Mi querido amigo:
Tiempo de casquería fina, Martí, eso que antes hallabas en el mercado del pueblo, del barrio, y ahora, desde que nos subieron al primer mundo, ya no queda bien meter en plato. Sesos, tripas, vísceras y menudillos varios aplicados a la actualidad esperan la llegada del sábado, última jornada de la cosa, entre puras evidencias. La primera, que don Albert Einstein hubiera tenido que añadir a su proclama sobre el universo y la estupidez humana la capacidad de sorpresa como tercer elemento infinito, inacabable. Nada ni nadie me explicará en papel o tertulia a qué ciencias empíricas podríamos achacar el bajón de culés, colchoneros, merengues, incluso sevillistas y pericos, cuando tocaba dar el do de pecho, el porqué de tan peculiar hundimiento emocional y de rendimiento. Supongo que habrá distancias y diferencias entre las tropas citadas, pero resulta evidente que les ha dado un buen telele en cuanto se clasificaron para el gran objetivo o al ver salir el morlaco de toriles, que eso de la hora de la verdad anda ya muy gastado. En cambio, por aquí, por la costa, se impone hoy el asalto por la calle al grito de “convénceme de que ganaremos la liga” y en cuanto advierten que la ceja se te enarca a la Ancelotti en señal de duda se ponen a bramar y te denuncian coléricos por mal barcelonista. En eso sí compro que andamos crispados por estos peculiares pagos. Nadie, absolutamente nadie, deja de lado el pálpito de estómago para analizar opciones, diáfanas y evidentes realidades, a base de accionar la materia gris. Para empezar, venga dar la paliza con el supuesto merecimiento de la liga como premio al futuro campeón. Que si este no la merece por perdonar, que aquel no la merece por despistarse…
Quien vence en tan larguísimo torneo ha sudado lo suyo para dejar atrás cualificados aspirantes en mayor o menor número. Harina de otro costal sería que alabáramos la comparación entre presupuestos, porque aquí y ahora uno con el tercio de parné y posibles se ha subido a las barbas de dos superpotencias. Pero no. Dale con la manía del merecer. Y dale con la obsesión de los pronósticos favorables, por supuesto, a tus hipotéticos colores, como si los periodistas tuvieran por fuerza que implicarse en la tarea, ser parte de esa envilecida información sesgada de camiseta y bufanda que tanto detestamos, como si ese y no otro fuera su cometido. Si algo define al fútbol español y su periodismo de estómago y estomagante son esas ganas de actuar como multiplicador de sensaciones, altavoz y generador de corrientes de opinión con vuelo gallináceo, de alinearse en la melé en lugar de optar por las preceptivas distancias.
En radical evidencia, por lo que concierne al Barça, el coco va por su lado y la entraña visceral, a su aire. Despachemos rápido la última. Sí, claro, en fútbol puede pasar cualquier cosa y a un partido, vete tú a saber, no hay bola de cristal que pueda acertar en el pronóstico ni oráculo infalible, de aquí que disfrutemos tanto de este invento. Talento, les sobra y damos por seguras las ganas de atizarle al Atlético tras cinco lances sin ganarles. Una final, sí, y como tal la afrontarán. Si se pierde, tsunami en horizonte, cabreo mayúsculo del personal decidido por sistema a sentir apasionadamente, en extremos. Si ganan, ay, ya empezaremos con la cortina de las distracciones, la contemporización y la maniobra. Lo que no distingue el seguidor –ni le apetece reparar en ello, mucho nos tememos– son las múltiples señales, avisos y alertas diseminadas aquí y allá a lo largo del curso y que merecen ser repasadas con atención e igual deseo de solventarlas tan pronto como caiga el telón. O sea, domingo, a poder ser. Menudo año, sí. Las fuerzas mediáticas afines a los dirigentes azulgrana lo plantean a la manera de argumentos decisivos, de enorme peso, cuando no pasan de vanas excusas. Para empezar, van tarde en la renovación, ellos y Zubi, van dos años tarde en la tarea. Para seguir, ficharon lo que no debían, a uno por capricho sobre el césped y a otro por capricho para el banquillo. Tan aleatoria fue la decisión que el buen hombre metido a entrenador en banquillo de fuego ha acabado por reconocer entre líneas que este jaleo le iba cuatro tallas grande.
Y no por la presión del entorno, como nos quieren hacer creer, sino por cuestión estrictamente profesional. Antes de los turrones, Martino ya vio claro que sus subordinados pasaban de él, no le admiraban, ni confiaban ni le temían. Por tanto, los últimos meses han resultado baldíos y con el barcelonismo in albis, engañado de la realidad que se cocía. En lugar de progresar camino del clímax, han ido retrocediendo hacia la casilla de salida y hoy, aunque resulte impopular sostenerlo, cuesta imaginar que algunos de esos mozos se hayan reservado de cara al mundial, tal como reza el dardo venenoso que les quieren tirar, porque llegan a él hechos unos auténticos zorros, irreconocibles en estado de forma y rendimiento. Si su seleccionador de turno les resucita y rinden de manera acorde a su nivel, puede resultar algo semejante a un prodigio. Lo han visto en Valladolid, en Elche, ante el Getafe o el Valencia, no dan ya para más, se les acabaron las opciones, el fuelle, los recursos tácticos de antaño, la confianza y tantos otros factores que han convertido a este Barça en materia irreconocible, en comparación odiosa ante su propia imagen reflejada en un espejo no tan pretérito.
Y el domingo deberían pararse a reflexionar, con o sin premio en el bolsillo. Si pierden, ya nos conocemos, les faltará tiempo para confirmar al nuevo entrenador y anunciar un par de fichajes rutilantes. Si ganan, sacarán pecho un ratito y podrán suavizar el vendaval. Se equivocarán en ambos supuestos porque llueven ya las constantes muestras de que aquí está pasando algo grave. Por ejemplo, Víctor Valdés, que se larga a proseguir con su rehabilitación sin esperar siquiera al final, dolido en el alma por la falta de reconocimiento hipotéticamente sufrida, sin recibir siquiera el homenaje a los méritos contraídos por servicios prestados. Por ejemplo, Mascherano, imponente siempre en el reflexionado mensaje, incapaz de dar un paso sin meditarlo y que explotó el domingo en maniobra calculada para denunciar lo mal que se está gestando la renovación, la revolución o lo que sea que lleven entre manos, si es que saben lo que llevan, que esa es otra y bien grave. Con el Jefecito se ha producido una de esas tozudeces propias del actual gobierno azulgrana y acólitos periodísticos, consistente en colocarle en Nápoles desde hace un montón de tiempo sin que, seguro, nadie se haya dirigido al interesado para preguntarle cómo se sentía al respecto. La semana pasada, entre asados y celebraciones, transcurrió pródiga en rumores, nunca expresados bajo luz pública, de mal ambiente en el seno de la plantilla, con algunos jugadores que se han borrado del vía crucis gracias a oportunas lesiones que han tardado, y tardan, horrores en sanar. Mal rollo, muy mal rollo. Decía Dante Panzeri que, por simple reduccionismo y resumen final, al fútbol se puede jugar bien o mal, prescindiendo de tácticas, charlatanerías y otras excentricidades supuestamente sofisticadas a las que tanto nos gusta recurrir. Al fin y al cabo, es un simple juego de niños, no ha perdido la esencia. Pues bien, dicho lo cual, quien vea ahora a este Messi y recuerde al Messi acostumbrado concederá que no se parecen en nada. Este no es Messi, que me lo han cambiado, clamaría el clásico. Apenas nadie en su sano juicio puede alegar ya, incluso denunciar como pretenden, que el astro ande reservándose para altísimas cotas mundialistas. Quien se merendaba leones por sistema, ahora está por mojar mendrugo en la sopita, a ver qué psicólogo arregla este bajón depresivo en cinco semanitas de nada.
El caso, Martí, es que sabemos a ciencia cierta que viene de lejos y no pueden ya demorarlo más. Han caído con todo el equipo y, en flagrante contradicción, pueden ganar la liga sin que una cosa deba tapar la otra, sin que se distraigan, queriendo o sin querer, con las hojas en lugar de afrontar el análisis del rábano en toda su complejidad, que es mucha. Cuando oyes que la directiva quiere a Courtois y el director técnico se niega en redondo, cuando vuelve a salir el pesado de David Luiz a palestra por una barbaridad de dinero sin que nadie dé el paso de afrontar responsabilidades, señal de que se anda dando palos de ciego, sin criterio definido, en huida hacia delante por falta de objetivo, de proyecto, de agallas para llevarlo a cabo de la manera más profesional posible y sin compañeros de viaje que te dicten paradas y fondas según su puro capricho, como hacen aquellos medios, dos en concreto, convencidos de que marcan la línea a seguir de tan voluble directiva. El problema del Barça ya no es la nostalgia hacia los tiempos gloriosos personificados en Pep Guardiola, no. El verdadero problema aparece al comprobar que esto se ha venido desmoronando durante otro año más y, a pesar de ello, son tan buenos futbolistas que han disimulado el naufragio hasta que les hemos visto ya con el chaleco salvavidas puesto. Ahora no queda más remedio que actuar, con liga o sin ella, que será, simplemente, como tomar el café con azúcar o amargo. El problema radica en la confianza hacia los directivos y en lo pesados que también se han puesto los periodistas en connivencia cuando les rinden servicios tapándoles a diario las vergüenzas, venga con maniobras de distracción, venga con repartir carnés de buen o mal barcelonista, dale que te pego en el empecinamiento de usar corazón y estómago donde únicamente debería primar la cabeza. Si eres el Barça y no ganas, estás haciendo las cosas mal, sencillo dogma de fe que vale para todo, para cualquier sector profesional, excepción hecha del futbol, donde aún te pueden engañar diciendo que pensar, caca.
En fin, esto es lo que hay, tremenda expectativa para ver si resucita el moribundo. Bueno, sí, la historia sagrada, la literatura universal y el realismo mágico, si mucho nos apuran, rebosan prodigios y milagros. Pero esto, lo expresado, es lo que hay, ustedes mismos. Un abrazo, querido, y a disfrutar de la primavera.
Poblenou, sin bola de cristal
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Foto: Manuel Lorenzo (EFE)
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