Mi querido amigo:
Mal empezamos si confieso que se me pasan las ganas de escribirte por culpa de la escandalera montada aquí. No veas, qué guirigay, por mucho que todo nos parezca evidente. Pura crispación. Y da la sensación de que, dado el insufrible grado de ruido y de la inmensa cantidad de material estéril sobrante, la voluntad personal de aportar algo más al debate blaugrana resultará tan banal y desaprovechada como un centro de Alves. El Barça, ausente de semifinales por vez primera en siete años, y con eso te lo digo todo. Da para repasar la frase a fondo, en enjundia y rebosante contenido: seis años y al séptimo, adiós. Otra del mismo corte: cinco partidos ante el monolítico Atlético de Madrid, ninguna victoria. En sinónimo, tropezar de nuevo en la misma piedra sin echar nada de energía y voluntad a saber cómo evitarla, superarla, igualarla. Si hubiera justicia poética en esto del balón, deberíamos darle ensayo al cholismo, teoría y lustre para una perfecta simbiosis entre personaje y personalidad colectiva de lo colchonero, y, en cambio, aquí estamos de nuevo con lo culé, sin excesivo resuello, aburridos de contemplar idéntico panorama al descrito y denunciado. Nos sentimos atrapados entre corrientes de abatimiento, entre sectores que andan a la caza y captura de supuestos responsables del creciente desaguisado equivocándose a conciencia de diana y rodeados por las interesadas fracciones y personajes, sobradamente conocidos, que perseveran en su voluntad de negar la mayor para preservar sus buenas relaciones con la oficialidad, con el mando. Si les apetece, que sigan blandiendo el escudo de la mano negra, pero si les moviera un poquito cierto sentido de la justicia reconocerían que la situación muestra hondo calado y ya no valen parches, excusas o papel de fumar.
Podría alegar la presunta víctima que las últimas ausencias en portería y eje central defensivo han terminado de desmontarle el chiringuito, pero no, hay mucho más. Podría argumentar que no soporta bien la presión ajena bien arriba, ni le convienen por prescripción facultativa arbitrajes liberales, de laissez faire, laissez passer, como los que acostumbran Howard Webb o Mateu Lahoz (ay, la final de Copa). Podría sentirse cima de lo positivo para recordar que esto es un juego o mirar hacia otro lado, pero no, ya no se puede dejar correr por más tiempo. Podrían optar por otras variantes, pero insisten durante los últimos días en hacernos creer que existe una dinámica de trincheras enfrentadas, una batalla entre diversos ismos empecinados en lograr el poder cuando todo es más sencillo y natural que eso: se han hecho las cosas mal y ahora empiezan a caer facturas con apremio de pago. O las afrontas o te eliminan porque no llegas a dar la talla, aunque te siga sobrando talento. Está claro que no aprendieron la lección: el modelo del toque se imponía y prevalecía a partir de supuestos y condiciones previas. Tenías que empeñarte en la tarea como el que más, tenías que sudar igual, debías mover el balón a velocidad supersónica, no quedaba otra que actuar con hambre, ayudar en la posición, trabajar, trabajar y trabajar en muchísimos sentidos y detalles. Justo lo que está haciendo ahora, incluso con menores luces para mayor mérito de los interesados, el Atlético de Madrid. En cambio, despistan hablándonos de trincheras, dando la murga con el supuesto, hipotético carácter cainita y autodestructivo de la entidad y lo hacen, curioso el fenómeno, quienes mayor tendencia muestran hacia el mensaje y pensamiento único, olvidando que la finca es tan minúscula que aquí, nos conocemos todos. Y de sobras. Y hasta el hartazgo.
Trinchera o no, esté o no la bayoneta calada, pisen o no los callos de tantos intereses, escudos y defensas mercenarias, existen evidencias. Y hay una deslumbrante: desde la marcha de Guardiola, aquí nadie ha tocado nada, tal vez por miedo, seguramente por manifiesta incapacidad. O tal vez porque se acabaron los visionarios, porque no abundan quienes sepan planificar a medio y largo plazo. No valen excusas. Pasaron dos largos años sin que ningún hijo de vecino con responsabilidades afrontara la tarea de preparar el más allá, la revisión y mantenimiento de una nave, de un vestuario capaz de realizar la cuadratura del círculo, la culminación de un modelo propio al que se conjuraron servir por pluscuamperfecto, válido en su divino diseño, largamente anhelado. El aviso para navegantes, un orteguiano no es eso, no es eso como para avisar que la República se desviaba por peligrosos derroteros, llegó hace apenas un año cuando el Bayern ofreció un soberano repaso y tampoco nadie hizo nada. No hubo reacción ante el tremebundo susto. O sí, fichar a uno por capricho cuando la escuadra necesitaba refuerzos en otros territorios del verde, savia nueva, inversión de esos cien millones –por ahí anda ya la broma– en defensas y otros pilares que ofrecieran fortaleza y continuidad en la excelencia. El club andaba mecido en los laureles y lamiéndose las heridas existenciales generadas por algunas desgracias puntuales, lamentadas pérdidas de salud, pero la Junta no hizo nada, absolutamente nada. Repartamos responsabilidades, que no culpas. Hablamos aquí de cuestiones estrictamente profesionales que corresponden a lo futbolístico.
La presidencia de entonces y equipo directivo se empeñaron, desde el primer día, en echarse los platos a la cabeza con sus antecesores para ratificar el tópico popular, consistente en sostener que del amor al odio media apenas un simple paso. No les interesó tanto el frío análisis de la situación y de la buena administración de la simpar herencia recibida como el deseo de pasar a cuchillo a los viejos amigos. Gastaron ahí las energías y cumplen ahora cuatro años de mandato en los que cuesta hallar aspectos positivos. Pero da lo mismo: cuentan con una amplia guardia de corps entre los poderosos grupos mediáticos que se encargan de lanzar mensajes disuasorios, eximentes de cargarles con cualquier responsabilidad. Quienes deberían ser críticos e independientes por naturaleza son hoy su escudo personal, propagadores de humo que actúa como vía escapatoria. En los últimos días, por ejemplo, han contemplado la victoria en el referéndum como la muestra inequívoca de refrendo a su labor, cuando un análisis más desapasionado ofrecía variantes menos complacientes. Para empezar, apenas votó el 31 % de los socios, cifra que debería preocupar muy mucho. Vaya, será verdad que, en esto del fútbol, solo importa que el balón entre y mi equipo siga ganando. Quién dirija el meollo, se siente en el palco o los proyectos de futuro, al personal se la traen al pairo. Nada de intelectualizar, racionalizar, analizar: instintos básicos y primarios, punto. Aun así, siendo dogmático el hecho de que el poder solo convoca referendos para ganarlos y salir airoso en su deseo de perpetuarse en la poltrona, un respaldo del 72 % tampoco da para tirar cohetes, por muy democrático que sea, que lo es, no mezclemos churras con merinas.
Entretenerse con eso da igual que da lo mismo. Lo que importa es el marcador, estúpido, por situarlo en los términos de Clinton con la economía arrojada al rostro de Bush padre en campaña. Y aún peor: sobre todo, que el Madrid no gane la décima. Eso, sobre todo eso, que tendría un impacto emocional devastador sobre el paisanaje, de tan volátil pensamiento como para caer en la miseria moral ante semejante pesadilla. Que se acabe antes el mundo que el advenimiento de la décima, faltaría más. En fin, de regreso a las responsabilidades. La figura de Andoni Zubizarreta ha terminado por andar desnuda. Nadie lo midió, nadie lo puso en ningún disparadero cuando sucedió a Txiki Begiristain, el hombre que mejor rédito saca a su etiqueta de listo, e incluso pareció dar un paso al frente cuando tocó pechar con el relevo del gran ideólogo. Ahora, su cargo y responsabilidad parece limitado a soltar una retahíla de tópicos y frases hechas en el descanso de los encuentros, sin agradecer siquiera a las televisiones que le hayan convertido en famoso sin mérito contraído ni guión o personalidad diferencial. Un director deportivo convertido en portavoz analista del juego de su propio equipo, ya ves, qué tontería, bien pensado. Fue una broma lo del central de eterna tardanza. Ahora ya no. Ahora se ha caído con todo el equipo entre dimisiones amagadas, evidentes limitaciones y algunos deslices, como el de tragar con un entrenador impuesto por el ausente presidente que aún mueve los hilos. Y así llegamos a Martino, recibido en Barcelona de buen grado, sin rechistar, sin problema alguno, agradable en la epidermis por su dominio de la oratoria en sala de prensa y hoy, ya repudiado por fehacientes muestras de limitación manifiesta para el ejercicio del cargo. No todo el mundo vale para ese banquillo porque, por encima de todo, hay que estar preparadísimo, al día de cuanto se cuece en la élite del futbol, mostrar un liderazgo, una mano izquierda y una capacidad desbordantes. Caso de no abundar en esa excelencia, finalmente tus propios futbolistas te tomarán el pelo o, también, demostrarás por el camino que no disponías de las variantes estratégicas que te exigían para la evolución del modelo triunfal. Había que seguir adelante y en cambio, con Martino al timón, el Barça ha dado incontables pasos hacia atrás. Ha faltado trabajo, se ha perdido identidad, no se trabajaron alternativas y, en último extremo nada secundario, ha recordado al bueno de Rijkaard con aquello tan famoso de conceder permiso para la autocomplacencia.
No hay trincheras, no insistan, no hay buenos y malos en esta función. Hay fallos continuados y gente que debería haberlos evitado. Si quieren crear bandos, existen los mayoritarios, sí, por mayoría absoluta, esos que creen y están convencidos de que al abrigo de un poder, cualquier poder, se vive más calentito y los cuatro gatos de siempre, a quienes su conciencia impulsa a decir las cosas como las ven, no confundir con cómo son. Eso implicaría infalibilidad y, normalmente, quienes abogan por el «¿ves?, ya te lo decía yo» figuran en el otro lado. Ha fallado con estrépito la directiva, ha pifiado la dirección técnica, ha defraudado el entrenador (la frase dedicada al escaso protagonismo de Messi en el Manzanares es como un tiro dialéctico de gracia) y no han hecho su trabajo convenientemente los jugadores, poco dispuestos a esforzarse, a rendir al 120 % para seguir reinando. Justo los valores que ilusionan hoy en ejemplo meridiano a los de Simeone en la ribera del Manzanares. Por cierto, atizarle hoy a Messi es cobarde y ruin. Que hayan descubierto cómo anularle supone mérito ajeno y demérito propio. La ayuda profesional al crack consistiría en sacarle de esa trampa estudiando remedios, cosa que tampoco han hecho.
Ahora, deberían gastar buenos dineros en invertir y atreverse incluso a traspasar ciertos nombres que ya tocaron techo y mantienen precio de mercado. Seguir un plan, que dudamos sean capaces de tejer, digámoslo claro. Reunir una pasta para arrancar el trabajo para la tardía renovación del nuevo proyecto en torno a Messi e Iniesta. Para eso deberían sacarse de encima la sanción de la FIFA, primer e ineludible paso, patata caliente que acabará causando quemaduras e incluso cicatrices de incalculable proyección. Pero no, nada eso. Vamos a distraernos en la persecución de los disidentes, de los malos barcelonistas, de los apodados dinamiteros de Twitter por alguien que busca cargo y no lo consigue. Seguiremos comprobando cómo se enrarece el ambiente entre aquellos que dan y quitan carnés de buenos culés según rías o no las gracias de los directivos, incapaces de llevar este barco a buen puerto según es ya evidente, público y notorio para… los cuatro gatos que no esperan sus prebendas. El Barça tiene hoy un grave problema y no son los ismos, ni las fracciones ni los incontables puntos de vista en práctica que genera su magnitud. El problema es que se ha iniciado una cansina lucha interna que busca depurar el cuerpo social y no lo hace en la dirección acertada. Para no perder ya del todo las ganas de escribir, bastará con sentarse a ver la comitiva. Si hay títulos, lograrán la excusa perfecta para tirar un año más con lo puesto hasta volver a tropezar en el 2015, alegando conspiraciones incontables y vete a saber qué películas. Si el Madrid gana la Copa, empezará la petición de ciertas responsabilidades. Si al final no hay siquiera liga, el castillo de fuegos artificiales será prendido en todo su esplendor por aquellos que hoy niegan las razones y argumentos de quienes militan, según ellos, en trincheras dignas de quintacolumnistas y traidores mercenarios. En el colmo, en la cereza que corona el pastel, si al Madrid se le ocurre ganar la décima, igual dinamitan el cuadro los propios oficialistas, oportunistas y gentes que habitan en la cómoda mayoría absoluta de hoy. Esto del Barça es un fenómeno de volatilidad. Y hoy, aún más, pese a que el periodismo, pobrecillo, está como está, decantado en su mayoría a aplaudir por interés a quien le concede sustento y, al tiempo, mece la cuna del fracaso.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, Martí, ni peor sordo… Pésimos tiempos estos, cuando hay que argumentar evidencias. Y el Barça está lleno de ellas. La última: cuando lo ganaba todo, bien claro lo tenía. Entonces, ni trincheras, ni excusas ni tonterías. Excelencia y lucimiento del gran trabajo realizado, nada más. Un abrazo.
Poblenou, a contracorriente
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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