Querido Martí:
Ya pasó, aunque aquí sea imposible aplicar el ya está porque todavía nos distraeremos un buen rato dándole cuerda al berrinche, según quien, y a la felicidad extrema, la otra parte, sin reparar en las auténticas lecciones del clásico, que mostró unas cuantas e importantes. A uno le encantaría ser nepalí y plantarse como otro más entre los 500 millones de audiencia dos minutos antes de comenzar el espectáculo dispuesto a pasar un ratito excelente, divertido, emocionante entre dos monstruos del fútbol, sin colores ni pasiones, solo en espera de que le entretengan un buen rato a través del balón y libre de los condicionantes previos aquí tan fatigantes, como saber lo que se juegan, lo que representan o, incluso, quién merecería estar en el once titular por estado de forma. Nada de eso, pónganme en acción a unos cuantos virtuosos de este asunto y distráiganme, no hay más, soy nepalí y paso de todo. Pero no, no habrá nunca manera de cumplir tal sueño porque todo el mundo anda implicado emocionalmente hasta las cejas, domina la última coma de información y palpita con cada acción y reacción de los contendientes. Como espectáculo, magnífico. Ahora, en la secuela con balón parado, un previsible desastre, una continua sinrazón de excusas, justificaciones, ataques y tonterías que evitan el único análisis imprescindible: Barça y Madrid, el domingo noche en el Bernabéu, se quedaron desnudos ante el espejo, tal cual, mostrándose sus mutuas limitaciones, vergüenzas al aire, sin que puedan encargarse de criticar al vecino porque más les vale atender lo propio, sus evidentes y graves carencias como colectivo. Y solucionarlas a la voz de ya si de verdad pretenden reinar y dar confianza de que pueden ganarlo todo por capacidad, por evidente superioridad ante la que vayan a doblar rodilla todo tipo de renombrados aspirantes.
Viviremos ahora, por no alterar la costumbre, tiempos de periodismo de camiseta, discusiones de bar, calentamiento de neuronas ante el interlocutor, deseo de que nuestro discurso se imponga y venza en la discusión, pero, a buen seguro y por desgracia, no entraremos en el meollo de la desnudez, no nos interesará o no alcanzaremos a ello, escrito quede todo en sentido retórico. Para empezar, y hoy observaremos cuánto nos devolvió el espejo también en blanco, no puede ser que se te llene la boca de Décima, de seguir proclamando el fin de ciclo ajeno y continúes, por enésimo ejercicio, confiándolo todo, absoluta y radicalmente todo, a tu tremenda pegada. Cualquiera le dice al rey que va desnudo y cualquiera le dice al Madrid que no puede plantear un partido contra el Barcelona partiendo con inferioridad de efectivos en la decisiva batalla del centro del campo, lección evidente que se imparte, suponemos, en primero de táctica. ¿Cuántos años llevan así? Bien, desde el proverbial optimismo enraizado en lo más profundo del ADN merengue, la exhibición de arsenal dará para ganar el 95 % de lances, exactamente igual que al Barça el talento le concede la oportunidad de despachar compromisos en porcentaje similar. Pero cuando te espere enfrente un hueso duro de roer –encima, convencido de ser pedernal–, ir con Modric, Alonso y Di María en el centro del campo sin asistencia de las tres grandes estatuas a las que pomposamente llaman BBC no te brinda cobertura ni seguridad para alardes, parece una simple broma, un desliz de arrogantes. Podrás enhebrar treinta victorias en punto muerto y haciéndote la manicura, si ese es tu deseo, pero siempre hallarás la horma de tu zapato, un once más equilibrado, compacto, de guión propio aprendido y que se haya tomado la molestia de memorizar tus líneas de texto y mejores actuaciones con ánimo de neutralizarlas. Y ese, anoche, no fue el Barcelona, conste. Van pasando entrenadores por ese banquillo de Chamartín y la institución no consigue armonizar el conjunto, perder quizá oropel y concesiones a la galería para ganar peso, equilibrio y solidez repartidos por todo el cuerpo de once. Sigue el Madrid igual, continúa sin la modestia suficiente para aprender, preso de la megalomanía de su dirigente, emperrado en fichajes de 100 millones que luego cabalgan sin demasiado sentido colectivo por la verde pradera. No era eso lo que necesitaban, no, pero da igual, tenían que añadirlo al álbum de cromos, que es como Florentino entiende la simple definición de equipo.
O sea, problema estructural, de arriba en la pirámide. Exactamente igual al del adversario, mire usted por dónde, con jugadores obsesionados por no perder categoría, tino y prestigio a pesar de que en cada lavadora pierden una sábana por inacción de sus responsables, de esos superiores que, también a su manera, van quedando desnudos en un curioso strip poker. Hasta ahora disimulaban, también mecidos por la inercia de triunfo. Hoy, ya les resulta imposible disfrazar carencias. Han sido tres largos años de estar situados ante el tablero sin saber cómo demonios han de mover alfiles, caballos y torres para arropar los movimientos de esa reina simpar de acento argentino. Trienio de incapacidad manifiesta para renovar y mantener el aspecto, ahora avejentado, cada vez más difícil de reconocer en cuanto al otrora formidable estilo. Aguanta Messi, aguanta Iniesta, tirarán de la reserva de talento, pero el cuadro es un horror en lo defensivo y ayer la banda derecha en retaguardia resultó un boquete de dramáticas dimensiones, un agujero que te abre el camino al naufragio en apenas un par de pestañeos. Como el Madrid, pueden ganar cuánto se propongan, sí, pero si la lógica sigue pesando, han comprado ya todos los números para acabar muriendo en la orilla sin alcanzar objetivos máximos. Desnudez: unos y otros pueden ganar algo, por supuesto, pero no lo ganarán todo por evidente endeblez estructural, máxime cuando el eco de los valles devuelve sistemáticamente una voz que recuerda “Bayern, Bayern…” como gran referencia compensada del momento, el enemigo a batir de la frase hecha.
Muy bien, pueden entretenerse con lapidación en plaza pública contra Undiano Mallenco, en airada petición de castigos ejemplares para este, ese o aquel –normalmente, perteneciente al equipo situado enfrente de tus propios sentimientos– a causa de sus arteras acciones o sucias palabras y así conseguirán desviar la atención de lo primordial, de lo que tanto tiempo llevan aplazando, procrastinando a diario, por simple pereza. Ni el Madrid es equipo de fútbol, ni el Barça recuerda los grandes rasgos de la maravilla que fue. Bueno, también pueden sostenella y no enmendalla para seguir condescendientes con el Atlético, considerándole convidado de piedra, invitado para distraer la reunión sin posibilidad alguna de llevarse el premio, tal y como le han venido tratando todo el curso. No importa que falten apenas nueve lances o que vayan a protagonizar un impredecible pulso en cuartos de Champions, nada, debe pesar más el topicazo del Pupas, el ningunearle ya sin razones.
Podríamos personalizar, Martí, pero se nos haría eterno. Neymar. Ahora no pesa Neymar. Cristiano, de vuelta a la queja. Este y el otro. Da igual. Nos distraeremos con la espuma de las olas y habrá quien piense que el 3-4 le da el sí en la consulta por la remodelación servido en bandeja de plata cuando debería reparar, con vergüenza, en todo cuanto debió hacer y no realizó en este equipo que parece belleza cincuentona, ajada pero orgullosa de comprobar que quien tuvo, retuvo. Están desnudos, ambos, los dos. Y no quieren mirarse al espejo, no quieren afrontarlo, prefieren distraer con cualquier tontería, minucia, mejor aún si le dan sesgo de pasión. No pueden ya dejarlo para más adelante, deberán afrontarlo sin nuevas excusas. Tienen que renovar el vestuario con ropa nueva, apropiada, la justa para volver a lucir en los mejores salones. Y no lo harán. A unos les pierde el orgullo del mandamás, a otros les niega la incapacidad de sus directivos y responsables técnicos. Seguirán ambos emulando a Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses porque dentro de nada descenderán por la escalinata muy ufanos sin entender que caminan hacia ninguna parte. Vaya, al final, nuestro papel era el de William Holden, narradores fallecidos en la primera escena del sainete. Desnudos.
Ahora queda saber quién se ahoga antes, a quién le caerán más palos de sus propias huestes. Pero antes nos queda aún la interminable revisión de noventa minutos espectaculares que no lo fueron tanto a poco que rasques con la uña. Una cosa es lo pletórico, otra bien distinta la actuación en mutua carencia. Un abrazo, cuídate y seguimos.
Poblenou, sin dejarnos deslumbrar
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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