Mi querido amigo:
Lo de anoche escuece, vaya si escuece. Sobrecoge el recuento final, ese 7-0. Dau al set como homenaje involuntario al grupo innovador de los Brossa, Tàpies y Cuixart, creadores de ese movimiento artístico aún vigente en su radical modernidad. El dado rodó para arrojar un imposible siete. Siete como el que te desgarra el pantalón en el peor de los momentos, a punto para el encuentro público donde esperas algo relevante, una mejora en tu vida. Seven, en recuerdo al tremendo thriller de Brad Pitt y Morgan Freeman. Un set no es en catalán manga de partido de tenis, sino siete, número cabalístico de la suerte ahora reconvertido en cifra de oprobio, vapuleo generador de inaplazable reflexión. Se impone el zurcido fino porque jamás vio el club circunstancia similar en competiciones europeas, él, que las ha jugado todas y siempre. De repente, se han derrumbado un buen montón de convenientes tópicos y frases hechas, habrá que reinventar el lenguaje, será necesario arremangarse a la voz de ya.
Esto, Martí, no cabe en el fin de ciclo, ni otras lindezas terminológicas del metalenguaje deportivo en boga. Esto no admite excusa ni parapeto en lesiones, limitaciones físicas o estados de forma inadecuados. Cae en la inapetencia por falta de nivel competitivo. Después de visto, que diría el amigo Azkargorta, todo el mundo es listo, pero el paisanaje no admite dudas en su firme diagnóstico de hoy, exigencia posterior al enfado con sobrada lógica. Hablas de reset, sin ir más lejos. Otros referentes apuntan con el dedo a relajación de las costumbres conocidas, a escaso deseo de sacar casta, orgullo y talento de paseo a fin de evitar esta hecatombe. Incapacidad evidente, quedarse corto y lejos. Y ante el meneo, ya no vale la paciencia, tampoco el agradecimiento por el palmarés logrado, ni siquiera apelar al fatalismo tradicional de la entidad. No hay pesimismo que valga, se exige reacción porque no había para recibir tanta estopa, ni para knockout tan sonoro como el propinado por las huestes bávaras. Por no consolar, ni siquiera consuela la próxima consecución de la liga, reconquistada estelarmente en invierno y que suena con sordina llegado el momento de alzarla. Tampoco alegra el batacazo del adversario, aunque las cuitas sobre la continuidad o espantá de Mourinho monopolizarán el escaparate hasta que caiga el telón de campaña, con lo que resultará más cómodo trabajar a la sombra del Camp Nou, quien tenga deberes pendientes. Tres personas, ya sabes: Rosell, Zubizarreta y Vilanova.
Transcurrida una sola noche desde este peculiar Waterloo, ya se advierte por dónde irán los tiros propinados desde influyentes altavoces de comunicación. Se resumen en un nombre, el de Neymar, el espantajo donde distraer la atención y sembrar ilusiones. Otros insistirán, presionarán en la necesidad de seguir el hábil consejo de Cruyff cuando advertía que el dinero debe estar en el campo y no en el banco (y menos hoy día). Y de aquí hasta el cierre de junio, valdrá la pena seguir las reacciones del barcelonismo en cada cita del Estadi. Por lo visto, parecen dispuestos a resucitar viejas, eternas banderas de tirria personalizadas en diversas dianas, divertimento olvidado durante la última década o casi. A Cesc, sin ir más lejos, le tienen enfilado, sin que sobren motivos para ello. También Alexis parece en el disparadero y otros que fueron aplaudidos por su entrega, perseverancia y sudor, ahora pueden recibir silbatinas precisamente por ello, por esos valores que tapan otros de mayor enjundia como el desbordar al contrario, si hablamos de extremos, meterlas dentro sin misericordia, caso que nos centremos en goleadores venidos a menos, o el pertrecharse atrás con contundencia, en materia de zagueros. Se ha perdido el gen competitivo, el sentido vertical, el libro de estilo y el mordiente, entre otras cualidades, y a nadie le parecerá injusto reclamar su reaparición en la oficina de objetos perdidos tras un tiempo de cierta condescendencia. Ahora, ante la queja, no se puede replicar mostrando la hoja del palmarés reciente porque, tras lo del Bayern, será visceralmente cierto que agua pasada no mueve molino.
Descarta el análisis extremista, Martí, ojo, no se trata de eso. Nadie romperá el carné ni sacará el pañuelo, que ningún culé desea cambiar el coche y malvenderlo, convencido como está de que le queda al motor un montón de kilometraje satisfactorio por realizar y no conviene pagar el capricho de estrenar, que no están los tiempos para alegrías infundadas. Piezas, nuevas ruedas, mejores accesorios, capa de pintura y modernización del sistema informático interno en exigencia, además de acertar plenamente en los recambios bajo sospecha, tardía, eso sí, de que el paso por el taller debía haberse realizado antes. Exceso de confianza, llámale dormir en los laureles, ampárate en que ningún síntoma del auto hacía presagiar el gripaje de la maquinaria. Sea cual fuere la respuesta que más convenga, ahora resulta inaplazable su solución, incluido el pago del desgaste sufrido. Erosión de mecánicos, si me permites la licencia. El amo de la franquicia, el comercial del despacho intermedio y el que atiende a la clientela sólo tras pasar la puerta. De repente, se han arrojado un montón de dudas que precisan resolución sobre tres expertos a punto de picota: Rosell, Zubizarreta y Vilanova, a quienes ya nadie llamará cercanamente Sandro, Zubi y Tito; se acabó el tuteo y la palmadita cómplice en la chepa. Renovarse o morir, decían los solemnes clásicos. Examinarse ante el tribunal para sacar nota, diríamos de manera pedagógica, ahora que el grado de confianza en el citado trío ha sufrido un severo retroceso.
Bien, Martí, sin extremismo en la exigencia de un cambio total. A 30 de junio, esa plantilla hoy en entredicho constará de 30 miembros, una exageración, y disentimos del presidente cuando postula postergar decisiones hasta finales de mayo. No es necesaria la revolución, nadie la pide desde el sano juicio, pero conviene mover pronto buen número de peones para no dar la sensación de partida aburrida camino de las tablas, previas al abatimiento. La gente espera un buen puñetazo sobre la mesa en gesto de rebelión sin destinatario ni acusación concreta. Ni se pide jubilar a nadie, ni guillotina en plaza pública, pero si hace falta despedir a consagrados, a suplentes sin protagonismo, se hace y punto, así de tajante anda el nervio actual. Y mucha imaginación si falta dinero, cierta osadía y acierto en las apuestas por realizar. O se logra o el director técnico y el propio entrenador quedarán en entredicho, muy erosionados antes de iniciar la 2013-14.
Siempre hemos sostenido, amigo, que el Barça se distingue por quedar clavado entre el último partido y el próximo, sin mayor perspectiva desde esa peculiar atalaya, meollo del que nunca sale. Por tanto, liga ganada en invierno al zurrón y no esperen triunfales cabalgatas ni enormes celebraciones por ello. Se hizo el trabajo en un frente antes de que cayera la del pulpo en otro justo cuando más listo y presto debes mostrarte. Las tareas, inaplazables. Un montón de deberes, parada en el taller.
Aquellos siempre dispuestos a alegrarse por las penurias ajenas, más vale que envainen el sable y el sarcasmo. Las dos superpotencias, únicas, de este futbol nuestro no andan, precisamente, para fiestas, no es tiempo para ver la paja en el ojo ajeno, visto y comprobado el grosor de la respectiva viga con la que les tocará faenar. Por un tiempo, dejen unos y otros de meterse en casa ajena para barrer la propia. A fondo.
Ya ves, ironía con las fechas. Primero de mayo, día de Sant Jordi. Más bien, unos y otros parecen vivir en celebración indeseable de un dos de mayo que se les prolongará hasta la próxima pretemporada, tiempo de renovar ilusiones como manda. Qué cosas. Bueno, pero el 7-0 tampoco entraba en los pronósticos y ha acabado por generar esto. Tampoco el Borussia parecía rival. ¿Y a quién consuelan hoy las odiosas comparaciones? Un abrazo y aprovecha el solecito.
Poblenou, a la espera de un zurcido fino
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Manu Fernández (AP)
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