E-pistolario: En el segundo escalón

por el 28 octubre, 2014 • 16:46

Sandro Rosell

Mi querido amigo:

He dejado reposar esta e-misiva en espera de la sentencia por la llamada acción de responsabilidad, como si la decisión del juez ratificara el punto y aparte, eso que llaman inflexión y no sabes bien, nunca y en ningún caso, cuando arranca. Llevaba un par de días, justo desde el final del clásico, deseoso de escribirte cuatro líneas, pero surgían un tanto crípticas cuando es momento de hablar claro. Ya hemos digerido la avalancha de información, el alud de análisis, los diagnósticos pormenorizados que firman los habituales doctores en la Iglesia del fútbol. Aquí, queda la sensación, como perfume de brisa en el aire, que los blancos siguen propulsados hacia arriba y otros, los propios, se han estampado contra la que llamaríamos limitación del segundo escalón, el que te deja a un paso de la gloria y te impide el acceso a ella, básica y simplemente, por no dar la talla requerida. Si no eres lo suficientemente bueno, no pintas como Picasso ni compones como Cole Porter, por así decirlo. Y llevamos cuatro largos y punzantes años en el Barça con una dialéctica entre Mozart y Salieri digna de sus propios contemporáneos, gente sin distancia para la elección, confundidos por deseo de mediocres conchabados que mareaban la evidente perdiz, interesados en discutir quién era mejor, sin que les valiera lo obvio. Ahora, desde la larga distancia, el veredicto de la historia es inapelable, pura y llana evidencia. Wolfgang Amadeus era un genio. El otro menda, un tremendo impostor apenas resucitado por Hollywood siglos más tarde para que pudiéramos distraernos con contrastadas comparaciones entre el talento y la rabia, entre la creación y la envidia, entre la valentía del predestinado y la mediocridad del ególatra ambicioso. Alguien repasaba hoy lo que Guardiola era capaz de ganarle como líder al Madrid y lo que pasó después y sigue pasando: no hay punto de comparación. Como tampoco lo hay entre la cosecha de entonces y el actual juego de trileros, donde todo consiste en esconder la bolita en continua maniobra de distracción para que evitemos reparar en la tremenda falta de sustancia, a todos niveles, de este Barça. Igual no dan para más, igual no saben más, igual no les alcanza para otra cosa y dejémonos ya de impacientes esperas pidiéndole peras a esta colección de olmos. O más bien, alcornoques solo interesados en vender motos sin ruedas. En perpetuarse, aferrados al palco, cuando la siempre humilde dignidad les aconsejaría dejarlo correr, irse.

No te hablaré hoy, Martí, ni de ocupación de espacios, ni de laterales, ni de interiores poco dispuestos a cubrir amplios territorios, ni de los partidos que ganará a mogollón ese trío de ataque cuando enfrente no haya equipos que les obliguen a correr en sentido contrario al que les nace por instinto. No, no hace falta. Evidente que a Luis Enrique  -peligrosamente arrogante en su comparecencia de hoy- le espera arduo trabajo sin que entremos a valorar sobre su capacitación para superar tan difícil examen, tiempo habrá para que lo obvio nos venga a encontrar en función del sucesivo rendimiento y los marcadores cosechados ante los poderosos continentales. Lo que se trata hoy y aquí es de situar el segundo escalón, ese que separa la matrícula de honor del simple excelente, la perfección del aprobadillo incoherente con la potencia de la entidad. El quiosquero del barrio, bella persona, probo ciudadano, siempre me mira con cara de asombro cuando le sitúo responsabilidades de la derrota en gente que, teóricamente, no juega ni salta al césped de corto y en camiseta. No me comprende. Argumentaría, si no se lo evitara la prudencia inteligente, que esos no juegan, como acostumbran a decir los periodistas deportivos a sueldo del poder en falaz argumentario. Y sí, vaya si juegan, vaya con su decisiva importancia. Deciden a quién confían el asunto, en qué director técnico o entrenador depositan confianza y proyecto. Los hay que incluso optan por el intervencionismo y fichan lo que les plantea la prensa, el amiguete o el intermediario de turno, sin recabar la opinión de profesionales a sueldo porque ellos son más chulos que nadie, infalibles y así de prepotentes, tan pagados de su mismo como el huidizo huido. Ellos creerán que el poder se lo permite, máxime cuando nadie rechista entre los serviles subordinados, pero por ahí empezaron a demostrar incapacidad para llevar esta nave a los puertos que antaño fueron habituales, los acostumbrados para entidad de tamaño poderío.

Vaya par de banderillas clavadas en el lomo: 3-1 el sábado de la manera que cayó y la sentencia de hoy por la acción de responsabilidad, esa maniobra de venganza entre fracciones, ese deseo de hacer pagar literalmente la división abismal existente entre quienes dejaban el cargo y quienes accedían a él propulsados por una acorazada mediática de armas tomar. Ha sido una batalla ideológica, una guerra fratricida si se quiere, con la diferencia de que unos muestran fantástica hoja de servicios y a los otros, más allá de la inercia con Pep y el talento heredado, no parece que vayan a ser siquiera capaces de establecer las bases de una nueva era. Nadie les pide que sea tan tremenda como aquella, tan superior, pero al menos, ya que disponen de modelo a seguir, sea acorde con el Barça que dirigen. Será que no, será que vale ya de tanta indulgencia, tanta desazón, pasividad y condescendencia hacia los revanchistas. Sí, pertenecen al statu quo, al establishment, a la casta extractiva, a las escuelas de negocios, pero nada de ello indica que sean capaces de liderar con eficiencia, con la debida efectividad, al nivel exigido y exigible. Llegados a este punto, por derrota en el Bernabéu y derrota en los tribunales, quizá sea momento de que empiecen a caer caretas, pongamos a cada cual en su exacto lugar y demos el tópico pistoletazo de salida a la carrera electoral entre los vencidos que ahora andarán crecidos y los poderosos menguantes, cada vez más en falso, más desnudos. No saben cómo conseguirlo, no aciertan con la tecla, sólo ofrecen excusas ante sus errores y las facturas que se van acumulando por continuos fallos. Teoría del segundo escalón: No saben pasar de ahí y punto. Hemos colocado gato allá donde reinaba la liebre, a ver si la mayoría absoluta llega a conclusiones y procede en justa correspondencia dejándoles de apoyar.

Esto ha dejado de ser un reloj suizo tras dos campañas de frecuentes visitas al taller de reparaciones. Ahora retrasa, ahora adelanta. El caso es que no va como iba, cuestión de manifiesta incapacidad de quienes llevan el timón. Aquí, el genio y la genialidad se perdieron con las últimas elecciones, hace ya cuatro años. Paradójico, si quieres, fueron votados en masa con la ilusión de perpetuar lo alcanzado, pero la práctica, tozuda como maño de tópico, se empeña en mostrarnos que el Barça ha caído al segundo escalón, al matiz, a la sutil diferencia, a la pérdida de lo sobrenatural hasta ser mortalmente predecible por simple rutina. Las decisiones se toman desde despachos habitados por gente nada excepcional que ficha profesionales nada deslumbrantes, quienes, a su vez, no enfocan la visión correcta, ni muestran las luces necesarias para preservar la otrora espectacular e impactante sonoridad del invento. Si la orquesta es movida por la batuta de Von Karajan, los dioses te escuchan. Si el director no es ése, el duende merma y pocos sabrán definir el motivo, pero está ahí y así suena para expresar endeblez, flaqueza, falta de altura. Inapelable la victoria del Madrid, sí, aunque duelan más, de manera difusa, dos intuiciones camino de convertirse en certeza: ellos han conseguido la fórmula, aunque les haya costado mudar la piel en el intento, y a ti no te alcanza el resuello hasta subir ya a lo más alto. Sucedió en París y tropezaron de nuevo en el Bernabéu. Ya que depositaron el club sobre los hombros de Luis Enrique, ahora sólo les queda rezar, esperar a que el asturiano demuestre recursos suficientes para tapar las vías de agua abiertas en el paquebote.

No dan más de sí, en la cancha y en el juzgado, se quedan cortos aunque les oigas y parezcan amos del universo. Al menos, se presentan como tales. Ahora, falta saber si querrá comprenderlo el barcelonismo y tal reflexión supondrá el principio del fin para este poder establecido, habitual de los juzgados, campo donde ahora pierde incluso cuanto antes ganaba sobre el verde tapiz. Se les acaba el tiempo, se acabará la paciencia del barcelonismo y pronto nos situaremos de nuevo en el 2003, cuando la gente se hartó de andar varios escalones por debajo. Permanezcamos atentos a la pantalla, Martí, habrá ofensiva de la oficialidad, pero es la oposición quien, amparada en la evidencia, va retomando energías y posiciones.

Un abrazo y a comer castañas bien calentitas. Y algún boniato si se tercia, incluso.

                        Poblenou, aquí no se rinde nadie

* Frederic Porta es periodista y escritor.





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