Querido Martí:
Habrá quién se limite a la superficie, sin caer en la necesidad de ahondar un simple metro, y alucine ante el último, vigoroso debate donde entretienen las horas los barcelonistas en su fiesta patronal. Habrá quién ponga ojos como platos ante la insaciable condición de tan curiosa parroquia, a la que no basta ir ganándolo todo sino que exige café, copa, puro, fuegos de artificio a la conclusión y jugar en todo momento una sinfonía de las clásicas y universalmente jaleadas, las compiladas en su tremendo repertorio del último lustro. Mucho me temo que la epidermis engaña, que resulta imprescindible escarbar hasta tocar hueso e ir al fondo de la cuestión, nada más y nada menos que la enésima escaramuza entre republicanos y demócratas en clave culé. Esto es una guerra de guerrillas constante de la que nunca conoceremos final. Se trata de prevalecer sobre la visión antagónica del prójimo y demostrar que tu manera de entender el Barça y gestionarlo desde el gobierno es mejor, simplemente. Tomemos la última excusa: por vez primera en un sinfín de comparecencias el Barça no dominó a su adversario en la posesión de la pelota, ganada por ese peculiar Rayo de Paco Jémez al que los hados asistan dada su singular propuesta, no vaya a ser que el marcador acabe, por enésima vez, con alguien honesto desde la heterodoxia del fútbol.
Pues eso, balonazo arriba, venga Valdés y el clavo mayor donde se agarran los republicanos: Sí, sí, mucho rollo, tontería teórica a espuertas, pero 0-4, que es lo único válido en el fútbol, al fin y al cabo. No es eso, no es eso, no nos quedemos ahí, viendo a puristas contra resultadistas. El quid de la cuestión consiste en visualizar la eterna doble trinchera enfrentada, tal vez exagerada hoy en su radicalidad dado lo inicial de la campaña. Por una parte, coloquen a los palmeros del gobierno, con sus filias y fobias personales, coincidentes con las del establishment actual. Enfrente, los sumos sacerdotes del modelo acabado de cuadrar, disidentes, cruyffistas y otros ismos hoy en minoría, pero capaces aún de argumentar como es debido cuando se trata de preservar las esencias de aquello que forjó la mejor época en la centenaria historia del club y se resisten a pasar página, a dar por cerrado el ciclo, el esplendor, llámenlo como quieran. Los demócratas del sistema concedieron tregua a Gerardo Martino así que le oyeron pronunciar aquello del no tocar nada al no estar roto, evidencia máxima, pero empiezan a fruncir el ceño cuando sospechan, sin pruebas rotundas todavía, que lo planteado en la corrección de estilo por el técnico argentino puede –en condicional– ir mucho más allá de lo imprescindible. Existe unanimidad –y mira que es imposible en esta religión– al afirmar que el Barcelona precisaba tras el varapalo del Bayern de evolución estratégica que le permitiera superar las dos barreras en diez metros colocadas por el rival de turno, ésas que convierten el toque en previsible y el partido en un frontón a la espera de que Messi abra la lata o, por el contrario, los adversarios te den un susto de muerte así que lleguen a la puerta de Valdés, baremo situado antes entre las dos o tres ocasiones por encuentro, no más. Ahora, el chico no da abasto y sólo consigue eternizar la murga sobre su adiós, tema que debería andar tan zanjado como su indiscutible categoría, de alcance mundial.
Repasas el who’s who en materia de articulistas, tertulianos y gente capaz de generar opinión con sus reflexiones y desde la noche del sábado, se han colocado y pronunciado en su inmensa mayoría de acuerdo a la filiación ya conocida. Los republicanos, socavando, menospreciando la preservación del modelo, testarudos al afirmar que lo anterior no llegó a tanto, que Guardiola no merece la condición de santo. Son los mismos, por cierto, que no paraban de compararle con su sucesor para restarle méritos e hicieron lo posible por emponzoñar las relaciones entre los íntimos amigos y colaboradores. Como lo anterior es laportista y cruyffista –pongámoslo extremo y pedestre, Martí, que muy sutiles no son–, caña, deseo de derribo y tentación de borrarlo del mapa. Por tanto, Martino debe triunfar porque es cien por cien apuesta presidencial y así lograrán que el actual mandato no se entienda como una simple continuación de lo espléndido, como, evidentemente, ha sido hasta ahora. No, hay que marcar terreno, acentuar las diferencias y hacer creer que esto es distinto. El empuje para obrar así no sería compatible con el sentido común, más bien fruto de una venganza aún no consumada y, por suerte, sin que corra la sangre. En su deseo de mandar, alientan opiniones y lanzan globos sonda realmente peligrosos, como el recién elevado sobre la teórica, y surrealista, necesidad de traspasar algún megacrack de la entidad para conseguir buena tajada antes de su declive. Dicho de otra manera, los fieles al dictado hablan del interés de los dos equipos de Manchester por Iniesta mientras cuchichean que el astro de Fuentealbilla no será tan bueno, dado el dineral que pide por renovar. Son los mismos que critican los contratos de larga duración a veteranos de intachable trayectoria, enorme entrega a la causa y deseo de retirada con la camiseta que, prácticamente, les vio nacer. Demagogos sin postín, pero numerosos y con peligro evidente.
Estos días resultan excelentes, querido amigo, para situar a cada cual con los suyos porque nadie se esconde y todo queda como muy evidente. Quien usa a Martino de escudo y a la vez ariete, ya sabes con quién comulga. Quien advierte de los peligros de desandar lo andado, de corregir el modelo más allá de un simple lifting, seguramente figurará entre los ortodoxos del guardiolismo, corriente de gran fuerza en el argumentario desde los medios. Y no deja incluso de sorprender que algunos, parafraseando a Soraya, se arroguen la capacidad de saber qué opina la llamada mayoría silenciosa, etéreo supuesto imprevisible al que deberían, todos, dejar en paz. Hay temerarios que no han entendido nada (o quizá se les entienda todo) cuando aseguran desde el púlpito que el caso es vencer y punto, como si el barcelonismo y la estética no tuvieran nada que ver cuando la historia demuestra la imposibilidad de entender fervor sin el complemento del buen juego, espectacular, a poder ser. Eso sí, todos se hallan en posesión de la verdad absoluta y los de enfrente son los errados. Para los republicanos, quien no comulga con sus dudosos postulados pasa a formar parte de las fuerzas del mal. Para los demócratas, quien ahora tacha la posesión de fruslería personifica a la reacción más carca, el entender esa pasión colectiva en primera persona y beneficio propio. Marea la simple idea de especular dónde estaríamos teorizando, ellos, los otros y los simples observadores, de haber mediado alguna derrota. A pesar de hallarnos aún en el temprano mes de septiembre, habrían sacado la artillería de paseo. Por ahora, sólo fuego de trincheras, pero más vale que Martino siga acertando con las teclas y cumpla lo prometido, la exigencia contraída al firmar contrato: evolucionar lo vivido manteniéndolo del todo reconocible, nada más y nada menos. El resto puede ser San Quintín, al margen de que se gane o se pierda. No hará falta ni bombardeo exterior. Con el fuego cruzado interno en las escaramuzas de francotiradores estaremos de lo más distraídos. Por cierto, primer patinazo dialéctico del Tata: si fuera holandés o de la casa, ya le habrían dado con el mazo, no con la escoba como a él.
Términos como paciencia o transición no existen en el diccionario culé, y Martino parece plantado en medio entre republicanos y demócratas. Si los hechos niegan sus ponderadas palabras, pronto podremos recrear algo tan curioso como aquella singular campaña con Robson, cuando se echó a perder una plantilla prodigiosa y tres títulos obtenidos por el simple empecinamiento en creer que Van Gaal era la única solución a los males existentes. Que ya habían quedado resueltos por el veterano inglés, escrito quede sin matices, en trazo grueso. El falso debate vigente hoy es apenas un cubito de hielo extraído de la punta visible del iceberg. Aquí, bajo el agua, queda el grueso, la expresión de dos maneras de ver y proceder. El conservacionismo que salta a la mínima para denunciar cualquier intento de variar el rumbo y la heterodoxia de quienes quieren demostrar que pueden prescindir del legado en aras de su propia consagración. Curioso, el panorama. Y todo, con una simple excusa llamada mayor posesión del cuero.
Un abrazo y cuídate.
Poblenou, punto de observación
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Julio Carbó (El Periódico)
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