E-pistolario: Caro de comprender

por el 21 octubre, 2014 • 14:15

B

Querido Martí:

Coloquemos ya la tirita antes de herirnos: ando hecho un nudo, sin comprender tan enmadejado asunto, sin la información suficiente para opinar y forjar un criterio propio, que no es conveniente quedarse con la parte visible del iceberg, ni dejarse llevar por vanas intuiciones hacia arriesgados posicionamientos. Ni siquiera consigo transcender este estado de estupefacción empática, nada me cuesta confesártelo, a propósito de los 23’2 millones que Laporta y siete directivos de su equipo deben avalar por sentencia ante la que ya no cabe recurso. Si alguien quiere profundizar en el lío, que busque otras fuentes donde saciar su curiosidad con el debido contenido, con núcleo, trayectoria y detalles del affaire. Aquí, hemos entendido poco, pero es evidente que se arrastra el tema desde los famosos y dichosos ocho días de gestión perteneciente a Gaspart cargados a la nueva directiva entrante en el 2003. Al respecto que nos ocupa, los hay que ven teorías conspiranoicas en cualquier doblez de este peculiar episodio, no faltan quienes adjudican las decisiones de este momento a los Amos del Universo, al Club Bilderberg, a las manos negras de imposible paternidad y procedencia. Resulta evidente que este duro castigo en forma de sentencia inapelable sienta peligrosa, caprichosa jurisprudencia y amenaza con ampliar aún más el fuego de trincheras cruzado entre los ismos del barcelonismo durante los últimos años, ejércitos formados por distintas e irreconciliables cuñas de la misma madera, gente que se lanza al asalto de la yugular ajena por simple deseo de revancha, sin siquiera reparar en la consecuencia de sus viscerales actos. No parece demasiado normal que tanta gente que ha pasado por ahí, por esos despachos, capaz de hacer y deshacer a voluntad bajo sospecha de llenarse bolsillos y abrir suculentas cuentas en paraísos fiscales gracias a la montaña de pasta que mueve este negocio hayan acabado de rositas, impunes, felices de la vida y sin necesidad siquiera de esconderse porque siguen repartiendo cátedra con la visibilidad acostumbrada mientras otros pagan el pato de números rojos surgidos, cuando menos, de la muy arbitraria colocación de partidas y números en las cuentas de explotación. Como escribía hoy mismo un maestro del análisis al que no citaremos por no comprometer: “No me hagais creer que es casual que no les haya ocurrido nada a quienes arruinaron al Barça y se persiga a quienes le condujeron al éxito”. Imposible expresarlo mejor en breve concepto.

2’3 millones de euros por barba resulta una bestialidad de dinero cuando es tuyo, perogrullada expresada para resaltar la alegría con la que nos dedicamos a versar sobre cantidades ajenas. Sobre todo, cuando se trata de fútbol, presupuestos y cifras de traspaso. Que te los exija el juez si te has limitado a trabajar por la causa debe parecer el colmo de la injusticia. Si te has metido a fondo en los turbios manejos, pase, pagas por tu atrevimiento, por saltarte las leyes, pero aquí subyace algo que no termina de cuadrar. Los impunes se largaron y nadie investigó sospechas, manejos, ni hizo caso de rumores. A éstos, de reconocida posición ideológica, los han acabado por crujir como si ahora debieran pagar el precio de su arrojo, la factura aplazada por ser como son y fueron y lograr, sobre todo, el éxito desde otros parámetros distintos a los preconizados por el establishment, ese statu quo que siempre obliga a jugar el juego según sus peculiares reglas. Las leyes del poder, las únicas que valen. Y falta aún otro tremendo trago por trasegar, el de la acción de responsabilidad, otra morterada de dinero en litigio reclamada a esa cuadrilla que entró a caballo en el Palacio de Invierno y montó su peculiar revolución, en principio tolerada porque no quedaba otro remedio, hoy transformada en aviso para navegantes. Quien osa cambiar los esquemas, quien promete ‘fuego nuevo’ (‘foc nou’ era la idea, empezar de nuevo, de manera distinta) acabará cazado, derribado por su desfachatez y atrevimiento a la hora de pretender dinamitar los esquemas lampedusianos, si osa a ir más allá de retoques puramente estéticos. Largos tentáculos invisibles del poder, historia de la vida. Da miedo, produce escalofríos, máxime al comprobar que resulta imposible recabar toda la información necesaria para llegar a forjar conclusiones imparciales, sin apasionamiento ni tomar partido por alguno de los bandos en litigio.

Que son bandos a los que ni siquiera interesan los matices, reducidos siempre al blanco o negro, conmigo o contra mí, Martí, y no cabe otra definición para quienes disputan esta larga y soterrada guerra de intereses y visiones antitéticas del barcelonismo, un sentimiento capital, decisivo en este territorio donde escribo, que cada cual quiere dominar e imponer según su parecer, que desea hegemónico, arrimado definitivamente hacia su manera de plantear el pensamiento único. En tal línea funcionó el sábado esa representación, cercana a la farsa, de apariencia pseudodemocrática llamada asamblea de compromisarios, donde Bartomeu ofreció un completo recital sobre cómo capear problemas, errores cometidos y situaciones pantanosas a base de negarlas dialécticamente, por sistema, sin empacho y sin entrar en honduras. Que no, que no existe y punto. Ya conocemos la tan sobada sentencia de Goebbels sobre las mil mentiras repetidas hasta producir una verdad convertida en corriente de opinión y no vale aplicarla aquí por tremebunda para el caso que nos ocupa. Aquí se trata de borrar incluso las evidencias, limpiar cualquier rastro de error, de pésima gestión, de mediocridad, de tecnocracia errónea aplicada al fútbol para perpetuarse en el poder, para salirse con la suya, para dar la impresión de que el panorama es inmejorable, la vida es bella y la felicidad completa no conoce siquiera un paso más allá de donde estamos situados justamente hoy y aquí si es que hablamos del Fútbol Club Barcelona. A Bartomeu, cobijado bajo esa piel de cordero que desprende su comunicación no verbal, le das la secretaría general de la ONU y acabaría de modo automático con guerras y conflictos, desmanes y hambrunas, plagas y humanos problemones. Le bastaría con ignorarlos, con borrarlos del mapa gracias a su goma Milán de prodigiosos efectos. No pasa nada, estamos al cargo y todo va como una seda. Lo hacemos de coña, convénzanse. Y quien opina lo contrario, debería ser enviado a una reserva por resentido, por restreñido, por incapaz de sentir y reconocer esa plenitud que nos embarga. Los heterodoxos son raros por definición. Confien en la ortodoxia, dennos seis años más de margen y continúen así, en la inopia, hasta que culminemos la remodelación del estadio, la completa metamorfosis de una entidad que cogimos en blanco nuclear y habremos transformado en irreconocible negro azabache cuando nos toque despedirnos. Por volver a las teorías conspiranoicas, les ampara el poder. El Poder, en mayúsculas, ése que tanto tememos los mortales comunes, ése que nos podría borrar de un plumazo sin que nadie pudiera siquiera plantearse una sola interrogante al respecto. Jo, no somos nadie, Martí, qué apuro.

Y en lo deportivo, por acabar brevemente en la tercera pata de esta silla que nace coja, todo es clásico, imperativo mandato de las reglas del mercado. Y todo es trío de delanteros a estrenar, presuntamente, en Chamartín, sin ir más allá, sin reparar en si el rey va desnudo o maravillosamente vestido conforme a su estatus. Hay que consumir clásico, hay que elevar expectativas y todo vale para ello, para redondear su vacía grandilocuencia, para contentar las necesidades primarias del personal. No importa que este Barça de Luis Enrique no pase siquiera hoy de simple ensayo, a riesgo de imitar lo que siempre aquí se criticó del máximo adversario: aún no juega apenas a nada, todo es pegada para maquillar carencias estructurales, se sacrifica estilo, estética, belleza en aras de lo único importante. Ganar. Lo único: conseguir los objetivos trazados, sea al enviar mensajes coercitivos a los disidentes, sea al presentar realidades paralelas para consumo masivo desde el poder, sea para alimentar el circo ante el periódico encuentro de superpotencias futbolísticas. Al final, llevarán razón los conspiranoicos, vivimos en Matrix y no nos queremos dar por enterados. Uf.

Un abrazo y a seguir, que no queda otra. Perseverar, decía el clásico. Reducirlo todo a tener el poder o aspirar a él de manera utópica, como sostenía el mismo filósofo no hace mucho.

Poblenou, en plena desconfianza

* Frederic Porta es periodista y escritor.


– Foto: El Periódico




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