"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Querido Martí:
Bajo un cielo plomizo, de los que amenazaría nevada si nos olvidáramos de estar dónde estamos, se alinea ejército atónito, paralizado, colección de émulos de aquel taurino Don Tancredo -ignorado ya por las nuevas generaciones como total anacronismo– que apenas mueve los ojos oteando el panorama en busca de Wally. ¿Dónde está Wally tras la última explosión de tipo nuclear registrada? Missing in action, como en aquellas tremendas películas dedicadas a recrear Vietnam. Tras días y días de continua, exagerada exposición mediática, huyendo hacia adelante parapetado en un nuevo relato bajo el que esconder urgencias y todo tipo de carencias, Josep Maria Bartomeu, presidente accidental, ha desaparecido de escena. Adiós, se fue, de repente y a la francesa cuando antes le veíamos todo el bendito día hasta en la sopa, viajante que muestra bajo el gabán el amplísimo muestrario y catálogo de excusas y justificaciones que tanto caracteriza a su razón social cuando se trata de asegurar ante la opinión pública que todo, cualquier desliz que quieras enumerar, es, táchese lo que no interese, herencia del huido, envidia cochina, artimañas de la corte madrileña, acendrado antibarcelonismo o cualquier otra memez, perdón, teoría conspirativa que valga si permite aprovechar lo único que les sostiene, la buena racha de victorias del equipo. Hoy, el auténtico presidente del Barça es Messi, por supuesto, pero los del palco no cejan en su claro empeño de fallar por total empecinamiento, erre que erre, a diario, como para mantener protagonismo cenizo. Qué manera de dispararse en los pies, imagen gráfica empleada hoy por ese sabueso del buen periodismo llamado Jordi Borda, quien ha relatado para aquel que quiera escuchar las múltiples cumbres y reuniones al más alto rango y nivel celebradas por la cúpula del Barça desde que la Audiencia Nacional les diera el alto y los ilustres letrados fallaran con estrépito en la defensa del club. Entonces se conjuraron para no repetir tamaño descrédito, poniendo el liderazgo en manos del vicepresidente Javier Faus, convocados a la estrategia de defensa los más ilustres y, por supuesto, caros abogados de la capital catalana. El lema de conjura, que no se vuelva a repetir, no volvamos a tirar por la culata. Zas. Y a las primeras de cambio, otro sonoro bofetón: imputado Bartomeu por no pagar los impuestos del serial Neymar, ese folletón de enloquecidos guionistas, correspondientes al último ejercicio, cuando ya okupaba cargo. Monumental error. Para guinda del pastel -y léase pastel en su más chapucera acepción-, le llevan a tribunal, informan a la opinión pública sobre el impagado en impuestos derivados de los contratos de 2’8 millones producido durante el 2014 y sitúan en 94’8 millones el coste total de la operación, cifra bien lejana de los 57’1 “y punto” tantas veces defendida por Rosell o los 84 que reconoció Bartomeu en rueda de prensa ya con la boca bien pequeña.
Mentira tras mentira y Wally, missing. En el momento de redactar la e-pistola, Martí, no hay excusa ni comunicado oficial, no hay manera de juntar cuatro letras dirigidas a la masa social o balbucear algún argumento, no. Solo la enésima demostración ante cualquier ciudadano dotado de la mínima capacidad de reflexión de que seguimos habitando una democracia débil, donde las responsabilidades no se piden ni se ejecutan, donde no existe la mínima educación que lleve a los protagonistas de este sainete hacia su única puerta de salida: la dimisión para que reconozcamos su decencia. No han sabido hacerlo, por tanto se ven obligados a irse, a dejarlo, eso sería lo evidente y normal. Y la historia, Martí, ay, esa preciosa historia tan desconocida, tan pedagógica para situaciones de este corte, con sus lecciones por repetir. Antes, de todos modos, procedamos a la necesidad: más les vale dejarlo correr, dimitir si es que no existen contratos supeditados al futuro por los que no deban atarse al palo mayor en pleno temporal. Más vale irse si no quieren que el próximo presidente les lance un tremendo bumerán, consistente en repetir esa acción de responsabilidad que les convierta la existencia en un infierno al dejar probado y confirmado que su gestión, puede ser, acabará en déficit cuya cifra deberán pagar a escote para soslayar. Tal como hicieron ellos. Si lo piensan bien Wally y los desaparecidos, dejar paso a una gestora que convoque elecciones quizá sea la manera de abandonar la nave con relativo honor, reconociendo por pasiva que no han sabido manejarla, que han naufragado a partir de tanto odio hacia lo heredado y tanta arrogancia en el momento de plantear su proyecto, ya fallido. ¿Un Barça descabezado en plena temporada? Sí, no hay ningún problema, no pasa nada. Al fin y al cabo el equipo marcha a su aire y la administración de la entidad, con esa exageración de 400 empleados, puede ocuparse de las rutinas sin necesidad de situaciones extremas, de sentirse en crisis. Total, ni siquiera puedes fichar refuerzos, ¿de qué te tienes que preocupar?. De pagar simples facturas de proveedores, del llamado día a día en espera de quien surja elegido en urnas.
Repasemos, Martí, los tiempos pretéritos, esos que también te gusta recrear. Primer ejemplo notorio, evidente: cuando el Club de Fútbol Barcelona alcanza su primera Copa de Europa, la de Berna en el 61, lo hace sin presidente por dimisión ya efectiva del desgastadísimo Miró-Sans, en manos de una gestora presidida por el prohombre Julià de Campmany y también, con entrenador accidental, ya que Enrique Orizaola cubría la plaza dejada por el serbio Brosic, cesado meses antes. Además, la gestora, apremiada por una serie de facturas urgentes, solicitó a los dos próximos candidatos a la presidencia su opinión para traspasar a Luisito Suárez al Inter de Milán, la única y muy chapucera manera que hallaron a fin de suavizar el trago económico por afrontar. Tanto Llaudet como Fuset, cortos de miras como ellos solos, dieron el beneplácito a la operación ideada por el artero Helenio Herrera, genio traidor a los intereses del barcelonismo que puso 25 millones de pesetas del patriarca Moratti como medida de su calculada venganza. Él salió por piernas del Camp Nou tras mil follones, rescatado por los neriazzurri y sus toneladas de liras, y quiso rematar la faena con un bajonazo en toda la testuz, arreándoles una tremenda factura histórica. Por no pensar, por no ver más allá del resultado y de sus propias narices, los entonces líderes gestores del barcelonismo no apreciaron la evidencia de contemplar al gallego Suárez como el eslabón de liderazgo que debía suceder al decrépito Kubala y guiar a las huestes por la década de los 60, antes de entregar relevo -eso, por supuesto, no lo podían prever- al nuevo monarca, Johan Cruyff. Suárez se retiró a pleno rendimiento en la Sampdoria con 37 años y rindió maravillosamente catorce temporadas al más alto nivel. Su palmarés personal, no echemos sal a la herida pero recordémoslo, resultó superior al de la entidad. Tras Berna, pues, sobrevino la travesía del desierto, no imputable a la ausencia de presidente sino por acumulación de graves fallos de visión.
Otrosí: cuando al equipo de La Edad de Oro de los felices 20 le llegó el tiempo de la jubilación, la directiva de Joan Coma cometió el pecado mortal de enfrentarse a los veteranos antes de planificar para hallarles relevo generacional y así, desfilaron los mejores sin que fueran convenientemente sustituidos, se llamaran Walter o Mas, Sancho o Torralba, Piera o Sagi. Incluso Samitier, maltratado, aceptó la oferta de Bernabéu para ganar dos ligas republicanas con los blancos. El declive fue acompañado por la tendencia de la afición a situar correctamente sus preferencias y prioridades como ciudadanos y la atención que antes habían despertado los cracks fue sustituida de la noche a la mañana por devoción hacia mítines y políticos, hacia autonomías y estados federales, izquierdas y derechas en danza. Llegada la sublevación, asesinado el presidente Suñol en el Guadarrama, fueron simples trabajadores del club hoy ignominiosamente olvidados como Rossend Calvet o Ángel Mur quienes sacaron las castañas del fuego en plena guerra civil aceptando la oferta de la gira por México recibida por el portero Iborra. Y allá que partieron los héroes desconocidos, sin ningún directivo que les acompañara, salvando al FCB de su extinción. Tampoco desapareció la entidad en los negros años de la postguerra a pesar de que los primeros estatutos franquistas dictaban la inmediata disolución si volvían a las andadas catalanistas o los militares al cargo consideraban cualquier acción o decisión como provocación. Se salvaron, como sacaron la cabeza del agua, y acabaremos pronto con las evidencias históricas, cuando el tremendo follón de la silbatina a la Marcha Real en junio del 25, dirigida, por supuesto, a la dictadura de Primo de Rivera pero manipulada en la época como evidente muestra de antiespañolismo, como siempre conviene manipular cuando no se desea escuchar ni atender la exposición de agravios y protestas ajenas. Por último, ya en los 60, el culé debería recordar la despedida del polémico Enric Llaudet -a quien la transmisión oral de su legado no ha hecho justicia- desde el centro del Camp Nou mientras aún se disputaba competición. El club pasó a manos de otra gestora, Narcís de Carreras ganó la Copa de las botellas ya como presidente no electo y al cabo de unos meses, ante su primera asamblea, acuñó a pesar de su notorio conservadurismo el lema “més que un club”. O sea, ejemplos no faltan. El equipo, a su bola y no necesita presidente siquiera.
Total, Martí, que nos viene a la imaginación la imagen de Richard Nixon subiendo la escalinata del helicóptero tras la dimisión y el Watergate. Era el primer presidente de los Estados Unidos obligado a dimitir por mentiroso y, aún así, desapareció de escena con una tremenda sonrisa de oreja a oreja y lanzando a los cuatro vientos la “V” manual de la victoria inmortalizada por Winston Churchill con plena y jubilosa gesticulación. Quiso dejar esa imagen, pues vale, allá él. También en el momento del adiós la actual directiva será jaleada por esa colección de conniventes plumillas sin reparo a proclamar, últimos ejemplos, que lo importante es que el Madrid no lograra los servicios de Neymar -el fin permite cualquier tipo de medio, vamos-, que es justo y necesario aplaudir a Rosell por atar al brasileño sin importar cómo y que, por ejemplo, ya sabemos que esto del fútbol es un absoluto lodazal capaz de saltarse a la torera normas, ética y lo que haga falta. Vaya, que todos lo hacen y por tanto, pasémonos por el forro cualquier reglamento y pelillos a la mar. Se quedan tan anchos cuando sueltan tamañas animaladas. Y es más: nadie por encima les pide explicaciones, ni les presiona, ni tampoco les releva en sus competencias por incompetentes, tramposos y caraduras vendidos. Gajes de vivir en una democracia sietemesina, de incubadora en la UVI sin que nos importe un bledo luchar por su vida. En fin.
Wally, desaparecido. Los asesores, histéricos al ver que su nuevo relato ha vuelto a fracasar. La oposición, atónita ante el enésimo episodio de esta demencial serie. Y la mayoría absoluta del barcelonismo, ajena a todo, reilusionada al pensar que sigue viva en tres competiciones, que dispone de pólvora y talento para ganar algo. Algo, ese título que era y es el último salvavidas al que siguen agarrados los especialistas en dispararse al pie y cargarse no solo el legado heredado, sino el prestigio, la imagen, los valores que tanto voceaban de una entidad sorprendente. Tampoco esperen que la clase política pida explicaciones, les diga qué deben hacer o les presione para abandonar el cargo. Digamos que Artur Mas, Oriol Junqueras y todos en fila andan pendientes de otros menesteres. Demasiado ocupados para darse cuenta de que este Barça es un desaguisado arriba que conviene atajar antes de que llegue abajo, al césped, y esto sea San Quintín. Deberían quitar el verbo “dimitir” del diccionario. Total, para lo que sirve, para el caso que se le hace. Se ha quedado rebosando polvo, tal que fuera una palabra de apero agrícola de la Edad Media, en completo desuso. En absoluta extinción. Solo podemos optar por la retórica ¿hasta cuándo? ¿Hasta donde habría que llegar para exigir responsabilidades? ¿Donde queda la fuerza reflexiva, el criterio del socio burlado en su confianza? No hay respuesta, Martí. Y si la hay, desazona brutalmente. Diríase que el poder posee patente de corso, carta blanca para llevar el disparate hasta un inexistente límite en el horizonte. Imposible repasar entera ya la lista de líos, disparates y meteduras de pata protagonizadas por los ahora momentáneamente desaparecidos en el ejercicio de su gestión durante cuatro larguísimos años. Aún así, aguantan sin dar siquiera explicaciones. Les bastan las excusas pueriles, acusar a terceros o mantener la cabeza fuera del agua para perpetuarse. Insólito, increíble, tremendo, lo mires por donde lo mires. Pero, de nuevo, ¿cuántos lo miramos así? Minoría pura, cuatro y el cabo.
Un abrazo y a resistir el invierno. Como todo en la vida, se acabará, por supuesto, y volveremos a salir de la madriguera, como la marmota esa del impronunciable pueblo yanqui. Ahora que lo pienso, ¿no estaremos viviendo el día de la marmota en versión blaugrana? Pues si es así, tampoco consuela, ea. A conservarse, caballero.
Poblenou, con el alma y los pies helados
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: AP
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