"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Mi querido amigo:
Ya está, ya pasó y ahora llega el tiempo de la literatura, barnizada de analogías religiosas a causa de la influencia católica, apostólica y romana, ya sabes, habemus, cónclave, fumata y esas variantes oportunistas del momento que no precisan de gran estrujamiento de las meninges. Tengo la suerte de disponer de un amigo, ya octogenario, que es algo así como el viejo chamán de la tribu blaugrana, alguien con el envidiable bagaje de habérselo visto todo desde César Rodríguez a esta parte, oráculo donde consulto dudas y del que extraigo conocimiento. Ayer cambiábamos cromos sobre pronósticos inciertos hasta que me fulminó con una sentencia lapidaria: “Cuanto más fútbol veo, más compruebo que es un simple juego”. Pretendía despojarse el sabio con su definición lacónica de todo ropaje y complejidad. Añadió con retranca que al juego le definen sus reglas y que el Barcelona disponía ya de infalible manual de instrucciones propio donde recurrir en caso de duda. Por lo tanto, su vaticinio no podía resultar más apabullantemente sencillo: id al texto de textos y consultad. Al fin y al cabo, sin pretender irreverencias, ha sido escrito a lo largo de los años por diversos evangelistas que se tomaron su debido tiempo para escribir el testimonio básico de la fe barcelonista hasta hacerlo carne y certeza.
Hoy, día lluvioso con sol radiante para los culés, proliferan, por supuesto, los ya-te-lo-decía-yo donde antes campaban a sus anchas incrédulos, agitados y neurasténicos en general, la carne de diván aquí comentada, aquellos que no habían reparado en las tuercas aflojadas que ponían en peligro, y en máximo suspense para la audiencia, la integridad de la rubia protagonista en la producción de Hitchcock, según tu mismo apuntabas. Ya pasó, carpeta cerrada. Bueno, normal, ley de vida, condición humana. Hoy, el barcelonismo, de sopetón, se ha instalado en el séptimo cielo del paraíso, aquel de tradición judía, tan usado aquí en el lenguaje nativo cuando deseas precisar que te hallas en la pura gloria, imposible un grado más. Por complicidad, déjame que te cuente brevemente el sesgo de ayer por la mañana, desde luego mal día para iniciar discusiones o alcanzar acuerdos porque el barcelonismo vivía sin vivir en él y con el ceño fruncido. Conforme menguaban las horas hacia el choque, el anterior “¿cómo lo ves?” de consulta varió hacia un imperativo, seco, duro “¿qué?” sin necesidad de mayores precisiones, como el que me soltó a distancia de diez metros mi amigo quiosquero en plena Rambla del Poblenou. A mi gesto incrédulo de réplica, respondió el hombre con otro aspaviento casi italiano, moviendo los brazos como si quisiera así ahuyentar los malos espíritus. Ahí acabó el breve intercambio. Transcurrían las horas de espera bajo una abrumadora necesidad de adelantar el prodigio y presenciarlo a la manera de Santo Tomás, a dos palmos de distancia o casi. El nihilismo pagano, laico, enraizado en el alma culé, quería darlo todo, incluso la conversión y el paraíso. A cambio de una seguridad, habría vendido su alma al diablo. Y la constatación llegó: esta generación ya dispone de su propia y particular remontada, como deseaba Xavi, con el añadido, anecdótico pero expresivo en lo histórico, de la devolución del 4-0 de Atenas, aquel dramático punto y final al cruyffismo.
Le bastaría hoy al barcelonismo, querido Martí, con recurrir humildemente a su texto sagrado en caso de duda o debilidad en la fe. Con Pep Guardiola se acabó, por fin, de encuadernar el tomo y en él reposan parábolas y epístolas a las que regresar si desean encontrar salida ante cualquier atolladero. Ya conoces mi hipótesis: las primeras líneas de esa redacción providencial empezaron a ser manuscritas en la lejanía de 1948, cuando San Lorenzo de Almagro –tenía que ser un santo, claro– realizó su proselitismo en Les Corts y convirtió a los feligreses al fútbol de alta belleza, ya que el llamado Ciclón de Boedo pintaba paisaje de sublimación religiosa con el genio de un Murillo o El Greco a base de mover el balón con arte, de manera asociativa y exaltando la combinación con base técnica. Ésa fue la primera piedra donde edificar la Iglesia Blaugrana y después, por no extendernos, cada cual puso la suya, otros vinieron que las derrumbaron, se procedió a sinuosas travesías por el desierto y culminaron por fin las sagradas escrituras de esta religión hace literalmente cuatro días. Pero ahora, ya están ahí, preparadas para consulta si flojea ánimo, piernas o convicción, tal como sucedía en esta fase oscura de Las Tres Derrotas. Y los sacerdotes encargados de subir al púlpito repasaron de nuevo conceptos como agresividad, recuperación inmediata de balón, apertura de campo, toque rápido y ese repertorio harto conocido. Incluso leyeron sobre la variante del ‘9’ para fijar centrales y brindar espacio al mesías, supieron repasar la lección y aplicarla con extrema ortodoxia aunque faltaran, por ejemplo y sin rutilante importancia, conceptos también definitorios del estilo y fervor como excelsa condición física o aportación unánime del colectivo, ya que alguno se borró por evidente falta de forma y chispa.
No resulta necesario aplicar lupa a los detalles. El Barça volvió a ser reconocible ante el espejo y obtuvo premio. Tan lejana queda su mejor versión, a pesar de todo, como la temeridad de anunciar final de ciclo para su hegemonía. Le queda un montón de cuerda si se presenta, actúa o juega de manera coherente a lo plasmado en las escrituras, su biblia y sus mandamientos, todo en minúscula aunque hablemos de una religión de carácter también sagrado para sus seguidores. Ahora, al menos hasta el sorteo del viernes, instalados en ese séptimo cielo, súmmum al que pueden aspirar los pretendientes a esa eternidad que aquí dura lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, con permiso y perdón del maestro Sabina por recolocarle la frase. De repente, la Liga vuelve a contar con distancia real de trece puntos, en Europa se busca la quinta en lugar de sufrir por la décima ajena y aquí paz, y ahora gloria. Es un juego, vaya que sí. Su ventaja radica en disponer de inmejorable partitura, como escrita por Mozart, y la interpretación de los mejores solistas, en orquesta liderada desde la batuta sobrenatural de alguien que, sin ir más lejos, coló ayer un allegro por inverosímil rendija de cuerpos superpuestos justo cuando tocaba, a los cinco minutos, perfecto en el don de la oportunidad, como se supone en los elegidos.
Afuera sigue lloviendo, Martí, pero no creo que a nadie le importe un bledo porque andan todos tomando el sol y sintiéndose bronceados, el alma bien calentita. Ventajas del séptimo cielo, temporadita de ensueño que sólo puede quebrarse si aparece el Madrid en cuartos. Vaya, quién nos lo iba a decir, existe tal hartazgo de lo blanco que no hay siquiera deseo de revancha inmediata. Y eso no es cuestión de fe, sino realidad palpable.
Que te vaya bonito y no caigas en aviesas comparativas con los propietarios del terreno que habitas. Es sólo un juego, ya sabes, me lo dijo el sabio que más sabe por viejo que por diablo. Basta con repasar los imprescindibles apuntes de guía. Un abrazo,
Poblenou, territorio remontado
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Josep Lago (AFP)
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