"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Mi recuperado Martí,
Mientras doblaba el espinazo admirativo ante el Zaragoza, como las cerezas del frutero, surgió el deseo de explicarte mis sublimaciones valencianas. ¿Sabías que corre sangre ché por mis venas? A mansalva, además, nada de juegos baratos a propósito de la sangre de horchata. Bueno, un poco fallero sí soy, reconozco. Sueltan maldades sobre la escalera de subida o bajada a propósito de los gallegos, pero peor resultan los paisanos en tierra de mis ancestros. No hay cristiano, ni moro, que les entienda, soltado quede con cariño reverencial. Verbigracia: Camps y la Vuitton. En fin, dejémoslo.
Martí, nada, que deseaba charlarte sobre Waldo Machado da Silva, uno de los delanteros menos reconocidos en la historia de este fútbol que se comerá la bancarrota cualquier día de estos. Pedazo de goleador, el brasileño, pero como a todos los de esa tribu levantina, le faltó incluso el reconocimiento de su propia gente, dispuesta por carácter atávico a criticar la paella más redonda. A la que no le sobra sal, le falta garrafó. A la gloriosa de mariscos, nada, que no lleva moncheta. A la pluscuamperfecta, caña, que allí se reparte estopa a cuanto se menee, son así de exigentes para según qué cosas. De eso, Emery nos haría una tesis doctoral, seguro. Total, que Waldo era un figura de los 60 y ahora, como a Wilkes, a Puchades, a Claramunt, a tantos, apuesto que también se los ha comido el agujero negro de la desmemoria, por desgracia. ¡Cuán injusta es la amnesia de las aficiones! Venga con el último partido y el siguiente, no hay sitio para más. Pues si, haylo y debe existir. Que no sólo Marito Kempes merece puesto en su Olimpo, no fastidiemos. Antes brotaron unos cuantos: Mundo, Mañó, Quincoces, los ganadores de viejas Ligas y aquella tropa campeona doble de Ferias para quitarse el sombrero: Mestre, Sol, Vidagany, Pepe Claramunt, Poli, Sánchez-Lage, Paquito, Roberto Gil, el fantástico Vicente Guillot, Tatono, Abelardo… Me paro en puertas de los 70, que nos darán las mil si entro con Valdez, Bonhof, el bueno de Dani Solsona o las anécdotas de Adorno, aquel que proclamó abuela nacida en Celta de Vigo cuando arreciaba el escándalo de los oriundos. Y se quedó tan ancho, el menda.
Waldo era una maravilla capaz de acallar Mestalla, imagínate, cuando se disponía a lanzar falta directa en el balcón del área. Como en misa, aguardaba la parroquia el desenlace. Y el brasileiro las ejecutaba delineadas, con su rosquita, su colocación y su ángel, lejos, bien lejos de donde aguardaba el arquero, pobrecillo, resignado a su suerte. Líder, alma y buena gente, le cedieron para algún homenaje en Barcelona y aquí, los mayores, suspiraban por un fichaje que nunca conseguirían. Fíjate qué casualidad: Waldo Machado da Silva, no confundir jamás con la estrella del Flamengo, Walter Machado da Silva, conocido por su segundo apellido sobre la cancha, a quien colocaron los suyos cercano en nivelazo a Pelé y generó la parábola del chófer negro de Enric Llaudet, uno de los presidentes con personalidad más fascinante que haya tenido el Barça, echao p’alante huérfano de fortuna.
Waldo, bragado, pétreo, costó una burrada justo antes de cerrarse las fronteras, aunque amortizó hasta el último céntimo de la operación en nueve o diez temporadas de postín. Incluso ganó el Pichichi, ese magnífico clavo ardiendo para alcanzar la posteridad. Con la afición al fútbol que existe allí, tal vez la de mayor densidad, vehemencia y grado de exigencia -ríete tú del Barça-, lamento esta percepción de mostrar cierto amor olvidadizo y selectivo a los grandes que defendieron tan excelsos colores. Y mira que han agrupado monumentos colectivos, onces de rechupete. Pero parecen Fallas quemadas en una Nit del Foc, volátiles, provisionales, flor de verano.
Waldo resultaba tan representativo de aquella Valencia como los teatros de Ruzafa, las torres de Serrano o el cauce del Turia. Me admiraba su ascendente: Tuvo a un hermano, Wanderley, jugando en… ¡el Levante!, imagino que por deseo de fastidiar entre granotas y chotos, como mandan no sé qué cánones locales. Y, como se escoraba a la derecha, dejaba la posición clásica al bueno de Ansola, ariete también en el Betis y la Real Sociedad, eternamente vituperado por su estilo torpón. Eso sí, de vez en cuando, te metía uno con la testa que ni San Sandor Kocsis, el eterno patrón de esa suerte, lo hubiera igualado.
Ya ves, Martí, qué héroes crean las impresiones infantiles. Y qué fatal coincidencia: Quería hablarte de esa singular, prometedora, futura dama del jazz, la catalana Andrea Motis -a quien adoro- y el día se me ha ensombrecido con el traspaso del enorme Lucio Dalla, de quien siempre guardaré a flor de labios el estribillo de Gesúbambino: “E ancora adesso que gioco a carte e bevo vino, per la gente del porto mi chiamo Gesúbambino…”. No sé pueden expresar mejor los afectos sociales de larga trayectoria. Dalla ponía el vello de punta. A un creador no se le puede pedir nada más.
Porca, brutta gripe. Acaba con ella. Ya.
Mestalla, viernes 2 de marzo de 2012
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