Mi bien regresado amigo,
Ya sabes, si veinte años no es nada, de qué te voy a consentir una disculpa por el suspiro de quince días, sólo faltaría. Dentro de pocas horas, derbi en el Manzanares. No juguemos con ventaja, a esperar el veredicto para tejer la opinión sobre pilares oportunistas de mayor solidez. Espero contestarte a partir de dos premisas. Vayamos con la primera: la confianza ciega en el Barça ha sido tejida durante cuatro años de ejemplo y ayer quedó refrendada ad infinitum en una nimiedad del 31 de la segunda mitad ante el Geta, observando a Mascherano (¡menudo futbolista de equipo!) y a Puyol en triple tackle para evitar un simple fuera de banda a 50 metros de portería y recuperar la posesión, justo ante el banquillo del estupefacto Luis García. El genio, sí, está en el detalle, tan ínfimo en apariencia como ese. Así, tal equipo, tal grupo conspirado entre proclamas silentes de compromiso mutuo alcanza el grado de solidaridad más conmovedor que haya visto en grupo de su talento a espuertas. Te dan un taconazo como el de Iniesta a Messi para el segundo y ¿qué haces? Agradecer, simplemente, y pensar que le debes una, a devolver cuanto antes. ¡Ah! Y la bufanda me quedó colgada en el perchero el primer día que me enamoré del fútbol, como parte del prodigio. Este Barcelona no sólo no se rinde, sino que enseña mucho sobre la vida, lo siento por aquel emperrado en mantener vendas sobre los ojos cuando el protagonista no comparte su visión y sentimiento, él se lo pierde.
En cambio, Martí, sin ningún reparo a confesártelo en público al atacar la segunda premisa, la megalomanía de Mourinho y el perfil de ciertos jugadores o acólitos de su entorno me turba hasta el punto de ocultar la evidencia en el ejercicio y dominio de su oficio. Me parece tan antideportivo, oportunista de baja estofa, tan narciso de corte paranoide -no pretendo insultar, sino definir perfiles de comportamiento-, tan bélico y entregado a su única causa, la personal, tan socialmente peligroso y reprobable, que no le reiría ya ni el mejor chiste, seguro. Ha conseguido que lo sospeche todo de él. Por supuesto, la necedad no me impide alabar su campaña, los 100 goles, la determinación blandida por atacantes de postín, esa demoledora pegada y una extensa lista de certezas y veracidades añadidas, pero él se erige en árbol que me impide la observación del bosque de su propia obra. Sólo deseo que abandone este escenario por el bien de todos, propios, ajenos, neutrales y observadores, de la salud social y reducción de tensiones prescindibles, las que nunca debieran ser capitales en la práctica del deporte profesional.
No sé paladear si me hallo ante un cuadro descomunal, por repetir tu calificativo, cuando contemplo al once madridista. Sus circunstancias saltan por encima de esencia y presencia hasta confundirme. Siento que les falta esqueleto y columna aunque la pierna sea preciosa, la testa, romana y los ojos, lilas como los de Liz Taylor, pero la glosa guarda relación, de modo imprescindible, con el conjunto y ahí, pese a su fiereza, aún observo rasgos que evocan al proverbial ejército de Pancho Villa. De ahí que la soldadesca de Pep, tan marcial y formal, les haya pillado el truco en cada escaramuza de guerrilla.
Este Barça, teniéndome por el peor de los agoreros, no volverá a perder en lo que resta de campaña. Este Madrid, en cambio, puede saltar por los aires al menor contratiempo -léase mayor reducción en la distancia- porque tanta tensión, tamaño almacenaje de nitroglicerina en su dinámica de grupo, generada por el factótum lusitano, acabará destrozando lo pertrechado. Y lo mejor es que, con ese plantillón, se me ocurren unos cuantos técnicos capaces de sacarle más notable y normalizado rendimiento, un jugo menos avinagrado e histérico del que viene cosechando el hombre al que sólo guía hoy una revancha personal: vengarse del Barcelona por no haberle contratado en su día, cuando Laporta prefirió a Guardiola, en definitiva. A partir de ahí, el mundo contra él y nosotros, todos, a participar como extras sin frase en su película, sesgada, sectaria y maniquea. En su previsible estrategia culpará a media Humanidad del desaguisado de su derrota, única e intransferible, antes de abandonar la obra y la institución convertidas en solar emocional.
Ha batallado contra el mejor equipo de la historia y no ha podido contra él porque la pugna resultaba de proporciones homéricas. Porque este Barça ha dinamitado incluso el concepto de los ciclos de hegemonía y, en cambio, Mourinho no ha sabido lidiar con algo demasiado básico en su negocio, dosificar las fuerzas sin quemar las naves. Ya nadie recuerda cómo afrontó el Madrid la campaña, cuando realizó aquella superflua salida de hipódromo para vencer en la Supercopa y salió trasquilado. Sin relevos, sin dosificación de esfuerzos, sin pausas ni alegría en el alma nadie alcanza el kilómetro 42 aún dispuesto y convencido de alzar los brazos. Aquí hemos llegado y sin revocar ni uno sólo de tus argumentos, Martí, razono por un final atroz para el Real, aunque profiláctico ante los previsibles pies en polvorosa preparados por su hacedor.
Al margen de martingalas, de agentes externos, de otras consideraciones, este ritmo de competición mata y a nadie se le justifica la victoria por escudo y camiseta. Vaya, a quien se lo expongo, a un atleta olímpico… Pues eso, la partida termina cuando te levantas de la mesa o, como decía Yogi Berra, el legendario catcher de los Yankees, “esto no acaba hasta que no se ha acabado”. Y no era media, sino maratón completa. Para acabar, Martí, ying y yang, day and night, creación contra codicia. En lo primero, Pep; para lo segundo, el hombre que no amaba más que a su propio ego. Si estimara al Madrid, sin duda, no habría perdido la distancia, de ahí que te susurrara aquel no es nada, no es nada porque todo en Mourinho me lleva al no es eso, no es eso.
Por cierto, pedazo artículo el de Javier Marías dedicado a Messi. Y cómo sigo echando de menos a Vázquez Montalbán. Esos no llevan ni llevaron jamás bufanda aunque la luzcan colgada, esos son y eran señores que se visten por los pies hasta llegar al sombrero, el mismo que te descubres al cruzártelos…
Antes de acabar, los mejores deseos para Eric Abidal, por fuerza y por ser como es. Cuídate y un abrazo desde la barrera, donde los toros se ven tan bien y te guareces de lo que pueda caer. Ay, lo que caerá hasta alcanzar mayo, madre…
Poblenou, 11 de abril de 2012
– Foto: Víctor Carretero (Real Madrid)
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