Querido Martí:
Cada cual, encerrado con su juguete preferido. Ahí, por la villa y corte de tu residencia, continúa la enfebrecida campaña dedicada a satisfacer el deseo de reconocimiento de su máxima estrella, pugnando todo lo que pueden por el Balón de Oro, y aquí, más o menos lo mismo aunque distinto. Puede chocar al profano que una decisión de carácter interno haya generado tamaña trascendencia en el ecosistema blaugrana, pero lo del cuarto director de comunicación en tres años y medio entraña, desde luego, su miga, su aquel y su innegable trasfondo. Empecemos por el principio y reconozcamos que eso de dircom es sinónimo de chivo expiatorio porque, sabido es, dogma de fe, de fútbol, mujeres y comunicación sabe todo el mundo, con perdón por el tufillo a machista de la evidente aseveración. Conste que quien ejerce este cargo en potro de tortura se visualiza como loncha de jamón york atrapada entre dos rebanadas del pan inglés más duro de roer que hayas probado. Por una parte, aprieta la canallesca, cuya empatía hacia el interlocutor siempre es nula, cínica e interesada. Y por el otro, aún peor, te retuercen las meninges quienes te han nombrado porque los aciertos son suyos y los fallos, de tu exclusiva paternidad. Poco les importa a los jefes que, en definición de librillo harto obvia, para comunicar cualquier cosa necesites criterio, contenido, mensaje, información, claridad en la transmisión y no mentir porque antes se pilla a un liante que a un cojo, sobre todo en caso que la prensa realice su labor correctamente, como acostumbra a ser el caso. Por tanto, como responsable de esa cosa tan curiosa siempre llevarás el culo el aire, con perdón, y tal vez pierdas de vista hasta olvidar cuál es tu auténtico cometido: conseguir medallas para que los amos y señores se las cuelguen en su lustrosa pechera.
Cualquier poder, Martí, contempla la comunicación a partir de la humana necesidad de sentirse reconocido, jaleado y aplaudido. Si no llegas a tan elevado listón, te zurran la badana y quedas transformado en pura carne de cañón. Alcanzan la cima de cualquier estructura con un insaciable impulso de ser admirados, de notar palmaditas en la espalda, de sentirse la última pepsicola del desierto. Sin ellos, el caos o el diluvio. Gracias a ellos, el sol alumbra y el fondo del bello paisaje lo ponen los violines de los mamporreros a sueldo que jalean tu excelsa existencia, ambiciosos como nadie. Si no hay realidad contrastada, se inventa un discurso ad hoc. Y en cuanto habitas el nuevo despacho, las tendencias se unifican. Por una parte, el legado. Hasta hoy esto ha sido un desastre completo, Sodoma y Gomorra juntas, y estamos corrigiendo la nefasta herencia. Si han recibido un oasis, una maravilla, se trata de echarle tierra y pestes al pretérito, construir una revisión de la historia vivida bajo el deseo de borrar la memoria reciente colectiva hasta que justifiquen su acierto en la corrección del rumbo. Todos, absolutamente todos, muestran la curiosa tendencia de creer que el club –o la empresa donde han sido promocionados– nació justo en el momento de su nombramiento, que lo anterior merece ser recriminado y, por supuesto, hay que negar los supuestos méritos a los predecesores, aunque resulten tan evidentes como la pura luz del día. En el caso del Barça, no deja de resultar curioso y generar un montón de reflexiones –esas que el aficionado de a pie nunca jamás realizará; él, siempre pendiente del marcador– que la mejor época en la historia de la entidad haya sacrificado a tres profesionales del puesto en apenas tres años. Pues menos mal que la pelotita entra, pues menos mal que todo va como una seda…
Cuando la pifias de manera estrepitosa, cuando te peleas con unos cuantos protagonistas del pasado, cuando apuestas por decisiones impopulares, erróneas, poco meditadas o incomprensibles, tranquilo, no procedas a la reflexión íntima, a la corrección del tiro errado. Tú échale la culpa al director de comunicación y preséntale el finiquito, que para eso está, erigido en humano saco de golpes interno donde vaciar tus frustraciones externas. Entre las curiosidades de la arbitrariedad con que entiendes la comunicación como concepto radica el hecho de negar a tu director técnico para arrogar los dos aciertos de gestión futbolística, Martino y Neymar, en la cuenta personal del presidente, el que manda. Como observador, Martí, llega a asombrar que se sientan malqueridos y criticados mientras la evidencia demuestra que han tejido una sólida red de complicidades con las principales fuentes de corrientes de opinión catalanas, con las que comen del mismo plato, por ser suaves. ¡Si todo ha resultado un mar en calma chicha durante el último trienio! Y asombra por completo que no comprendan la maravillosa diversidad de opiniones, de pareceres que se antojan un fantástico ejercicio de democracia continua y participativa. Todo el mundo aporta su parecer y si lo hace libremente, con argumentos y perspectiva, enriquece la trayectoria de tan desmesurada, exagerada entidad.
Pero no, no se sienten queridos, apreciados, ensalzados y por eso llega el cuarto apellido a quemarse en esa hoguera de las vanidades, para construir un nuevo relato, seguramente radicalizado, que consiga minimizar la disidencia y haga comulgar a la opinión pública con auténticas ruedas de molino. En lugar de gestionar tranquilamente, de servir a la causa y no servirse de ella, les da por aspirar a un lugar en la eternidad, dichosa manía, a dejar huella solemne aunque entrañe gravísimo riesgo. Les ha dado por construir un nuevo estadio y no pararán hasta que lo consigan, apelando al discutible discurso de un Camp Nou vetusto, con la memoria capada para no recordar las lecciones de la historia ya vividas. Si con cincuenra años hay que cambiar el estadio, por idéntica regla de tres, por favor, derroquen la Sagrada Familia, que suma un siglo en construcción, no es fiel al original y Gaudí, encima, no dejó planos completos dedicados a guiar por dónde seguir la idea del genio. No, se meterán en un jardín de 600, 800 millones al grito emocional de querer ofrecer al socio lo que merece sin reparar en los quince años de travesía por el desierto que comportó la construcción del actual estadio, capaz de triplicar el presupuesto inicial y dejar a la entidad al borde de la bancarrota, condicionando brutalmente el recorrido deportivo y social durante larguísimo tiempo de sequía. Hasta hace cuatro días, el verbo oficial consistía en decir maravillas sobre la obra del arquitecto Mitjans. Ahora, es un desastre con aluminosis, nada como el interés para argumentar cualquier discurso, por peregrino que resulte.
Demasiado nervio, Martí, excesiva comezón que no se corresponde con la realidad del momento azulgrana. Por supuesto, eternamente existirá el interés contrapuesto entre quienes ostentan el poder y quienes desean arrebatárselo con la pretensión de perpetuarse en él, pero no haría falta expresar esa agitación directiva de manera tan evidente. Será que pretenden desmarcarse, sin que nadie se lo pida, de la mayoritaria percepción de haber gobernado la primera mitad del mandato en inercia, en punto muerto y de bajada gracias a la herencia recibida. Precisamente, lo que les sienta como las dos pistolas al santo, en definitiva. Cambian al de comunicación en espera de reconocimiento. Al paso que van, pueden seguir esperando.
Lo dejo aquí, con el pronóstico de que las relaciones entre el mensaje oficial y los francotiradores que van por libre, haberlos, haylos, se va a radicalizar de manera exponencial en los próximos meses, mal augurio, pésima señal. Un abrazo y cuídate de los primeros fríos.
Poblenou, el medio es el mensaje
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Foto: EFE
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