y con Yaya a modo de ganga por liquidación del comercio, hasta que los cuatro jinetes del Apocalipsis carguen en dirección a nuestro pueblo y lo dejen hecho unos zorros pasando por, opción favorita para los voceros del poder, una metamorfosis entre los de Luis Enrique digna de Popeye antes y después de tomarse las espinacas. Que no, que digan misa, se acabó el optimismo a ultranza, la confianza ciega, el sentirse mejores. Eso sí pertenece a tiempos pretéritos y hoy, a pesar del inmenso potencial, prima la desesperanza, la duda y, aún, el no saber a quién cargar el muerto de las responsabilidades y culparle de tanta carencia. Con lo fácil que es. Ahí están, ellos, los causantes y no hace falta esperar a nada, a comprobar si la bolita entra o no como único material eterno de cambio, generador de revoluciones y nuevas elecciones. Si el barcelonismo no lo confiara todo, absoluta y radicalmente todo, al último resultado, ya habríamos cambiado de dirección desde arriba hasta abajo. Por mil argumentos, por incontables razones que saltan a la vista. Todas las que ellos se empeñan a disimular cargando tintas contra quienes no deseamos perpetuar como pasivos cómplices del desaguisado su incapacidad, su mediocridad, su sentido de posesión de lo que es colectivo y mejor funcionó cuando ellos pasaron a ser turbia, cañera, durísima oposición empeñada en negarle pan y sal a cuanto no fuera bendecido por el incombustible entorno generado desde su triunfo en las elecciones del 78. Que eso sí es entorno maligno y el resto, refugios minoritarios de esperanza en una manera coherente de entender y dirigir al club.
Que no insistan, Martí, no nos pierde ni la estética, ni la nostalgia, ni somos guardianes del modelo, aquellos a quienes denominan estetas de los narices. Simplemente, seguimos gozando de la enorme ventaja de contar con dos ojos en la cara, independencia de criterio y suficiente experiencia de fútbol para discernir lo bueno de lo malo y de lo peor. Para saber cuándo nos están vendiendo motos o escuchamos motores que ronronean como los Rolls Royce. Madriditis, dicen. Nostálgicos, aseguran. Bah, son ellos quienes andan empeñados en deshacer lo andado desde la gloria a la mediocridad porque no saben más, ni hablan otro lenguaje que cuatro palabras balbuceadas, insuficientes para dirigir como capitanes la nave al buen puerto exigible. No se le puede pedir eso a meros grumetes. La praxis vigente, recién instaurada por la temerosa superioridad, acaba de convertir a los estetas de las narices en apestados sólo por soltar las llamadas verdades del barquero. Lo pasado, pasado está, y apenas queda más referencia visible que los nombres de los futbolistas, la inmensa mayoría entre quienes deslumbraron y ahora parecen irreconocibles. No, tampoco vale el tiempo transcurrido, no. Vale que el modelo, la manera, el método quedó arrumbado en el trastero de los estorbos por el inmenso delito de no haber sido creado por los suyos. Y ahora nos distraen sabiendo como saben que el fútbol es un estanque donde discurren todo tipo de periodistas deportivos y bastantes estómagos agradecidos que navegan a la manera de los peces de colores, incapaces de recordar por qué braquias respiraron hace exactamente dos segundos, lo que duraba antes un romántico suspiro. Nada, Martí, que esto no pinta bien. Y no es de ayer. Es de un error electoral, de haber realizado apuesta masiva por quien no merecía tal confianza. Básicamente, por no saber qué llevan entre manos, ni siquiera vivir de rentas gracias al tesoro heredado. Permíteme la boutade final: el Barça es demasiado importante como para dejarlo en manos de cierto periodismo deportivo. El interesado, el tendencioso, el que quiere parte del pastel y ser propietario de la cocina donde se fraguan los sueños. Ese que anda hoy a la caza de supuestos estetas de las narices, mira por donde, qué cosas tienen. Lo que sea en vez de analizar la pura, simple, llana realidad y sus tozudos dictados, sintetizados en una frase lapidaria: por su culpa, el Barça ya no es lo que era. Que no disimulen, que asuman su responsabilidad desde la incapacidad manifiesta que les caracteriza como gestores e ideólogos. Un abrazo y a seguir, que son dos días.
Poblenou, con criterio propio
* Frederic Porta es escritor y periodista.
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