Benvolgut Fede,
Me hablas de Brumel y eso es hablar del ídolo en mayúsculas. Ya no veo nada más que al gran Valeri. Lo del Dios alado debieron inventarlo tras verle saltar. Fíjate en un detalle: ¡caía sobre arena! Desde casi 2,30 de altura, directamente a una montañita de arena. Eran los 60 y aún no se había inventado la colchoneta para saltadores. Peor los pertiguistas, claro, que ya volaban bastante y también se iban al suelo, irremediablemente.
De Brumel no me resisto a mostrarte dos fotos que son más que curiosas. En esta primera puedes verle poniendo su pie dentro del aro de baloncesto a 3,05 de altura. Ya ves cómo mantiene estirada la pierna derecha. Es tremendo. Al alcance de muy pocos…
La segunda tiene mucho regusto histórico. Esta caído sobre la arena del foso del estadio olímpico de Colombes, en París. Es el 3 de octubre de 1965 y Brumel ha terminado su competición. Como ocurre siempre, con tres saltos nulos. Esa es una peculiaridad bastante amarga de los saltos verticales: por más que saltes y logres subir y batir tus marcas, siempre acabas derribando tres veces un listón, el último. La altura (y la pértiga) tienen un componente amortiguador de la euforia. Son como la vida, en realidad. Puedes conseguir mucho, pero nunca todo. Bien: ahí está Brumel, fatigado, posiblemente triste por ese derribo final. No sabe que será su último gran salto porque tres días después sufrirá en Moscú el gravísimo accidente de moto que relatas en tu anterior carta. Ya ves: menuda foto.
Aquí también hemos tenido un día precioso en el que me ha ocurrido algo curioso. He ido a la presentación del libro de Alfredo Relaño “Nacidos para incordiarse”. Era una presentación-comida. Como yo soy poco de ir a cosas, ya me sorprendió un poco lo de la comida, pero he ido porque Relaño me cae bien desde siempre. No puedo decir que sea amigo y, de hecho, hace 30 años que ni le he visto. Ya sé que con lo del Villarato, las valoraciones sobre él han cambiado, sobre todo en la ciudad que habitas, que no en la piel. Pero decirte que no me creo demasiado que se crea lo del Villarato, aunque prefiero aparcarlo aquí, no sea que reaparezca. A lo que iba: que he ido y me he ido. Que he llegado al restaurante y la cola llegaba a la esquina. Y ya sabes que sieso, soso y poco de fiestas, así que he pensado que ya me leeré el libro, que seguro es una maravilla: la rivalidad histórica Barça-Madrid, qué te voy a contar a ti, experto en Samitier y Di Stéfano.
Por hoy me despido desde Can Villa y Corte, a la espera de tus noticias sobre la globalización, que igual mañana tengo también alguna para ti. ¿Óscar García Junyent? Pues ya ves.
Madrid, jueves, 23 de febrero de 2012
Epistolario:
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