La segunda fecha del 6 Naciones nos ha dejado -de nuevo- patentes las virtudes y defectos de las selecciones europeas a la hora de afrontar sus partidos.
Irlanda ha demostrado que su ciclo se había terminado en el 6 Naciones de 2015. En la previa del torneo comentábamos el mal papel que habían realizado las provincias irlandesas en las competiciones europeas de clubes y los malos augurios que ello suponía para el equipo de Joe Schmidt.
Irlanda es, en estos momentos, un equipo agotado a nivel físico y mental. No hay ningún jugador que ahora sea diferencial ni referente a la hora de aglutinar el juego a su alrededor. Resulta paradigmática la lesión de Sean O’Brien, en una jugada en la que -sin ningún contacto- tiene un mal apoyo y recae de uno de sus múltiples problemas musculares en las piernas. ¿Estaba el flanker de Leinster en las condiciones óptimas para disputar el partido contra Francia o se forzó su recuperación para intentar paliar las deficiencias que había tenido el equipo en el partido contra Gales?
Es innegable que los jugadores irlandeses sufren un bajón físico muy considerable en el segundo tiempo de los partidos (22 de los 25 puntos que Irlanda ha conseguido ante Gales y Francia fueron logrados durante los primeros 40 minutos de ambos partidos). La ausencia de sustitutos de nivel lleva a abusar de los mismos jugadores en los clubes y en la selección: las consecuencias saltan a la vista. Francia planteó un partido de constante impacto físico para provocar la inferioridad irlandesa. Dos acciones muy contundentes de Guirado y Maestri terminaron en lesiones de Dave Kearney y Mike McCarthy. Todos los factores se aliaron en contra del equipo de Joe Schmidt.
Francia busca disipar dudas en algunos puestos, pero hay jugadores que parecen claramente fuera de lugar: el rendimiento de Uini Atonio, entrando siempre cruzado en todas las melés, y siendo netamente inferior a Jack McGrath es el principal ejemplo. Tampoco Teddy Thomas se hizo merecedor de la camiseta de ala titular. Guy Novès cuenta con la ventaja de haber solventado sus dos primeros partidos con victorias, un escenario que suaviza las dudas que el juego del XV del Gallo genera en este arranque.
Gales tenía ante Escocia el escenario ideal para intentar mostrar ese juego expansivo del que ya hemos hablado con anterioridad. Pondremos la vista sobre 3 jugadores claves en el ataque del equipo: Dan Biggar, George North y Jamie Roberts.
El apertura galés es un excelso jugador con el pie tanto en los lanzamientos a palos como a la hora de dirigir el juego táctico. Los problemas aparecen debido a su facilidad para retener el balón -lo que le implica recibir muchos golpes de las defensas contrarias- y así ralentizar el ataque de su equipo. Ahí es donde se produce un cortocircuito con Jamie Roberts, pues el primer centro tiene la costumbre de percutir con el balón -por su contundencia física- pero una incapacidad manifiesta para el offload o para generar un pase con ventaja a un compañero cuando la defensa contraria se cierra sobre él. Si a todo ello añadimos el recurso -cada vez más marcado- de George North de intentar sus rupturas hacia dentro -parece que se acerca el momento en que le veamos jugando de 13 con regularidad- nos encontramos con un ataque que en lugar abrir el campo y desplazar el balón con rapidez se dedica a reducir espacios hacia el centro y a acarrear la pelota, facilitando las tareas defensivas del rival.
Las jugadas de los ensayos de los dos primeros centros de Gales y Escocia (Jamie Roberts y Duncan Taylor) señalaron perfectamente las diferencias entre ambos: carga desaforada e imparable del jugador de Harlequins y búsqueda del espacio vacío por parte del jugador de Saracens. El resultado fue el mismo, la forma en la que llegaron a él define el tipo de jugador que es cada uno.
Al igual que Gales, Escocia tiene algunos problemas graves en cuanto a la toma de decisiones en ataque. Stuart Hogg y Finn Russell tienen una marcada tendencia a optar por la solución menos adecuada en algunos momentos cruciales; el zaguero abusa de su exuberancia física, se lanza al ataque en solitario y genera muchas situaciones de pérdida de balón o de contra peligrosa para los rivales. Finn Russell recuerda por momentos a Owen Farrell en la época en la que solventaba cualquier duda a base de patadas altas sin ningún criterio ni riesgo para los rivales. El estilo de juego de Escocia precisa de tener el balón y tanto el zaguero como el apertura se empeñan en que lo tenga el rival en demasiadas ocasiones. La ausencia de Matt Scott (primer centro de Escocia con excelente capacidad para leer el juego y dinamizar el ataque) no hace más que señalar las deficiencias organizativas del ataque del equipo de Vern Cotter.
Inglaterra reprodujo en Roma ese modelo de zapadores y trincheras que tan habitual ha sido en los últimos cuatro años. Cuando un equipo sale ante Italia con Lawes, Kruis, Robshaw, Haskell y Billy Vunipola no hay mucho margen a la sorpresa; la apuesta es clara por el desgaste y por ensuciar el juego del rival por encima de la intención de generar juego propio. Si a eso le añadimos un 9 como Ben Youngs se disipa cualquier posible duda. Por completar la ecuación: Alex Goode era el único back en el banquillo inglés, junto a él estaban Danny Care, Jack Clifford, Maro Itoje, Joe Launchbury, Joe Marler, Paul Hill y Jamie George.
El planteamiento surtió el efecto deseado ya que en el segundo tiempo el desgaste físico italiano y el mayor mordiente inglés -al subir la línea de presión- provocaron los errores del equipo de Jacques Brunel y fue así como llegaron los 4 ensayos (tres de ellos de Jonathan Joseph en 18 minutos). La única duda que nos queda es: ¿Qué habría pasado si Inglaterra se hubiese dedicado a presionar a Italia al mismo nivel durante todo el partido? Resulta bastante sencillo intuir la respuesta.
La segunda jornada ha solventado algunas dudas -a nivel de clasificación y resultados- y ha seguido ampliando las dudas que ya teníamos -respecto al nivel y estilo de juego- la semana pasada.
* Javier Señarís es analista de rugby.
– Foto: Getty Images
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